jueves, 31 de diciembre de 2009

Instrucciones para ser eso




Ambition is a poor excuse for not having sense enough of reality


Nadie (en sus cabales) puede atreverse a describir lo que sucede en días como estos. Para unos se avecina el fin de año, para otros el fin del mundo.

Pero hay algo que escapa subrepticiamente al cronómetro que todo mide, y es aquello que no puede ser medido ni graficado. Eso que justamente pediste en reiteradas ocasiones, de modo velado, en cartas a Santa Clos. Eso que -cuando más triste, en tus peores épocas- hacía que te levantaras de la cama. Eso que voltea a verte al espejo y te recuerda a los 5 años, con mirada dulce y pícara, sin siquiera intentar definir la chimuela sonrisa. Eso que de pronto crees haber obtenido como si se tratara de un contrato o un inmueble, y con el parpadeo del tiempo se extingue como mago ante el asombro del respetable. Eso que hace que puedas leer estas líneas. Eso que te distingue y te correlaciona. Eso que permite que tus sabores predilectos sean esos, y los odiados, aquellos que mejor ni te acuerdas. Eso que crees que eres tú y que te "define" como persona. Eso que coleccionas, aunque sea inconscientemente. Eso que repites una y otra vez como patrón aburrido, como película muda, como los caballitos o la caricatura que te sabes de memoria. Eso que difícilmente sale de tu corazón, tal vez porque ni siquiera está lo suficientemente entendido. Eso que crees que crees. Eso que sientes al darte cuenta de que esto va mucho más allá de nacer, crecer, reproducirse y morir. Eso que entiendes a través de la música, de las matemáticas, de la poesía, de la espiritualidad o del arte. Eso que de chico tenías tan bien identificado, que lo pusiste a un lado y terminaste por olvidar. Eso que te hace cometer locuras y que nadie te entienda ni lo pretendas. Eso que es eso y no puede ni debe confundirse. Eso que hizo que dieras tu primer beso. Eso que ha hecho que te levantes aunque no tengas ganas. Eso que imprimes en tu firma. Eso que piensas un momento justo antes de dormir. Eso que prejuzgaste sólo para darte cuenta que obró en tu contra. Eso que está por aparecer en unos minutos. Eso por lo cual ríes, siendo tan simple. Eso que te parece un fracaso. Eso que ignoras y no pretendes dejarlo en tal calidad. Eso que has descubierto que es oropel y no oro. Eso por lo cual aun no te desapegas. Eso que representa un valor y has decidido defenderlo con el más minucioso detalle. Eso que supone ser una brújula para ti. Eso que te ha permitido domesticar tu mente. Eso que te hace dudar de la idea del ego, así sea por un segundo. Eso que cae como avalancha, posterior a la discriminación. Eso que aprendiste que nunca debiste haber aprendido. Eso por lo que te arrepientes. Eso por lo que sientes, vale dar la vida. Eso que ni siquiera es problema, porque no tiene solución. Eso por lo que has decidido cambiar hábitos. Eso que colgaste como trapos, por saber que poco tiene ya que ver contigo. Eso que crees que es la realidad, hasta que brota la idea de percepción. Eso que te acerca a ser altruista y ecuánime. Eso que te hace actuar sin reparar en recurso alguno. Eso que sabes bien, pero te haces bien güey, que hay adentro y no afuera.


Todo eso, ESO, es esa pasión por ser... Tú. Es ESO lo que conforma un año, y no la mecánica sumatoria de 365 días. Es ESO. Eres ESO.

Feliz ESO.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Instrucciones para ver prender y apagar los foquitos

At Christmas I no more desire a rose
than wish in May's new-fangled mirth;
but like of each thing that in season grows
- Shakespeare



Uno podría pensar que la Navidad es un pretexto medieval para usurpar las tiendas y, con ellas, el mal gusto del cliché sentimentalizado. Pero no. La Navidad supura muchas cosas más con musiquita de fondo, chillante y repetitiva, y una obsesión por marcar territorio, orinando al resto del año.

El árbol de Navidad, por ejemplo, era para mi infancia un inexplorado continente repleto de dudas y mitos, de preguntas y olor a pino. No veía el momento en que diferentes hectáreas de la República concursaban a través de sus más frondosos representantes en aguerridas eliminatorias para ser elegidos como candidatos a ser el centro de atracción de la temporada y luego terminar en la basura. Una especie de certamen gimnospermo con delicado público y refinadas formas.

Rara era también la parafernalia que sofocaba el día elegido para instalar el altar a Santa Clos, y ya de paso (para que desquite) a los Reyes Magos. Por costumbre la sesión de Consejo Navideño y Festines Conexos sesionaba en pleno el 20 de Noviembre, justo cuando emergía el inmejorable pretexto para no dejarme salir a jugar con mis amigos y montar la producción fabril en masa de este extraño y verde fetiche.

Si por alguna razón este desafío no parecía radicalmente heroico, vale la pena apuntar que mi papá seleccionaba para la ocasión, música que iba desde villancicos hasta el Piporro -pasando, claro, por Ray Conniff (¿de ahí el pacto secreto con las coníferas?)-, no sin lanzar acordes y versiones propias, que hacían el momento aún más exótico.

Pero eso que convertía en masmorra la sala de mi casa, era tener que armar un árbol artificial hecho en Hong Kong y alucinado en México durante varias horas, cuando podíamos ingresar el mentado conífero a la sala y ya. La rama F tenía que coincidir quirúrgicamente en el orificio F sin que algo quedara suelto, forzado ni improvisado. No era precisamente una prueba de cálculo mental ni adiestramiento sexual, pero sí una forma artesanal de perderle gusto -no a la Navidad- al día mismo.

Siempre parecía que iban a faltar 17 ramas y que tendríamos tres cuartas partes de árbol, pero por milagro del niño dios que se impacientaba por no tener listo su pesebre a tiempo, había quórum de ramas para instalar la estructura de focos, esferas, y lo que se interpusiera en la alfombra.

La duda más fuerte era, si por el mérito acarreado hasta el tronco del pino en justo y digno gesto, mi infantil y elegante persona sería retribuida con regalos que ni siquiera se acercaban a los que fueron pericialmente apuntados en la más importante carta que un niño pueda escribir. Pensé que por eso podría instalar varios árboles, varias veces a la semana y dormir en una cama con una conjeturable colcha de regalos.

Ahora se abren dos puertas dimensionales: el hub de las luces y el portal de las esferas. Ambas representan el reto a designar la ubicuidad de un objeto ocioso, en otro destino ocioso: en realidad da imperialmente lo mismo qué esfera pongas en qué lugar, pero el microajuste estético y el bocetaje topográfico de cada adorno parecen hacer fibrilar a los papás. Lo que no se percibe aún, es la posibilidad de que en realidad las esferas te ponen a ti en tu lugar.

Difícilmente se puede encontrar algo más divertido que ver cómo reaccionan los perros frente al árbol. Esa sería nuestra conducta de no acostumbrarnos a prácticamente cualquier estímulo y designio de la realidad. Notar cómo el momento de pronto entra en alerta roja, los bordes del contexto se doblan hacia el centro, la fragilidad de la realidad es evidente, hasta que el vaho se incrusta en el hecho inconmutable de que nada de lo que se percibe existe así, y decides alejar tu nariz de la esfera carmín.

Las hileras de foquitos suelen ser tan latosas como si estuvieras colocando alambre de púas alrededor del edificio Altitude. Una vez que concluye la hazaña helicoidal y dar 22 vueltas al eje del árbol, de arriba para abajo y viceversa, te das cuenta que no alcanza a conectar el enchufe con la clavija (romántico y obligado cuadro de distancia en sepie, slow motion y música del Piporro. Mejor de Ray Conniff.), o reparas en un error táctico de previsión: un tercio de tu serie no prende y tendrás que dedicar los siguientes cuarenta y tres minutos a probar uno por uno y dar carpetazo a tal investigación ministerial.

No obstante, no hay imagen más bizarra que la de un árbol dentro de una casa, con centenas de adornos, dignos de ser contemplados como la motivación para armar dicha escena. Alrededor, adornos, manteles, figuras, lentejuela, bacalao, romeritos, buñuelos, piñata, heridos, enojos, pavo, sidra, moños, flashazos, nostalgia, deseos… ¡y lucecitas!

Aún así, la novedad y el dispendio es el que se prende y apaga. Mejor empieza por el final: siente que es 7 de enero y los festivales son platos y vasos que levantar. Deja fluir el canto sin que la jeringa del villancico logre perpetrar su cometido. Adorna lo que no requiera adorno para darte cuenta precisamente de ello. Levanta el castigo a los niños que chillan en su cuarto. Usa como cuña para nivelar el árbol (algunas hojas) del libro de Baldor. Permite que los tíos borrachos resuelvan el orden de la galaxia a bocajarro. Retira de tu córnea el termómetro del prejuicio. Navega en infinitum por el ponche. Evita acercarte siquiera a los pps que adornan tu mail. Percibe tu fémur derecho mientras caminas por la calle. Observa con cuidado este momento (que es precisamente, como una serie de foquitos en un árbol de Navidad): abraza con el fulgor de saber que nada tiene que ver ese abrazo con una temporada, y mucho menos con algo sustancial.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Instrucciones para ver hacia abajo (con subtítulos)

Eres un extraterrestre. Cuentas con trece brazos, ocho ombligos y un vacacional color verde, recién obtenido en las agitadas playas de la bahía de una impronunciable provincia (al menos con este alfabeto y lengua), a varios años luz.

En tu contingente de avanzada -que tiene por misión confundir civilizaciones de ínfima cultura y menor sentido común- se decide súbitamente sobrevolar la ciudad de México, nomás para emplazar el tiempo a calumniarse a sí mismo en lugar de dejar marcas en los cultivos de maíz del Ajusco.

Al ser la primera vez que tenemos permisos navideños de acercarnos a la estratósfera con la condición de llevar fotos y video para los programas de variedades, la misión cobra una símil de adrenalina -de por sí- inusual.

Conforme nos acercamos al planeta -cada vez menos- azul, tratamos de dejar las bromas para el regreso y concentrarnos en la observación.

La primera gran duda que emergió en la tripulación de este navío, conforme llegamos al punto más cercano posible sin generar colapsos masivos, fue con cuál de las enormes serpientes de acero que imperiales y ralentizadas se deslizaban por los andadores de asfalto, tendrían que acudir para pedir que nos llevaran con su líder (no para exigir su rendición o amenazar con su aniquilación, sino seguramente para preguntar las razones de la designación de su Secretario de Hacienda).

La serpiente capturó toda la atención que cabía en nuestro alienígena cráneo. Déspota, implacable, la serpiente emplumada de fierros demostraba no pertenecer a mito alguno.

Tan pronto pasó nuestra nave-redilas por algún edificio de gobierno, comprendimos la simbología de la bandera y su escudo, pero de inmediato levantó una pegajosa y verde duda: saber si el águila tododevoradora representa el hartazgo de la multitud o la conciencia de la otredad, en torno de la propia serpiente metálica. Como sea el nopal, el nopal siempre será el mismo: 'acomódense donde sea y no reclamen'.

Pero el importante hallazgo nos enmudecería al enfocar con alienígena precisión lo que presenciábamos. La inmensa serpiente todopobladora de la geografía se dividía en minuciosos escuadrones y conforme avanzaban los minutos, el animal sagrado era sublimado en mil partes, cada una, aparente dueña de su voluntad recorría diferentes, brownianos y erráticos trayectos.

Pero al vuoyeristamente seguir a tan sólo una de las células autoconscientes del poderoso reptil, el hallazgo se volvió nota de ocho en los diarios de nuestro planeta. Cada una de esas escamas volitivas -al parecer llegar a un destino- perdió su condición energética, y de ese exoesqueleto brotó, como si fuera una matrioshka, una delgada larva de la cual -hasta ahora- desconocemos cuántos niveles vitales más esconde hacia dentro.

La mañana siguiente, la gigante serpiente irá conformando lentamente su larga anatomía, con una precisión sólo advertida en el reino animal. El inesperado florecimiento de cuerpos ordenados para que el gran reptil paseé su masa por la fértil ladera hace que hacia el interior de la nave nodriza se geste una excepcional y sonora ovación (aunque sólo haya cuatro tripulantes, recuérdese que contamos con trece brazos cada uno).

Con un poco de oído se hacen descubrimientos sorprendentes, como el débil gemido que esta bestia lanza como para recordarse a sí misma dueña de los recuadros circundantes.

De regreso a nuestro planeta fue inevitable pensar cómo sería la vida allá abajo. ¿Qué se requería para formar parte del reptil de metal? Discutimos por horas acerca de la magia de la madre naturaleza y la elegancia de sus caprichosas formas en la fauna terrestre.

Lo cierto es que una ciudad para toda esa serpiente sólo es permisible en un sueño, y como en todos los sueños, la falta de sentido del humor es evidente. Por eso el concurso del cálculo de cuántas escamas móviles y autoconscientes, protectoras de la fina larva, era también una forma de divertirnos: las hay peores.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Instrucciones para abrir una ventana


Reality is nothing but a collective hunch

-Jane Wagner

Es maravilloso pensar en el espacio como una posibilidad y no como una limitación.

Mi admiración hacia los arquitectos nace de la generosidad vocacional entonada en seleccionar cómo vivirá mejor un puñado de personas dentro de un bodegón con base en la administración del espacio y su diaria relación con él.

El espacio como hálito cotidiano no puede dejar de ser valorado como telón y butaca. Pero si el tergiversado colectivo ha decidido erigir lápidas a los muertos, el arte de hacer respirar una habitación debería ser por lo menos, obligatorio, en caso de que nos interese seguir sintiéndonos vivos.

Como convivir con uno mismo es un mérito a la resistencia, ser condescendiente con la realidad debería ser un acto reflejo como resultado de dejar que el espacio propio respire y se abrace a sí mismo. Por ejemplo, regar las plantas como se invierte en la bolsa, cepillarse los dientes como se redacta un informe de actividades, saludar a sus congéneres como se cuadra uno ante el director y abrir ventanas como se cierra un negocio (probablemente uno de los más convenientes que pueda uno cerrar -o abrir-).

Una ventana, así como un párpado, es una de las ideas más sorprendentes, menos aplaudidas y por ello casi nunca celebradas. Imagino por un instante, el Día Internacional del Párpado. Vistosos (naturalmente) festejos por las avenidas a ojo cerrado, para de pronto, y al rugir de las trompetas y el estallar del confeti, incansable y libremente soltar parpadeos sin reparo ni decoro por todo el día. Después de todo sin él, la percepción de prácticamente todo, cambiaría del todo.

El párpado y el espacio llevan a la idea que observar a través un filtro nos hace conocedores solamente de la versión del filtro, y no de lo que parece que percibimos. Esta es la magia de una ventana. Saber que si está revolcadamente cochina, el paisaje lo estará igual. El filtro aparece como paisaje.

Si por un momento te bajas los pantalones y piensas que todo cuanto percibes lleva consigo un filtro como el de la ventana, decidirás dejarlos abajo. Cuando tienes relación con un estímulo sensorial -por ejemplo, te golpeas la rodilla con un objeto terrestre plenamente identificado: la pata de la cama- suceden dos macabros eventos misteriosamente encadenados entre sí: te pegas y te duele. Pero la sensación del golpe y la del subsecuente y merecido dolor es una que se aprecia como interna, producida por el espacio de tu conciencia. Tú experimentas dolor, y nadie, absolutamente nadie (ni la cama y sus violentos heraldos) registra la intensidad, duración y calidad de ese dolor.

De aquí que de las experiencias que tenemos del mundo, lo único que efectivamente experimentamos sean las apariencias de éstas en la mente. Se tratan de experiencias de objetos que surgen -aparentemente de forma autónoma- al sujeto perceptor. Cuando percibimos un objeto que aparenta estar afuera y nos damos cuenta de que no experimentamos al objeto, sino la emergencia de la experiencia de este objeto internamente, condicionada por los diferentes sentidos que lo perciben, el mundo cambia por completo (el interno y el externo).

Así, la dimensión externa -aparentemente objetiva- deja de cobrar la vigencia que tenía. ¿Hay algo afuera que sea similar con las imágenes que nos brindan los sentidos?

¿Qué tan cercana a la interpretación del objeto, es la experiencia del mismo? De este modo, si las facultades sensoriales determinan la experiencia y registro cabal del mundo, cabe la posibilidad de que estos sean falibles y la impresión que tenemos de la realidad sea errónea.

De confirmar por medios propios esto, estarás ante la ventana más grande y probablemente más cochina por la que te hayas asomado. Momento idóneo para subirte los pantalones.

O dejártelos perenne y orgullosamente abajo.

viernes, 23 de octubre de 2009

Instruccionespara ser sujeto de impuestos

Los impuestos que uno paga en toda su vida, los gasta el gobierno en menos de un segundo

-Jim Fiebig

El último y más bajo recurso que tiene la administración pública para dirigir el cauce del pueblo es cómodamente succionar recursos que son del pueblo.

Probablemente y si visiblemente se notara en México que -a propósito de los impuestos- el bien de uno es el bien de todos, no sólo con una búsqueda creativa del balance en la distribución del ingreso, sino en servicios impecables, funcionamiento eficiente del país y respuesta inmediata a las peticiones y preocupaciones ciudadanas, los impuestos serían una estampa de una sociedad comprometida consigo misma bajo el valor del altruismo y responsabilidad social.

Pero por algo son impuestos y no opcionales. Porque en un horizonte revolcado en cinismo y carente de altura en trato y generación de opciones convenientes para todas las partes, lo más fácil es soportar unos días de cuestionamiento y deshacerse de la responsabilidad del problema con partidos del tri, secuestros de aviones, o simplemente dejando que los días lleven a cabo la labor de adecuación a lo que sea.

Imagino al político mexicano en el salón VIP de algún restaurante de moda, mismo que pudo abrir sus puertas gracias a los legislativos favores del dignatario. Cuatro amigables guaruras esperan (en la zona de juegos para guaruras) comiendo en el mismo restaurante o en la camioneta blindada -total, el Congreso paga-. Los cuatro celulares, radios y satelitales suenan orquestalmente y cada 27 segundos para subrayar el grado de importancia del político en cuestión. Los hijos de este político promedio, instalados en la burbuja de oropel, acuden a caras escuelas para aprender a reiterar el modelo y retener el cinismo sin perder votos, ya desde el kínder. Sus fiestas son bacanales de suspiro para antropólogos sociales. Su ropa sólo la lucen maniquíes en catálogos, ni siquiera aparadores. Sus viajes, viejas y verjas no pueden ni deben guardar contención en la mira hacia el derroche del lujo neobarroco. Y así, esta lista puede continuar haciendo patente lo ya consabido y aguantado.

¿Y cómo hacer que alguien así, embebido por la gracia de su suerte y destreza, pueda generar tacto social, responsabilidad balanceada e inteligencia ejecucional?

No es raro que la ley del mínimo esfuerzo (ésta sí que pasa fast track en el Congreso) aflore (y desflore) como creativa salida frente a un problema que deberían resolver nuestros administradores. Tampoco es raro que vivamos en un entorno donde los ciudadanos se quejen y mienten lo mentable en contra de los gobernantes, pero desde las gradas y sin mucho involucramiento, total, mañana será otro día...

Bajo este desdén, resulta natural estar rodeado de caos vial, desorden policial, corrupción desmedida, ambiente inseguro y una neurosis que se normaliza con el paso del tiempo en la afluencia de estímulos sensoriales y el incremento de ansiedad personal y social.

Basta hojear un diario o una calle al azar para advertir la falta de corresponsabilidad, que es el gran delito de la sociedad contemporánea. Discutir impuestos es como hacerlo al respecto del aborto, se arguyen los efectos, no así las causas. Por ende, estéril.

El gobierno por sí mismo carece de fundamento. La razón de ser es la ciudadanía a quien gobierna. El conflicto estriba en el confuso enroque conceptual que se da, de la permuta individual, al agente colectivo, que es donde se diluye la encomienda y -al igualmente ser individuos- los políticos pierden el sentido más elemental de otredad.

No por ello es permisible el abuso, la inacción y la ineptitud. De uno y otro lado.

Por eso el sentido de responsabilidad basado en el bien común abre la puerta al sentido común, a la convivencia sana y a la calidad de vida.

¿Suena lo suficientemente lejano como para posponer lo que sea que esté al alcance implementar?

viernes, 9 de octubre de 2009

Instrucciones para voltear a ver las nubes




As long as anyone believes that his ideal and purpose is outside him, that it is above the clouds, in the past or in the future, he will go outside himself and seek fulfillment where it cannot be found. He will look for solutions and answers at every point except where they can be found--in himself.

-Erich Frohm


¿Qué ejemplo más nutrido de la imperturbabilidad que las nubes?

Sea que estés atrapado en el tránsito o en un brote de rabia en contra de la nimiedad de tu elección, hay algo por encima de todos que en contadas ocasiones merece la atención detenida y asociativa.

Resulta simplemente increíble que un conjunto de microcristales de agua cristalizada se suspendan en el cielo formando caprichosas y entretenidas figuras. Estas partículas de agua (producto de la evaporación) son arrastradas por masas de aire cálido y húmedo que impactan con otras masas de aire frío y seco. Al no mezclarse y desplazarse a zonas de presión atmosférica baja, desciende también su temperatura, con lo que las partículas de agua se condensan, dando lugar a las nubes.

Uno deja de ser niño cuando deja de encontrarle formas ingeniosas a las nubes. Pero pierde todo el espíritu cuando incluso se le olvida que hay tales.

Pasando por alto que la curiosidad primaria tendría que llevar a uno a responder con precisión la causa de la generación de las nubes, lo insoslayable es no maravillarse por el genuino espectáculo diario.

El show dura todo el día, diario hay funciones diferentes. Es gratis. No requiere mayor esfuerzo que una mente dispuesta a ser asombrada. Y aún así, cualquier excusa es motivo para ignorar la diatriba vertical con el horizonte.

Si se olvida algo tan elemental -pero revelador- como voltear hacia arriba es por el hecho de dar por sentado que ahí estuvo y estará: el síndrome de adecuación que aniquila la capacidad de asombro.

Un asombro que está puesto en las telenovelas, la Selección, el tipo de cambio o los dramas prefabricados. Pero no hay asombro como el más simple acto de convivir y aprender de y con uno mismo. ¿y qué diablos hay que aprender de las nubes? Lo mismo que de un espejo, dado que el campo visual no es otra cosa que una proyección articulada de la mente y su estado. De este modo, ver las nubes será ver tu mente. Si para este punto el ejercicio sigue pareciéndote soso o cursi, mi recomendación es correr a comprar el TV Notas y ofrecer disculpas por los valiosos segundos robados.

Pero si algún interés hay en ser provocado del modo más genuino y beligerante en aras de saberte lúcido y consciente, entonces no olvides echar un detenido y lúdico vistazo diario al cielo. No vaya a ser que a nuestro inspirado gobierno, y en vista de la sorpresiva falta de recursos económicos, se le ocurra empezar a cobrar el uso de cielo.

En cualquiera de los casos uno debería ser arrestado por olvidar voltear hacia arriba, y ser condenado a seguir viendo hacia abajo... O simplemente ni ver.

viernes, 2 de octubre de 2009

Instrucciones para expiar pesadillas


Mereces lo que sueñas

-Cerati


Ayer amaneció mucho más tarde que antier. Las horas se rebelaron en contra del ejercicio ambulatorio. Las ojeras fungían como piernas al tener tal peso y condición autónoma, para evitar hablar del color. Las sábanas: perfecta combinación de telaraña helicoidal sin más principio que el precipicio ni final más abyecto que el de esta oración. Vueltas sobre el eje. Madrugada aún. Da exactamente lo mismo saber la hora, pues se trata de la hora de no preguntar. No preguntar razones, emociones, imágenes ni conclusiones. Se trató de la mente que avasalla la noche, por más que se quiera ver a la inversa.

Soñar no cuesta nada, dicen. Probablemente si uno fuera un contador especializado en desgaste biológico no estaría precisamente de acuerdo con esta sentencia. El sueño es algo tan desconocido, ignorado y natural, que se hace porque se tiene que hacer. Hay –naturalmente- los que no pueden abandonar la cama después de 10 políglotas horas de sueño. Hay los que con el primer rayo tienen para convencerse que el día ha empezado. Pero durante el sueño pasan tantas cosas que parecen no haber sucedido.

Se trata de la tercera parte de una vida, misma que ha quedado en una especie de abandono académico con la exclusiva función de abrigar con descanso al cuerpo para que -mecánicamente- el día posterior sea cínicamente igual.

Pero hay técnicas minuciosamente controladas, que permiten no sólo aprovechar este tercio de tiempo vital, sino explorar dentro del espacio de la conciencia durante el sueño. Básicamente, se trata de ingresar lúcidamente en el periodo de la ensoñación, dar cuenta de ello y controlar dicho sueño a voluntad. Pareciera en sí mismo un sueño, pero hay suficiente evidencia científica para estudiarlo o al menos curiosamente echar un ojo. Stephen LaBerge, uno de los especialistas más prominentes en el tema fundó incluso el Instituto de la Lucidez, en Stanford, con el objeto de profundizar en este tema.

El problema es que si rara vez se tiene control y lucidez del periodo de vigilia, menos aún habrá espacio para hacerlo como una práctica durante el sueño. Sin embargo, es posible que alguna vez hayas experimentado sueños lúcidos, pero que –como muchos sueños- los hayas olvidado, dado que se trata de un ejercicio que requiere de familiaridad y consistencia.

Quienes han estudiado este fenómeno, como LaBerge, Keith Hearne y Celia Green, explican que la maravilla de este ejercicio es que una vez que se conduce a voluntad el sueño, puede sobrevenir un periodo de hiperrealidad, donde se experimentan los estímulos soñados con más solidez que en el periodo de vigilia. Así, el soñador lúcido, cuando despierta, tendrá la sensación de que está soñando.

El perro se muerde la cola. De regreso a las preguntas donde se cuestiona si todo esto es un sueño, si de ser así, ¿quién es el que sueña? Si queremos que despierte. O si hemos nosotros de despertar para dar cuenta que estamos soñando que alguien nos sueña.

En cualquiera de los casos, lo palpable es que el terreno de los sueños es sumamente abierto a experimentar: se pueden llevar a cabo respiraciones profundas antes de dormir y generar un estado alerta que poco a poco se va diluyendo con el de reposo. Si por alguna razón uno cree estar dentro de un sueño y se está dando cuenta de ello, evitar sobresaltarse (ya que puede despertar) y dirigir lentamente dicha ensoñación. Puede uno probar escribir o leer algo, y si cambia dicho contenido al rato de un tiempo, significa que efectivamente se está soñando lúcidamente (¿cuál es la tinta con la cual fue escrita dicha letra en el sueño?). Cuando uno se despierte, los especialistas recomiendan evitar hacer movimiento alguno sin recordar qué fue lo que se soñó. De este modo se ejercita la técnica de la ensoñación lúcida.

Y no está de más la inversa, que radica en cuestionar si el periodo de vigilia es (solamente) eso.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Instrucciones para exacerbar la imagen



As far as the laws of mathematics refer to reality, they are not certain; and as far as they are certain, they do not refer to reality.

-Einstein

Con toda razón las ventanas sensoriales con las que contamos (ojos, oído, tacto…) suelen interpretar imágenes y estímulos, que al ser percibidas como un todo (no contamos con más ni mejores ventanas), suponemos que existen tal cual se presentan, independiente a dichas ventanas. Les creemos todo. Punto.

¿Y qué si hubiera un sexto o séptimo sentido? ¿Y si sólo contáramos con un par de ellos? ¿Cambiaría la realidad, o tan sólo nuestra percepción de ella?

Esto presenta un problema estructural en la conducción del ser porque condiciona su credibilidad a la percepción, cuando se trata de algo completamente accesorio que hemos vuelto imprescindible: la imagen, el reconocimiento, la moda.

Por ejemplo, pensar y conducirse bajo la creencia de que el mundo es a color cuando se ha probado que haces de luz incidente impactan una superficie que los refleja y son registrados por células diferenciadas (conos y bastones) que interpretan eventos electromagnéticos como color, ilustran (no necesariamente colorean) lo engañados que podemos estar. Los perros, por ejemplo, al no contar con estas células, codifican el mundo en tonos de grises.

La historia muestra cómo es fácil vivir bajo el engaño de la percepción y supeditar los esfuerzos y motivaciones vitales a dicha condición ilusoria con un bono: el de fragmentar dicha óptica bajo el estigma del “me gusta” y el “no me gusta” como varita mágica de vida, con los argumentos menos sólidos más estúpidos, pero más celosamente cultivados.

Dedicar un instante a la imagen representa ser eslabón de una de las ataduras más profundas, confusas y complejas que se pueden padecer. Por decir algo, una persona que tiene serios desequilibrios mentales otorga total crédito a sus alucinaciones. Les habla, los insulta, los acaricia, les llora. Y todos a su alrededor se burlan y lo tildan de loco (algo que cuerdamente figura hoy como piropo).

No es que los eventos que registramos no existan. Lo hacen, pero de modo no convencional: dependen del acuerdo, de la imputación mental y conceptual que hacemos. Por ejemplo, las fronteras geográficas. La frontera entre Estados Unidos y México, por problemática, recurrida, bloqueada y burlada, es un acuerdo, una designación conceptual que se hizo en un momento dado, y que no existía desde la pangea, al inicio de los tiempos del planeta, hasta estos momentos. Y sin embargo, el acuerdo existe y con ello dicha frontera.

Pero la superimposición conceptual no conoce límite porque esa es la forma de relacionarte con todo, y suele ser tomada bastante en serio. De este modo estamos rodeados por elementos que no son otra cosa, más que designaciones conceptuales y suelen ser objeto de interpretación como absolutos. Va el reto: puedes voltear a ver lo que te circunda en este momento y darte cuenta que lo que sea que es, no existe como realidad absoluta, sino como realidad conceptualmente designada, porque esa “pared”, ese “color”, o esa “ventana” que mencionas, pasó por el filtro de la proyección e imputación mental.

A esto te lo sueles tomar demasiado en serio, incluso al grado de pensar que es dador de valor y bienestar, o a la inversa. Y con esto, el parque de diversiones llamado problemas en cadena. Y todo por esa imagen que le diste crédito…

Un buen ejemplo de esto es una sala de proyección. Imagina que estás en la primera fila donde un proyector emite luz y lanza a la pared blanca una imagen de un campo florido y tranquilo. La siguiente lámina que proyecta es la de una tormenta eléctrica descomunal. Y la siguiente, la de un desierto abrumadoramente caluroso.

Nadie brinca autómatamente hacia la lámina del campo para querer internarse en ella (a lo mucho viene un recuerdo peregrino o anhelo fugaz). Menos aún salen de la sala en grupo con la tormenta o el desierto. Pero si en cada una de estas láminas, el proyector mismo creyera que su propia proyección existe independientemente a su acto de proyectar, y la imagen proyectada no es reflejo de lo que emite en una pared blanca, entonces habría problemas, y serios. Los mismos que solemos tener.

La mente es un proyector y constantemente imputa y designa conceptos de los cuales creemos que se da la dicotomía “agradable” o “desagradable”, y con ello sobreviene el aferramiento o el rechazo del evento, como si se tratara de una identidad absolutamente verdadera, mientras que se trata -tan sólo- de la pared blanca en la cual se refleja una imagen del proyector (mental). Imagen que es dignificada, honrada y servida sin un instante de discernimiento entre lo que se imputa mentalmente y lo que se pasa sin filtro alguno y parece ser claramente real.

Es el principio de la omisión más grande: acerca de cómo existe todo aquello (hasta ahora) conocido como realidad, e ignorado por rendirle pleitesía a la imagen.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Instrucciones para reinventarse


Si algo hemos aprendido de la historia de la invención y del descubrimiento, es que en perspectiva -y también en el corto plazo-, las profecías más retadoras parecen risiblemente conservadoras.

- Arthur C. Clarke


Uno cree que es inmortal hasta que se corta el dedo con una hoja de papel bond.

La ilusión de la permanencia e invulnerabilidad hace que se cometan y se acepten cualquier voltaje de necedades que operan como profundas y filosas dagas, tratando de encontrar Orquídeas en un lluvioso safari del cual se desconocen tanto mapa como ruta.

A menudo concibo la pregunta esencial: “¿Y como para qué estamos aquí?” con una imagen un tanto ramplona, pero efectiva para el hecho. En el Wii, después de que uno crea un personaje (Mii), lo toman de la greña, y mientras éste sacude todas sus extremidades como para enfatizar su inseguridad, ansiedad y duda, es literalmente botado en una plaza donde merodean otros Miis. “¡Orale, a vivir (lo que sea que signifique eso)!”

Nunca hubo instrucciones, tips, hoja de ruta ni GPS. No había condición, más que la preservación fisiológica hecha instinto y berrido. De este modo, se es educado conforme al criterio del progenitor y de la sociedad, sin importar origen, efectos, viabilidad y repercusiones. Se acumulan todo tipo de experiencias e imágenes, se injertan impresiones mentales como hiperveloces bloques en un Tetris que tampoco conoce reglas.

Y ya que estás con los bloques a dos líneas de alcanzar el límite, subyace la duda: “¿Qué hago aquí?”

Después de recibir insultos, patadas y frijolazos a distancia por parte de conocidos y extraños que se dan cuenta de la duda, todo es posibilidad. Seguir cuestionando, responder honestamente dichas dudas y con ello liberar del todo el Tetris y hasta el Mii.

O frenéticamente acumular puntos y bienes materiales (esforzándose hasta donde dé el aferramiento, para no perder ni uno solo de los bienes); mostrar al prójimo que vas mejor en el juego por medio de coches, chavas/os, vestimenta, moda y lo que pueda más tarde ser hipotecado o reemplazado; indulgentemente pensar que te has liberado y que ahora es el momento hedonista de cultivar cualquier estimulación sensorial para ti: lo que sea que (creas que ) te guste para cualquiera de los cinco sentidos, y hasta para la mente: lo que te mantenga apaciguado y tranquilito; y naturalmente, cualquier tipo de reconocimiento público, aplauso, reflector y dignificación social.

En ocasiones pareciera que somos un puñado de autómatas arropados por la insatisfacción en busca de algo que ni siquiera se tiene claro. Y cuando se tiene claro, no se sabe cómo. Y cuando se sabe cómo, no se sabe con quién. Y cuando se sabe con quién, no se sabe por qué. Y cuando se sabe por qué, no se sabe para qué. Y cuando por fin se sabe para qué, ya se olvidó ese algo que íbamos a llevar a cabo, y… mejor le prendemos a la tele para olvidar tan penoso incidente.

No es necesaria una tragedia para ponderar ángulos, rutas, decisiones y omisiones. Y tampoco se es demasiado tarde. Basta encarar aquello que más trabajo cuesta: uno mismo y la horda de miedos, apegos, inseguridades y tiranías, para acceder a un nuevo estrato.

En el terreno del sentido común, basta dar cuenta del grado de profundidad y sentido que tiene lo que se hace diariamente, con cada evento de la vida diaria, para fundamentar y comprobar o desechar esto.

Reinventarse equivale a detener un auto que supera los 170 km/h en una carretera y preguntarle al conductor hacia dónde va, y que el chofer responda “No sé, pero voy de prisa”.

En una compleja red de problemas sociales, con nuevos y retadores asedios, una válvula genuina –que ha estado ahí todo el tiempo- es reinventarse. Con humor. Con pasión. Con profundidad y encuentro de ese significado del hecho. Con un cruce definitivo de la indolencia a la participación alerta del momento presente y sus consecuencias.

Uno se puede reinventar a diario. Basta remembrar las repercusiones de hacerlo o no. La naturaleza de la realidad es reinventarse a cada instante. ¿No será una pista?

(Lo que una hoja de papel bond puede hacer)

viernes, 11 de septiembre de 2009

Instrucciones para secuestrar lo secuestrable


Mucha gente muere antes que activar el pensamiento. De hecho, así pasa.

-Bertrand Russell


Cuando la ficción se vuelve rehén de la realidad, es momento para pensar, que si se toma demasiado en serio, probable es, que uno figure como esquizofrénico, por decir lo menos.

Crisis Económica (resfriado -nada más- decían…), AH1N1 (Elba Esther: puedes detener aquí tu lectura), aumento de impuestos, sequía e inundaciones (por absurdo que se lea), Juanito, crisis petrolera, creciente desigualdad social, _________________ (anexa tus versiones de modo resumido, pero contundente). Dicen que somos como cucarachas: nos adaptamos a lo que sea.

Por kafkiano que sea el miedo ambiente (sic), la sorpresa ni amedrenta, ni educa. La realidad figura como espejo de relaciones humanas y su violento e inexplicable comportamiento gira en torno del contexto y de sí misma. Es copia fiel de su indolencia hacia el cuidado del agua, del maltrato a los animales y de una mala actitud progresiva, hacia prácticamente cualquier cosa, por citar ejemplos espontáneos.

Más que sorprender o apanicar, el sospechosismo fue el denominador como reacción de una aeronave secuestrada el miércoles, en el DF.

Esta acción -la del secuestro en sí- representa ventaja y dolo sobre del objeto atacado. Se trata de una de las incongruencias humanas más estúpidas para conseguir en fasttrack el rescate: sea dinero, especie, o simplemente atención.

Es en un secuestro donde se toma lo no dado con violencia y amenaza, la más fácil ruta a conseguir lo que de otro modo llevaría esfuerzo de por medio.

Pero, ¿cuántas veces has secuestrado una decisión, una palabra o una emoción? Parece absurdo, pero en el fondo, el acto es el mismo. La violencia que llega al extremo de parecer circense ficción o cortina de humo tapa-impuestos, es causa y efecto de la hilera de mentiras, malhumores y complots cotidianos que democrática y libremente optamos por ejercer.

¿Por qué cuesta ese trabajo suponer que una acción no es algo, y que ese “algo” engendrará una multiplicidad de “algos”? ¿Qué puede hacerle pensar a alguien que no es resultado de sus acciones y que éstas serán generadoras de un resultado próximo acorde con la naturaleza de su acción? ¿Qué tan alienado estará quien perpetua un comportamiento arisco, necio y medieval con su entorno, y se pregunta por qué le ocurren majaderías por situaciones?

Si los actos son algo, producirán algo. Se trata de ejercer el derecho de la remembranza de la repercusión. En tiempo real. ¡En 3.0!

Pero es tan instintivo y sanador culpar en automático a otro, que se convierte en eso: instintivo y habitual. Compulsivo (compuesto).

Un nuevo impuesto (impulsivo), un nuevo secuestrador, una nueva amenaza, son directa o indirectamente resultados de lo que se ha hecho u omitido en conjunto (y no basta con señalar al horizonte: “¡ellos!”).

El miedo, la costumbre y la indolencia hacen que la burla y el engaño de los gobernantes sea proporcional al que uno tolera hacia sí mismo y su conformismo estático.

Desperdiciar el tiempo –por ende- es secuestrarlo. Desconocer para qué se trabaja, para qué se levanta uno por la mañana, para qué lee estas letras, es secuestrar el principio más trascendente que uno pueda portar.

Pero uno tolera y accede a juegos de víctima/victimario y con ello encarga al azar la evolución propia, con lo que se reiteran frenéticamente los patrones que lo vinculan con la cara más oscura de sí: la impavidez de la ingenuidad.

Es tanto como si uno mismo se golpeara, se amenazara, se tehuacanizara, se humillara, se amordazara, se extorsionara, se escupiera, se rogara, se retorciera, se ignorara, se pateara el trasero, se acorralara y por fin, se abandonara.

Pero mientras haya viernes por la tarde; partidos de la Selección; reven con quien sea; moda a perseguir en música, ropa y neurona; series de televisión; cafecito con los cuates; aviones tomados por emisarios de un temblor y hasta injustos impuestos, dará exacta y precisamente lo mismo cuestionar este instante, siempre y cuando se sobreviva a tal secuestro.

La pregunta: ¿y para qué?

viernes, 4 de septiembre de 2009

Instrucciones para (por lo menos) no seguir sumando caos a esto


The overman... who has organized the chaos of his passions, given style to his character, and become creative. Aware of life's terrors, he affirms life without resentment.

-Friedrich Nietzsche

Paradójicamente, todo caos tiende a un orden. Pero en el trayecto, la furia primordial y la motivación ensimismada se aprecian una a la otra como el único presente (sin efectos) y no hay empacho en robar oxígeno al futuro: ¡al cabo de todas formas me voy a morir!

La paradoja opera con elegante sincronía. Es en la médula de ese instante donde la comprensión cabal de que el pasado dejó de ser y el futuro es lo que no sucede, que ahí, en ese momento pleno y atosigado de presencia, caen como piezas de Tetris dos posibilidades: radicar corresponsabilidad o que te quedes “inclusive” (el lado amable del me vale).

Posibilidades son las que hacen que todo parezca un Risk y no un Maratón. El momento subsecuente y no llevado a cabo se entrona como filoso aparador de posibilidades, tanto para el ratero que asaltará su primer Oxxo, como para el nerd que se orina de miedo antes de dar el discurso de honores a la bandera.

Posibilidad es elección. De sumar o restar caos entendido como un agente catalizador o neutralizador en una hipercompleja red de reacciones en cadena y consecuencias -sólo imaginables cuando lo lamentas- que aparentan no incidir en tus boleados, iridiscentes y caros zapatos.

Mientras haya agua en la tina, ¿para qué prender la tele si los amarillistas noticiarios nos asustan con sus fantasías?

Si el auto es rápido y furioso, lo más cool y shido (sic) será dar tapetazo o mojar peatones cuando llueva, pues segurito lo merecen.

Si el Ártico quedará sin hielo pronto, pues mal por ellos. Habrá que disfrutar –en lo que ello ocurre- mi cubita en las rocas.

Perseguir la moda en todo sentido es el nuevo nutrimento para la aceptación social, y si al comprar la prenda, el disco, el teléfono o una vida, se esconde un aporte porcentual para que niños de un impronunciable poblado tengan dos bocados más de comida, se habrá hecho el shopping con la conciencia lustrada y una sonrisa despejada.

La idiotez, la distopía, la contradicción abierta son referentes y causas que evidencian el terreno que transitamos entre escombros y una prostitución de la conciencia que autogeneramos de modo ciclado.

Y así, el desgaste social emerge como muñeco en caja de sorpresas a cada esquina. El porvenir de la desgracia hace que a la más inocente provocación, se mienten madres gratis como resultado del indefenso estado en el que se opera en esta fábrica de quimeras espontáneas. Pero lo que parece no ser claro es que somos madre, progenitora y promotora de la historia de histeria cotidiana y con ello de cada caja de sorpresas. ¡Y encima nos sorprende!

A quien le parezca que el mundo no es un caos que se dé una vueltecita por nuestro país. Que camine por Iztapalapa guiado por Juanito, que asista a una clase con la maestra Elba Esther, que juegue “liga ligazo” con Bejarano, que entienda el fenómeno Aburto-Posadas-Ruiz Massieu, que juegue Monopoly con Arturo Montiel, que fotografíe los palacios intocables en Michoacán, que pruebe -el ahora histórica- agua del Estado de México, que juegue a adivinar cuántos balazos habrá mañana, que se eche una carrerita contra Roberto Madrazo, que le pida una acompañante al Góber Precioso, que desafíe la gravedad en bici en la ciclopista capitalina, que platique con un Ministerio Público de leyes, y con un diputado de congruencia, que elija de un multivariado y colorido bufet a nivel federal, estatal o municipal, que es inagotable y se multiplican los platillos indulgentemente.

La novedad -por inverosímil que se manifieste- nunca deja de ser digerible. Todo indica que la capacidad de sorpresa es momentánea y de inmediato se relaja en el partido contra Costa Rica, los suministros de Lady Gaga o el chisme protagónico del momento.

Y nosotros parecemos estar en riguroso Zen, zin zaber que la contemplación es en sí un llamado actuar. En una realidad plagada de requerimientos urgentes por parte de todo cráneo, son absurdas abulia e inacción.

Más de una vez al día uno tendría que pellizcar la nalga izquierda para saciar la duda de si la certificada frontera entre ficción y realidad se habría alterado sin consulta previa. Y cuando el pellizco duela y aparentemente sigas despierto, vale preguntarte “¿y para qué?”.

Son tiempos inverosímiles. Se va pronto el fin de semana y el lunes es elástico como el Hulk que se rompía y dejaba peligrosa brea por doquier. Septiembre es atajo para Diciembre. Y Diciembre para indulgencia. Desvergüenza. Autocomplacencia. Cinismo. Indolencia. Ignorancia. Todas resultado de la inconciencia, misma que genera un comportamiento idílico y egóico, que anuda el cuello de la bolsa en donde nos encontramos, suponiendo que de ese modo estaremos tranquilos… y bien shidos.

viernes, 21 de agosto de 2009

Instrucciones para auditar una vida


Si el prejuicio ufano fuera un deporte olímpico, lo habríamos hecho vernáculo para embarrarle chantilly, embriagarnos hasta el delirium diabetes.

¿Qué tiene el ser humano que es tan chismoso?

“¿Qué te importa?”, podría ser una respuesta congruente.

Pero, ya, del modo más incongruente y honesto, ¿Por qué importa tanto a la persona la dádiva social y la aceptación de heces (sic) y costumbres?

Esto hace (no heces) parecer que nuestra vida es tan hueca que tenemos que recurrir a ejércitos de estímulos externos que condicionan y satisfacen el morbo con la pericia y condición de retransmitirlo exageradamente a quien más cerca tengas. Un ejemplo de este recurso son las escandalosas revistas y pasquines que dan detalle del divorcio de moda, el escándalo de los famosos y las fotos que lo comprueban (porque hay que citar fuentes y apelar al más sistemático rigor documental).

El escarnio es un involuntario imán que hace que meticulosamente te revuelques en esta insaciable indulgencia y hojees rápido (y de buen modo) la TVNotas en el súper, cuando dijiste que ibas por papel del baño (flemática coincidencia).

Ninel, Fabiruchis, El Príncipe, Súper Alex Guzmán, la Chupitos… Por si no fueran un estallido social en sí mismos, ahora nos los recetan en poderosas páginas bellamente ilustradas a todo (y recalcitrante) color para que el niño, la niña se distraigan ventilando el garfio de la idiotez y el macanazo mental que se pone al idilio sobreprotector de una mente que no tiene idea qué hacer consigo misma.

Los chismes son atractivos mientras no se enfoquen en uno, ¡claro! Pero, ¿por qué la ocupación de preparar y condimentar esta comidilla, y por qué la preocupación por verse librados de ella ante los demás?

Parece una peste o especie de AH1N1 (no me canso de repetir este nombre) de la cual huimos aterrados, pero al mismo tiempo, cimentamos y aderezamos a la menor provocación. Construimos los eventos que en un rato nos golpearán el trasero de un modo ejemplar (pero sin aprender el punto).

"Preocúpate cuando no hablen de ti" es tan insano como "Si el río suena es que agua lleva". Somos tan absurdos e infantiles que lo único que tienen en común, tanto la generación del chisme como la preocupación del impacto en uno, es la autodestrucción que conllevan. Y no sólo no somos capaces de entender esto. Nos regodeamos en el ejercicio fútil.

Igual hablarán de uno, y no precisamente por ser especiales, floridos o acidulados. ¿Como para qué rendir pleitesía al hecho y anidar problemas con un ejercicio abiertamente ocioso y tóxico? ¿Es muy difícil reparar en el efecto de las causas? ¿Podemos con tanto allanamiento del ejercicio más burdo en detrimento propio?

¿Será que muy poco es lo que tenemos que decir de uno mismo?

¿Será que es más fácil auditar la vida ajena que la propia?

viernes, 14 de agosto de 2009

Instrucciones para sentirte como de la familia



Harto difícil es definir esa rara entidad conocida como familia.

Nadie pone en duda el valor consanguíneo, como tampoco las interminables hordas de sorpresas (vaivenes emocionales) que esto depara a uno en los momentos más escondidos de su tránsito vital.

Por el hecho de nacer en ese seno y ocupar determinada casilla del tablero -sin oportunidad para llamar al gerente o al capitán (así sea de fragata)- tienes que empezar a lanzar los dados (aún sin siquiera saber hacerlo) porque el tiempo tiene prisa.

En una sociedad como la nuestra, la familia es una institución polivalente: tanto vives perennemente agradecido por su liga, como maldices y cuestionas mentadas que naturalmente no deberían incidir en tu madre.

La familia es una complicidad esquizofrénica que a pesar de la fuerza de la lógica, se mantiene junta como baluarte y rémora al unísono. A costa de lo que sea.

Con esa mística, un clan delincuencial tomó el concepto de "La Familia", más como apodo que como referente, que opera mejor a la inversa.

Michoacán es su hogar y desde ahí se hacen notar las diferencias en la recámara, las peleas por el control, los berrinches y manoteos, las patadas bajo la mesa en el desayuno, las escenitas en público y las infidelidades mutuas.

Diez días tenía Calderón en su puesto en Los Pinos y desplegó al ejército en el estado como quien manda al tío que todos obedecen a apaciguar los ánimos hiperventilados.

En pleno jolgorio patrio, el grito fue de pánico y no para arengar a los héroes que nos dieron libertad. El año pasado estallaron cuatro granadas en dicha ceremonia cívica, como el desmán y escena que todo tío borracho llega a hacer, más como reafirmación filial que por convicción causal.

Narcomantas, ejecuciones y revueltas en la localidad dieron pie a que en mayo de este año el papá se quitara el cinturón y detuviera a 10 alcaldes, un juez y 17 empleados del gobierno estatal. El lobo dejó de decir "Ahí voy", o por lo menos se hartó de la bola de malcriados que consintió.

Amigos, funcionarios cercanos y hasta al medio hermano del gobernador Godoy fueron alcanzados por el castigo y el gritoneo. Están en la mira como implicados en el narco como el que se junta con el peleonero del salón.

Hay quienes dicen que en el berrinche oficial por no ser avisado del operativo federal y el tremendo espectáculo que lleva dando La Familia, hubo un pacto drástico para que el gobernador no dimitiera. Justo como el suegro que dice "¡O le bajas o le bajas!".

De por sí Godoy, cuando está más relajado tiene cara de estar al borde del suicidio...

En toda familia hay escenas para el anuario. En particular, esta Familia ha venido a mostrar lo disfuncional que es y la violencia que generan sus exabruptos y mentadas en traspatio.

Es una familia que muchas semejanzas y diferencias guarda con cualquier otra.

Aún así, todo quedará en familia.