viernes, 21 de agosto de 2009

Instrucciones para auditar una vida


Si el prejuicio ufano fuera un deporte olímpico, lo habríamos hecho vernáculo para embarrarle chantilly, embriagarnos hasta el delirium diabetes.

¿Qué tiene el ser humano que es tan chismoso?

“¿Qué te importa?”, podría ser una respuesta congruente.

Pero, ya, del modo más incongruente y honesto, ¿Por qué importa tanto a la persona la dádiva social y la aceptación de heces (sic) y costumbres?

Esto hace (no heces) parecer que nuestra vida es tan hueca que tenemos que recurrir a ejércitos de estímulos externos que condicionan y satisfacen el morbo con la pericia y condición de retransmitirlo exageradamente a quien más cerca tengas. Un ejemplo de este recurso son las escandalosas revistas y pasquines que dan detalle del divorcio de moda, el escándalo de los famosos y las fotos que lo comprueban (porque hay que citar fuentes y apelar al más sistemático rigor documental).

El escarnio es un involuntario imán que hace que meticulosamente te revuelques en esta insaciable indulgencia y hojees rápido (y de buen modo) la TVNotas en el súper, cuando dijiste que ibas por papel del baño (flemática coincidencia).

Ninel, Fabiruchis, El Príncipe, Súper Alex Guzmán, la Chupitos… Por si no fueran un estallido social en sí mismos, ahora nos los recetan en poderosas páginas bellamente ilustradas a todo (y recalcitrante) color para que el niño, la niña se distraigan ventilando el garfio de la idiotez y el macanazo mental que se pone al idilio sobreprotector de una mente que no tiene idea qué hacer consigo misma.

Los chismes son atractivos mientras no se enfoquen en uno, ¡claro! Pero, ¿por qué la ocupación de preparar y condimentar esta comidilla, y por qué la preocupación por verse librados de ella ante los demás?

Parece una peste o especie de AH1N1 (no me canso de repetir este nombre) de la cual huimos aterrados, pero al mismo tiempo, cimentamos y aderezamos a la menor provocación. Construimos los eventos que en un rato nos golpearán el trasero de un modo ejemplar (pero sin aprender el punto).

"Preocúpate cuando no hablen de ti" es tan insano como "Si el río suena es que agua lleva". Somos tan absurdos e infantiles que lo único que tienen en común, tanto la generación del chisme como la preocupación del impacto en uno, es la autodestrucción que conllevan. Y no sólo no somos capaces de entender esto. Nos regodeamos en el ejercicio fútil.

Igual hablarán de uno, y no precisamente por ser especiales, floridos o acidulados. ¿Como para qué rendir pleitesía al hecho y anidar problemas con un ejercicio abiertamente ocioso y tóxico? ¿Es muy difícil reparar en el efecto de las causas? ¿Podemos con tanto allanamiento del ejercicio más burdo en detrimento propio?

¿Será que muy poco es lo que tenemos que decir de uno mismo?

¿Será que es más fácil auditar la vida ajena que la propia?

viernes, 14 de agosto de 2009

Instrucciones para sentirte como de la familia



Harto difícil es definir esa rara entidad conocida como familia.

Nadie pone en duda el valor consanguíneo, como tampoco las interminables hordas de sorpresas (vaivenes emocionales) que esto depara a uno en los momentos más escondidos de su tránsito vital.

Por el hecho de nacer en ese seno y ocupar determinada casilla del tablero -sin oportunidad para llamar al gerente o al capitán (así sea de fragata)- tienes que empezar a lanzar los dados (aún sin siquiera saber hacerlo) porque el tiempo tiene prisa.

En una sociedad como la nuestra, la familia es una institución polivalente: tanto vives perennemente agradecido por su liga, como maldices y cuestionas mentadas que naturalmente no deberían incidir en tu madre.

La familia es una complicidad esquizofrénica que a pesar de la fuerza de la lógica, se mantiene junta como baluarte y rémora al unísono. A costa de lo que sea.

Con esa mística, un clan delincuencial tomó el concepto de "La Familia", más como apodo que como referente, que opera mejor a la inversa.

Michoacán es su hogar y desde ahí se hacen notar las diferencias en la recámara, las peleas por el control, los berrinches y manoteos, las patadas bajo la mesa en el desayuno, las escenitas en público y las infidelidades mutuas.

Diez días tenía Calderón en su puesto en Los Pinos y desplegó al ejército en el estado como quien manda al tío que todos obedecen a apaciguar los ánimos hiperventilados.

En pleno jolgorio patrio, el grito fue de pánico y no para arengar a los héroes que nos dieron libertad. El año pasado estallaron cuatro granadas en dicha ceremonia cívica, como el desmán y escena que todo tío borracho llega a hacer, más como reafirmación filial que por convicción causal.

Narcomantas, ejecuciones y revueltas en la localidad dieron pie a que en mayo de este año el papá se quitara el cinturón y detuviera a 10 alcaldes, un juez y 17 empleados del gobierno estatal. El lobo dejó de decir "Ahí voy", o por lo menos se hartó de la bola de malcriados que consintió.

Amigos, funcionarios cercanos y hasta al medio hermano del gobernador Godoy fueron alcanzados por el castigo y el gritoneo. Están en la mira como implicados en el narco como el que se junta con el peleonero del salón.

Hay quienes dicen que en el berrinche oficial por no ser avisado del operativo federal y el tremendo espectáculo que lleva dando La Familia, hubo un pacto drástico para que el gobernador no dimitiera. Justo como el suegro que dice "¡O le bajas o le bajas!".

De por sí Godoy, cuando está más relajado tiene cara de estar al borde del suicidio...

En toda familia hay escenas para el anuario. En particular, esta Familia ha venido a mostrar lo disfuncional que es y la violencia que generan sus exabruptos y mentadas en traspatio.

Es una familia que muchas semejanzas y diferencias guarda con cualquier otra.

Aún así, todo quedará en familia.

viernes, 7 de agosto de 2009

Instrucciones para ver llover




El cielo también es vencido por sus emociones.

A la más tenue provocación saca lo que contuvo por meses en un raudal de precipitaciones intempestivas.

Llueve sin avisar. Llueve cuando le da la gana al día. Llueve sin Bluetooth ni WiFi. Llueve desde hace milenios. Llueve sobre mojado. Llueve como fenómeno causal y efecto en el ciclo natural. Llueve para balancear el ecosistema. Llueve aunque suba el dólar. Llueve. Y pensar que maldices por haber olvidado el paraguas. O dices "achh!" porque dentro de tu biblioteca de lugares comunes no te gustan los días lluviosos porque simplemente así lo decidiste (después de soplarte una lluvia de películas, telenovelas o historias rosas donde muestran cómo se debe pensar frente a los estímulos más espontáneos).

La lluvia es una erudición del día que tiene muchas y singulares lecciones en su seno. Por un lado te cae en la cara el hecho de la impermanencia: no cae la misma gota dos veces. Más claro, ni el agua.

Al mismo tiempo te recuerda que no todos los días son iguales y que la experiencia del día no está en el día, sino en ti y lo que hagas.

Imagina que hacemos un zoom in al momento en que se gesta la gota de lluvia, y en un travelling delicado y vertical, captamos cada momento de su viaje en contra del pavimento, del techo de una casa, del paraguas de algún diputado o encima de una zebra en el zoológico (recordé la canción de Los Toreros Muertos). La lluvia no se detiene. Tiene un tiempo de vida en su caída libre. Es democrática. No importa si cae encima de un Ministerio Público, o del rancho de un empresario corrupto. La lluvia es ejemplo digno del fluir, de la impermanencia, de una relación causal y de la ausencia de valor intrínseco: hay tantas gotas que es imposible seleccionar una “especial” o cargarle valor a algunas.

¿Cuántas veces jugamos, dentro de un auto, a que se llene el parabrisas y entonces pasar el limpiador? ¿Cuántas ocasiones te habrás hecho tonto para salirte a destiempo de la alberca y experimentar la irrepetible experiencia de sentir la lluvia mientras nadas y haces bucitos? ¿Cuántas veces corres de la lluvia sabiendo que aún así quedarás empapado? ¿Cuántas veces te has permitido realmente sentir y disfrutar la lluvia?

Ver llover puede ser una experiencia desafiante: somos tan burdos con la realidad y los exiguos marcos de referencia de la inercia personal, que solemos dejar de lado el acontecimiento que es la lluvia. La precipitación pluvial no acontece diario y si sucede, tiene igualmente causas y efectos que escudriñar y comprender, como un experimentado ladrón que analiza cada movimiento antes de dar el golpe..

Hay teorías, como la de la Gaia, que proponen a la Tierra como el verdadero Big Brother: el ser consciente y vivo más grande del cual ni siquiera reparamos, pero que con el paso de milenios autorregula temperaturas, y recursos naturales con el fin de mantener vivo el sistema de convivencia. Dicho de otro modo, esta teoría dice que la Tierra es un ente con vida, sin otra metáfora, más que la de comparar los ríos con venas y arterias, y la corteza con la piel.

Quedaría como tarea digna para un embotellamiento vial, imaginar cuántos elementos más pueden ser comparados entre el sistema humano y la Tierra, ya no como planeta, sino como ser.

Después de todo, la lluvia es sólo uno de estos fenómenos que basta verlos, escucharlos o sentirlos, para recordar que estamos con vida. Ambos.

Y naturalmente hacer algo al respecto.