viernes, 23 de octubre de 2009

Instruccionespara ser sujeto de impuestos

Los impuestos que uno paga en toda su vida, los gasta el gobierno en menos de un segundo

-Jim Fiebig

El último y más bajo recurso que tiene la administración pública para dirigir el cauce del pueblo es cómodamente succionar recursos que son del pueblo.

Probablemente y si visiblemente se notara en México que -a propósito de los impuestos- el bien de uno es el bien de todos, no sólo con una búsqueda creativa del balance en la distribución del ingreso, sino en servicios impecables, funcionamiento eficiente del país y respuesta inmediata a las peticiones y preocupaciones ciudadanas, los impuestos serían una estampa de una sociedad comprometida consigo misma bajo el valor del altruismo y responsabilidad social.

Pero por algo son impuestos y no opcionales. Porque en un horizonte revolcado en cinismo y carente de altura en trato y generación de opciones convenientes para todas las partes, lo más fácil es soportar unos días de cuestionamiento y deshacerse de la responsabilidad del problema con partidos del tri, secuestros de aviones, o simplemente dejando que los días lleven a cabo la labor de adecuación a lo que sea.

Imagino al político mexicano en el salón VIP de algún restaurante de moda, mismo que pudo abrir sus puertas gracias a los legislativos favores del dignatario. Cuatro amigables guaruras esperan (en la zona de juegos para guaruras) comiendo en el mismo restaurante o en la camioneta blindada -total, el Congreso paga-. Los cuatro celulares, radios y satelitales suenan orquestalmente y cada 27 segundos para subrayar el grado de importancia del político en cuestión. Los hijos de este político promedio, instalados en la burbuja de oropel, acuden a caras escuelas para aprender a reiterar el modelo y retener el cinismo sin perder votos, ya desde el kínder. Sus fiestas son bacanales de suspiro para antropólogos sociales. Su ropa sólo la lucen maniquíes en catálogos, ni siquiera aparadores. Sus viajes, viejas y verjas no pueden ni deben guardar contención en la mira hacia el derroche del lujo neobarroco. Y así, esta lista puede continuar haciendo patente lo ya consabido y aguantado.

¿Y cómo hacer que alguien así, embebido por la gracia de su suerte y destreza, pueda generar tacto social, responsabilidad balanceada e inteligencia ejecucional?

No es raro que la ley del mínimo esfuerzo (ésta sí que pasa fast track en el Congreso) aflore (y desflore) como creativa salida frente a un problema que deberían resolver nuestros administradores. Tampoco es raro que vivamos en un entorno donde los ciudadanos se quejen y mienten lo mentable en contra de los gobernantes, pero desde las gradas y sin mucho involucramiento, total, mañana será otro día...

Bajo este desdén, resulta natural estar rodeado de caos vial, desorden policial, corrupción desmedida, ambiente inseguro y una neurosis que se normaliza con el paso del tiempo en la afluencia de estímulos sensoriales y el incremento de ansiedad personal y social.

Basta hojear un diario o una calle al azar para advertir la falta de corresponsabilidad, que es el gran delito de la sociedad contemporánea. Discutir impuestos es como hacerlo al respecto del aborto, se arguyen los efectos, no así las causas. Por ende, estéril.

El gobierno por sí mismo carece de fundamento. La razón de ser es la ciudadanía a quien gobierna. El conflicto estriba en el confuso enroque conceptual que se da, de la permuta individual, al agente colectivo, que es donde se diluye la encomienda y -al igualmente ser individuos- los políticos pierden el sentido más elemental de otredad.

No por ello es permisible el abuso, la inacción y la ineptitud. De uno y otro lado.

Por eso el sentido de responsabilidad basado en el bien común abre la puerta al sentido común, a la convivencia sana y a la calidad de vida.

¿Suena lo suficientemente lejano como para posponer lo que sea que esté al alcance implementar?

viernes, 9 de octubre de 2009

Instrucciones para voltear a ver las nubes




As long as anyone believes that his ideal and purpose is outside him, that it is above the clouds, in the past or in the future, he will go outside himself and seek fulfillment where it cannot be found. He will look for solutions and answers at every point except where they can be found--in himself.

-Erich Frohm


¿Qué ejemplo más nutrido de la imperturbabilidad que las nubes?

Sea que estés atrapado en el tránsito o en un brote de rabia en contra de la nimiedad de tu elección, hay algo por encima de todos que en contadas ocasiones merece la atención detenida y asociativa.

Resulta simplemente increíble que un conjunto de microcristales de agua cristalizada se suspendan en el cielo formando caprichosas y entretenidas figuras. Estas partículas de agua (producto de la evaporación) son arrastradas por masas de aire cálido y húmedo que impactan con otras masas de aire frío y seco. Al no mezclarse y desplazarse a zonas de presión atmosférica baja, desciende también su temperatura, con lo que las partículas de agua se condensan, dando lugar a las nubes.

Uno deja de ser niño cuando deja de encontrarle formas ingeniosas a las nubes. Pero pierde todo el espíritu cuando incluso se le olvida que hay tales.

Pasando por alto que la curiosidad primaria tendría que llevar a uno a responder con precisión la causa de la generación de las nubes, lo insoslayable es no maravillarse por el genuino espectáculo diario.

El show dura todo el día, diario hay funciones diferentes. Es gratis. No requiere mayor esfuerzo que una mente dispuesta a ser asombrada. Y aún así, cualquier excusa es motivo para ignorar la diatriba vertical con el horizonte.

Si se olvida algo tan elemental -pero revelador- como voltear hacia arriba es por el hecho de dar por sentado que ahí estuvo y estará: el síndrome de adecuación que aniquila la capacidad de asombro.

Un asombro que está puesto en las telenovelas, la Selección, el tipo de cambio o los dramas prefabricados. Pero no hay asombro como el más simple acto de convivir y aprender de y con uno mismo. ¿y qué diablos hay que aprender de las nubes? Lo mismo que de un espejo, dado que el campo visual no es otra cosa que una proyección articulada de la mente y su estado. De este modo, ver las nubes será ver tu mente. Si para este punto el ejercicio sigue pareciéndote soso o cursi, mi recomendación es correr a comprar el TV Notas y ofrecer disculpas por los valiosos segundos robados.

Pero si algún interés hay en ser provocado del modo más genuino y beligerante en aras de saberte lúcido y consciente, entonces no olvides echar un detenido y lúdico vistazo diario al cielo. No vaya a ser que a nuestro inspirado gobierno, y en vista de la sorpresiva falta de recursos económicos, se le ocurra empezar a cobrar el uso de cielo.

En cualquiera de los casos uno debería ser arrestado por olvidar voltear hacia arriba, y ser condenado a seguir viendo hacia abajo... O simplemente ni ver.

viernes, 2 de octubre de 2009

Instrucciones para expiar pesadillas


Mereces lo que sueñas

-Cerati


Ayer amaneció mucho más tarde que antier. Las horas se rebelaron en contra del ejercicio ambulatorio. Las ojeras fungían como piernas al tener tal peso y condición autónoma, para evitar hablar del color. Las sábanas: perfecta combinación de telaraña helicoidal sin más principio que el precipicio ni final más abyecto que el de esta oración. Vueltas sobre el eje. Madrugada aún. Da exactamente lo mismo saber la hora, pues se trata de la hora de no preguntar. No preguntar razones, emociones, imágenes ni conclusiones. Se trató de la mente que avasalla la noche, por más que se quiera ver a la inversa.

Soñar no cuesta nada, dicen. Probablemente si uno fuera un contador especializado en desgaste biológico no estaría precisamente de acuerdo con esta sentencia. El sueño es algo tan desconocido, ignorado y natural, que se hace porque se tiene que hacer. Hay –naturalmente- los que no pueden abandonar la cama después de 10 políglotas horas de sueño. Hay los que con el primer rayo tienen para convencerse que el día ha empezado. Pero durante el sueño pasan tantas cosas que parecen no haber sucedido.

Se trata de la tercera parte de una vida, misma que ha quedado en una especie de abandono académico con la exclusiva función de abrigar con descanso al cuerpo para que -mecánicamente- el día posterior sea cínicamente igual.

Pero hay técnicas minuciosamente controladas, que permiten no sólo aprovechar este tercio de tiempo vital, sino explorar dentro del espacio de la conciencia durante el sueño. Básicamente, se trata de ingresar lúcidamente en el periodo de la ensoñación, dar cuenta de ello y controlar dicho sueño a voluntad. Pareciera en sí mismo un sueño, pero hay suficiente evidencia científica para estudiarlo o al menos curiosamente echar un ojo. Stephen LaBerge, uno de los especialistas más prominentes en el tema fundó incluso el Instituto de la Lucidez, en Stanford, con el objeto de profundizar en este tema.

El problema es que si rara vez se tiene control y lucidez del periodo de vigilia, menos aún habrá espacio para hacerlo como una práctica durante el sueño. Sin embargo, es posible que alguna vez hayas experimentado sueños lúcidos, pero que –como muchos sueños- los hayas olvidado, dado que se trata de un ejercicio que requiere de familiaridad y consistencia.

Quienes han estudiado este fenómeno, como LaBerge, Keith Hearne y Celia Green, explican que la maravilla de este ejercicio es que una vez que se conduce a voluntad el sueño, puede sobrevenir un periodo de hiperrealidad, donde se experimentan los estímulos soñados con más solidez que en el periodo de vigilia. Así, el soñador lúcido, cuando despierta, tendrá la sensación de que está soñando.

El perro se muerde la cola. De regreso a las preguntas donde se cuestiona si todo esto es un sueño, si de ser así, ¿quién es el que sueña? Si queremos que despierte. O si hemos nosotros de despertar para dar cuenta que estamos soñando que alguien nos sueña.

En cualquiera de los casos, lo palpable es que el terreno de los sueños es sumamente abierto a experimentar: se pueden llevar a cabo respiraciones profundas antes de dormir y generar un estado alerta que poco a poco se va diluyendo con el de reposo. Si por alguna razón uno cree estar dentro de un sueño y se está dando cuenta de ello, evitar sobresaltarse (ya que puede despertar) y dirigir lentamente dicha ensoñación. Puede uno probar escribir o leer algo, y si cambia dicho contenido al rato de un tiempo, significa que efectivamente se está soñando lúcidamente (¿cuál es la tinta con la cual fue escrita dicha letra en el sueño?). Cuando uno se despierte, los especialistas recomiendan evitar hacer movimiento alguno sin recordar qué fue lo que se soñó. De este modo se ejercita la técnica de la ensoñación lúcida.

Y no está de más la inversa, que radica en cuestionar si el periodo de vigilia es (solamente) eso.