viernes, 20 de febrero de 2009

Instrucciones para entender al narco




Tal vez con un poco más de lucidez estas instrucciones deberían ser girardas a algún empleado federal o en su defecto, a un lugarteniente de cualquier reconocido cártel. Evidentementa, más como humor negro o terapia conductista que como hilo negro.

Y es que precisamente si se compara el problema (y su magnitud) con una madeja, brotarán de inmediato nudos por encima de nudos.

El problema no es el narcotráfico en sí. Las causas que posibilitan al hecho y sus consecuencias visibles o no, son el enemigo por atender.

Menudo enemigo que cobra víctimas, organiza balaceras como quien invita a sus cuates a ver el partido del Santos, compra posiciones en cualquier nivel -público, privado, federal, estatal o municipal, y mueve cantidades absurdamente reveladoras de las carencias y huecos por llenar que tenemos como especie y como sociedad.

Un negocio lo es mientras haya demanda para la oferta. ¿Para qué nos hacemos tontos? El combate al narcotráfico no se da en Reynosa, ni en plantíos ni en decomisos aeroportuarios. Eso es tanto como quitarle una arruga -o una Hummer- a Elba Esther.

El problema es endémico porque para ser erradicado hoy se tuvo que haber contado con proactividad individual, famiiar y de gobierno. Aunado eso, es imprescindible contar con una visión no efectista, dado que la resolución o anquilosamiento es generacional y residual. Basta observar los efectos -tanto sociales como médicos- que trae consigo un enervante, que -paradójicamente- tiene la exclusiva y barbajana característica de alterar la conciencia.

Eso es todo. Jamás hubiéramos imaginado el precio que tiene la evasión... Sea en los rubros más selectos o marginados, el punto es el mismo: pagar por abstraerse.

De aquí que el mejor cliente de este proveedor sea la crisis. Y no precisamente ésta que nos tiene aún con el algodón de azúcar en suspendido en el aire, después del tablazo que nos pusieron en la cara, sino la crisis que permite que dejemos de ser Homo (humanos) Sapiens (que se dan cuenta) Sapiens (de que se pueden dar cuenta).

¿Darse cuenta de qué? De las inexorables olas de violencia; del daño social que genera comprar una tacha (uno –efectivamente- hace la diferencia); de la permanente confusión entre perseguidores y perseguidos; de la abierta falta de interés (o sobra) por desarticular de raíz las células; de que no hay información fidedigna; de los crímenes impunes y el sospechosismo extendido al más alto nivel; de la flagrancia con que operan los delincuentes de la mano de “autoridades”; de la nueva modalidad, donde presuntamente los capos pagan a civiles para manifestarse en contra del ejército; de la ineficacia de los medios para sostener verdaderas investigaciones y al gobierno verdaderas acciones, y a la sociedad, verdadera conciencia; del dinero que se lava en operaciones inmobiliarias que toman “por sorpresa” a más de una ciudad; del desinterés social por denunciar; de una abierta intranquilidad social a unos meses de elecciones de medio término; de la evidente figura de alguien sumamente poderoso detrás de estos balazos y persecuciones, como para que en realidad estas “inconveniencias” no supongan un granito de arena en el ojo de su “greater good”; de la tremenda deslealtad de los administradores públicos que en realidad administran para sí; de la fábula llamada Estado de Derecho; de la pusilanimidad que supone legalizar algo que va contra natura; de la autodestrucción por donde se le vea, en el rubro y el alcance que sea, a costa… curiosa y estúpidamente, de nosotros mismos.

Paradójicamente, para poder entender al narco, habría que entender el ego y la falta del ingrediente más alto y elemental que podemos tener como especie: la conciencia.

jueves, 12 de febrero de 2009

Instrucciones para creer comprender el amor (en tiempos de crisis)




Por un lado te congelan con el dicho “El amor es la mejor trampa que Dios te puso para perpetuar la especie”. Por otro lado te linchan internamente sentenciando que el amor –en realidad- no es más que un complejísimo compendio de procesos bioquímicos de los cuales ni siquiera tienes control.


Pero por si fuera poco, te hacen el día asegurando que en momentos de crisis económica, el comportamiento emocional y sexual es –por decir lo menos- inestable. Si al cóctel se le agrega el conjunto de fobias y desórdenes emocionales a los que somos proclives como especie, el horizonte parece digno lágrimas y -ya muy elaborados- hasta de risas.

La necesidad de contacto físico, hasta la de compartir una mala película o un mal mes, supone saber resolver diferencias –que en muchos de los casos, ni siquiera se saben resolver de manera individual.
Hay pruebas bioquímicas que se llevan a cabo con ratones –de las pocas especies mamíferas monógamas- para revisar el comportamiento afectivo de pareja. Los grandes culpables: la oxtocina, una hormona relacionada con la creación de lazos afectivos -por parte de la mujer- con el macho más cercano; y la vasopresina, hormona masculina que genera la necesidad de establecerse y estrechar relaciones. Como si en lugar de salir por cigarros a la mañana siguiente, ahora fueras a la farmacia de la esquina por tu dosis de vasopresina…

Naturalmente ya se hicieron las pruebas conducentes para desenamorarse o por lo menos “vacunarte contra el amor”. Por estúpido o ridículo que suene, se les suministran drogas a los ratones para inhibir los impulsos emocionales. En las hembras, se bloquea la producción de oxitocina y tienden a olvidar la monogamia (en el pueblo se les llama “nalgas desobedientes”). No crean lazos afectivos , sin importar cuántas veces se relacionen con un macho.

Más allá del dilema ético acerca del uso de agentes no naturales para alterar un proceso natural, cabe la duda de si en efecto, queremos seguir siendo seres humanos, o convertirnos en ratones. Por un lado, somos sumamente vulnerables a opiniones y versiones que consideramos verdades o dogmas. De este modo los adaptamos a un episodio de realidad, y con ello, el basurero se va llenando.

¿Qué nos hace pensar que la fuente de problemas (o ausencia de ellos) es un epifenómeno externo y que exclusivamente comprando ropa en tiendas que ni podemos pronunciar, o retacando el auto de accesorios que sabemos que tarde o temprano fallarán, garantizará estabilidad?

Finalmente, la conciencia es lo más importante que tenemos. Las ideas que de ahí emanan son la más fidedigna traducción de la historia, referentes y axiomas que hacen que seamos nosotros y no alguien (o una rata) más.

El amor, para efectos humanos, es un estado de conciencia. Es un conjunto de posibilidades –que afectadas o no por la crisis, por la bioquímica o por Dios- tiene la capacidad de enarbolar las más naturales y sorprendentes causas que nos definen como seres (homo) que se dan cuenta (sapiens) de que se pueden dar cuenta (sapiens).

Si somos conscientes del proceso del amor, como uno libre de apego, de aferramiento, de ligas artificiales y manipuladoras, lo más probable es que no haya droga ni ratón que soporte un designio de nuestra propia naturaleza.