viernes, 24 de abril de 2009

Instrucciones para caminar por la calle





Caminar representa la generación de autonomía del ser por el hecho de poder desplazarse sin limitación aparente.

Unos lo hacen como si se arrastraran cargando tres cruces en la espalda. Otros no quitan la vista del pavimento. No faltan los jorobados ni las que bailan zumba. También habrás visto los que tienen tal prisa que ni tiempo tienen de caminar.

Caminar es un acto orfebre. Es blandir el piso con presencia. Conectar con el tiempo presente y permitir que éste transmita en nosotros su porte.

Hay formas y episodios del caminar. Está el optimista que arrastra

Nadie te obliga a caminar ni a hacerlo como lo haces. Esto remite necesariamente al concepto de libertad. Desde una garantía social, como la libertad de tránsito, hasta la libertad de culto e incluso la de pensamiento.

Si caminar supone transportar tu propia biomasa de un lugar a otro con genuina voluntad, indica también libertad de poder hacerlo gracias a la propia elección de la dirección y velocidad.

Pero esto no es más que un señuelo. Basta un ejemplo. ¿El enojo en nuestro comportamiento, es algo común? No se requieren de estímulos complejos para disparar un episodio de enojo en la cotidianía. ¿Y como cuál crees que sea la metodología para volver generalizado el recurso del enojo en tu vida diaria?
Esto es, ¿cómo se cultiva o perfecciona el enojo? Practicándolo.

Mientras más lo reiteras, más espontáneamente emerge, puesto que estás reiterando impulsos mentales que gracias a la fuerza de la habituación y familiaridad, se solidifican y perfeccionan en ti, quedando latentes para la emerger en la ocasión menos sospechada.

De un impulso aparentemente insignificante, por medio de la reiteración, nace una tendencia, misma que al ser replicada se convierte en un hábito. Pregunta: ¿cómo han llegado los hábitos que tienes a tu vida? Practicándolos, naturalmente.

Toda la serie de condicionamientos -como el enojo- que en nosotros operan de forma automática y a través de la cotidiana e instantánea replicación, hace que emerja el cuestionamiento de si en realidad somos libres.

Libertad sería, más bien, estar presente en la vida, ausente de estos condicionamientos y hábitos inconscientes, pero recurrentes y adheridos.

Por eso no habría como caminar con lo que creemos qe es libertad, enfocando los procesos que verdaderamente limitan dicha libertad. Para neutralizar un hábito, no hay más que conducir el proceso en sentido inverso: por medio de la reiteración, la familiaridad y la práctica, desarrollar impresiones mentales, que deriven en tendencias, y éstas a su vez, en hábitos.

Caminar así hará que despliegues todo el candor de tu persona mientras te transportas de un punto A, a un punto B.

Si bien dicen que hasta en el caminar uno emite un caudal inimaginable de mensajes, la posibilidad de hacer esto de un modo consciente, haciendo presente el momento de instalar un pie en el pavimento y luego el otro, junto con la postura y la respiración, se vuelve una posibilidad real para atestiguar y rehacer hábitos.

jueves, 16 de abril de 2009

Instrucciones para sacarse una muela




Lo más simple sería pedirle a algún enemigo cercano que te pegara, pero es tan burdo y potencialmente poco preciso, que a pesar de querer dibujar una sonrisa en tu enemigo favorito, vale más recurrir a un dentista, que al especialista.

¿Para qué sacarse una pieza dental? Por algo está dentro. Técnicamente es ir contra natura. Las ideas progresistas que embalsaman la sala de espera no hacen sino volver un padecimiento extra la cita, porque ya estás en el consultorio.

Es como si en la plataforma del bungee pidieras que te bajaran por el elevador.

Los sonidos arquetípicos de un consultorio dental están hechos para ahuyentar espíritus y seres humanos. De ahí que parezca que los dentistas sean una especie diferente. Una que sólo ella pueda empuñar un objeto que genere un ruido tan estertor como el agudo "rrrrrrr" por todos conocido y temido.

Los dentistas tienen bien preparado todo. Su instrumental al ojo de cualquiera intimida al más sarnoso abogado. Es una especie de Tzompantli mexica. Cráneos dispuestos en la frontera para advertir y disuadir.

El reflector mediante el cual el dentista revise el opérculo bucofaríngeo debió ser igualmente elegido con toda provocación. No puede ser cualquier lámpara. Debe ser una que el paciente, en su loca pericia por desviarse de su ansiedad, sea traído de nuevo a la sala del Cabo Castigo.

Un consultorio dental tiene olores fusiformes. Por un lado suele estar impecable (levantad sospechosismo todos), y por otro, la imagen de la multiplicidad de seres con colecciones de dolencias y tratamientos, hace que el rabillo del ojo esté atento a la cornisa más oculta.

Uno puede seguir coleccionando inéditas postales de los aparatos sin caer en cuenta que algo pasa tras bambalinas, cuando el dentista pide que abras la boca.

Es groseramente obvio. En la mano que esconde, o trae un mazo, o el modelo más temido de jeringas: ¡la de metal con orificio para el pulgar!

Como cuando te meten a una patrulla, ni tiempo tuviste de decir "soy inocente", cuando experimentas el piquete en donde nadie debería experimentar un piquete.

Ahí está de nuevo Anestesia. Baila con los recuerdos y no deja de restregar su tacón en la encía. Hasta que sale y con él, la certeza de jamás regresar con un dentista.

Pero las nuevas determinaciones de vida aún no cesan, cuando te percatas (con el mismo parlanchín rabillo del ojo) que viene una segunda carga de anestesia.

Apenas levantas el índice para entonar la reclamación formal, el dentista te taclea en el asiento, inhibe la protesta y conecta el segundo arpón del día.

Eres Moby Dick conquistado. Han ultrajado la boca y cualquier palabra que salga será anestésicamente indigna.

Como trapo adolorido, recuerdo -en un recorrido frugal- que la anestesia curiosamente es para que no duela el resto del paquete.

Y ya en la diligencia, la escena abre con un fúrico doctor tomando las pinzas como valedor de taller de talachas, forcejeando con el cárter -lo que se puede interpretar, mi muela-.

Jalones que ni mi madre me puso al no saberme el vocabulario. Estirones para los cuales Richter y Mercalli no conocen métrica.

Y cuando los crujidos comienzan a aparecer, el ritmo cardiaco y la sujeción al asiento son vigorosos y en franca pelea vital.

Cada crujido -por lo visto- es una señal del público alentando al dentista. Su emoción y violencia para maniobrar el arte de la pinza se hace lucidor, hasta que con un sudor frío que ni él ni yo podríamos describir, retira la pinza de la boca.

Parece ser niña. La raíz es delicada y aún tiene sangre en los bordes. Ya la quiero.

martes, 7 de abril de 2009

Instrucciones para cuestionar si la realidad es fantástica


Fantástico. Pareciera una palabra ñoña de fácil confección -que por falta de bagaje lingüístico, arrojas sobre fenómenos compuestos a falta de un calificativo más preciso y menos clichado. ¿O no?

Veamos. “Fantástico” guarda -probablemente- una de las paradojas más inverosímiles igual que trascendentes en su seno. Como si la Caja de Pandora al mismo tiempo fuera de Choco Krispis, pero sin premio dentro de ella.

Fantástico deriva del vocablo en latín "fanatos", que remite al fantasma, o ente imperceptible, inexistente. Por un lado imaginario, pero al fin, una construcción propia que al fin es construcción y no guarda identidad, salvo la que proyectamos, y en ocasiones hasta nos creemos.

Sin embargo, es también la misma palabra que se emplea para expresar una agradable sorpresa y beneplácito en torno a una admiración.

El idilio probablemente caiga -como índice de precios y cotizaciones- con el más espontáneo acercamiento al hecho de que lo que ves, aquello que nombras como "realidad", simplemente no da más de sí bajo este complejo sistema de proyecciones “fantásticas”. No existe así como la percibes. Ni una roca, ni un auto, ni tu identidad en sí.

Todos los surgimientos que aparecen a nuestros sentidos emergen en dependencia de causas y condiciones. Esto significa que estamos vacíos del interminable catálogo de cualidades exageradas -positivas y negativas- que nosotros mismos nos -y les- imputamos a quienes se dejen y no.

Piénsalo un instante. ¿De qué trata el 80% del tiempo de tus reuniones? ¿No viboreas y tasajeas a quien se cruce por el recuerdo o el pasillo? ¿Y logras ver que la identidad de quien criticas puede ser una proyección -ni siquiera tan elaborada- de limitaciones o indefiniciones propias? Pero en el fondo, lo que criticas no existe. No es “bueno” o “malo” desde su propio lado. No hay tal.

Todo lo que se encuentra compuesto de causas y condiciones, depende para existir de esas causas y condiciones. Por tanto, es igualmente imposible que exista de modo autónomo, de modo inherente. Un pintor no es “fantástico” para exactamente todo el público. Es más, habrá quienes ni lo conozcan, o en su propio seno familiar podrá haber quien no le guste su plástica. No hay tal identidad sólida y estable. El licenciado que exige que lo “licencien” en cualquier plática como apelativo de respeto y nobleza, ¿en dónde tiene esa “lincenciatureidad”? ¿A dónde vaya lo tendrán que decir “Lic” con tan sólo verlo? No es pobre e infantil pensar esto?

El hecho de que hables, depende de palabras. Y éstas a su vez, del habla y de la lengua que tus padres te enseñaron. A su vez, a tus padres fueron mostradas por tus abuelos. ¿Cuántas veces crees que TUS palabras TE pertenecen? (incluso lo aseveras) En más de un sentido se puede afirmar que les pertenecen a muchos otros. Dejaron de ser tuyas. ¿De quién son, pues? ¿Dónde guardan su identidad?


Por ejemplo, voltea a ver algo. Una ventana, un puerta. Cuando logras ver que eso está compuesto de partes y que depende de causas y condiciones para que aparezca en tu campo sensorial como "existente", es cuando comprendes que no necesariamente "existe del modo que lo ves". Pero la puerta parece tener una sustancia propia, en sí misma. Encima, la juzgamos tajante y fácilmente como "fea", "bonita", “vieja”, “útil”, o cuando muy elaborados, como "elegante" o hasta "retro".

No es más que un complejo de partes. ¿En dónde está la parte de la puerta que si quitamos deja de ser “puerta”? Como verás, el error está en pensar que el objeto designado es lo mismo que la base de designación de dicho objeto. La puerta no es sus partes. No hay identidad intrínseca. Sólo una designación conceptual para darnos a entender.

Lo mismo pasa con nosotros. Nos vamos con la finta de creer que somos poseedores inherentes de cualidades. Nos erigimos como "universitarios", "gerentes", "emos", y hasta "nacos".

Esta construcción de seres falsos, fantásticos, como podrás ver, es fantásticamente falsa.

La creencia inercial y aprendida de tomar lo que perciben nuestros -de por sí limitados- sentidos como un hecho, hace que aceptemos la realidad tal cual nos es presentada, e interpretarla como una carga repleta de identidad inherente dispuesta a ser juzgada, criticada y hasta coleccionada.

Esto es un reto a la manera en la que percibimos a la puerta, al mundo, y naturalmente a uno mismo. De ahí que el elaborado proceso para que podamos designar a un objeto como "fantástico", sea no menos “fantástico” y nos recuerde tan frágiles como la realidad.

Finalmente darnos cuenta de las reglas del juego, hace que podamos acercarnos a él.

Fantástico, ¿no?

Instrucciones para comer un taco




Dicen que hasta para masticar, se debe tener estilo.

Cuando se trata de comida, pero en especial de tacos, la actitud para ignorar las formas y envolverse en una tortilla afloran.

Desde que llegas a la taquería, con fiero apetito, se gestan indicios de lo que ahí ocurrirá: pasas por el trompo de carne -con un levantamiento armado de saliva y la mirada de niño regañado que juega con el borde de un mantel (anexa 20 minutos de regaño si te toca hacer fila de espera para ocupar mesa)- rumbo a la mesa de tu predilección.

Cuando esquivas las sillas con orgullosos y alegres comensales (por tener en sus fauces un pedazo del taco por el cual organizarías una revuelta popular), es imposible dejar de registrar con topográfica precisión sus platos, mientras envían sin descaro una mirada insecticida para enviarte a sentar a tu mesa.

Al llegar a tu lugar, tienes hecha micrométrico detalle tu orden. Sin embargo, los minutos de conversación previa y los meseros hostigados por tus ahora archienemigos comensales de junto, conflagran la espera que valdría la pena soportar, pero con un taco enfrente.

Es el momento donde la realidad parece entrar en Slow Motion Mode.

Los meseros y sus interminables pedidos parecen ni siquiera percibir sensorial o conceptualmente la mesa del rincón. Mucho menos, tu hambre.

Mientras, con malabares y dotes de prestidigitación, pasan de largo dejando una estela de imágenes olfativas como postales que te envían los tacos a prisión.

Naturalmente, la plática en ese instante debe ser respondida con un "ajá" o un "quién sabe". En realidad lo único que suplicas es que se acerque algún misionero del buen sabor y entregue la declaratoria de enajenación de tu hambre en una comanda.

Cuando al fin este noble gesto de humildad se consuma, se deberá de esperar otras punitivas rondas a la decisión, indecisión, correcciones, apuntes finales y epílogo de cada uno de tus acompañantes para descubrir lo que los señores desean ordenar.

Por supuesto, cuando por fin llega tu turno, sabes que podrías escribir en Sánscrito o Braille tu pedido, dada la certeza que acompaña tu letra (al apetito).

Y viene otra espera que sólo se equipara a la de un aeropuerto. Quisieras ser oriental y tener la venia social para quitarte los zapatos y echarte en dos sillas a dormir.

Para este momento, ya habrás metamorfoseado al capitán (de la embarcación del olor y no así del sabor) con todo tipo de figuras y alebrijes, espolvoreadas con cebolla y cilantro.

Y al aparecerse con la charola en mano, naturalmente enmudece la esfera de las sensaciones táctiles.

(Pude haber alargado los recorridos del mesero tres o cuatro párrafos más, pero en beneficio de tus ojos y del apetito generado, mejor lo dejo así)

Uno toma el taco con sutileza y masculinidad: pulgar e índice encontrados en el mudra de la atención sostenida en el taco de pastor. El dedo índice se eleva, como un perro recibe al amo (y luego éste último recibe al primero en forma de taco).

El codo de la mano que sostiene el taco apunta al flanco del extraño enemigo que más osare profanar con su planta tu taco.

La inclinación de la cabeza debe ser intuitiva pero precisamente a unos 30°, para rectificar que es al taco al que se le rinde tributo y pleitesía, y nunca el taco podrá ser inclinado, ya que se pierde la gracia del ritual, y de la salsa que se chorrea.

El cuerpo se debe arquear ligeramente (aunque estés sentado). Esto genera una vibración que ninguna ciencia entendería, pero que la élite gastronómica de cualquier puesto siempre agradecerá, notará y aceptará.

Y es entonces, cuando la boca abraza al taco (y viceversa) en una erupción de implosiones generadas por la salsa, el limón, la carne, o la escrupulosa mixtura de todos estos. Se trata de un momento tan esperado, que se acaba de ir, pero viene otro. Las glándulas salivales salen al encuentro de las sudoríparas en franco aquelarre de sabor.

Naturalmente, y con la boca aún repleta, la comunicación no verbal regresará a sus precámbricos orígenes para solicitar al mesero -a distancia y gesticulando- otros diez.

“Pero si tiene nueve en el plato, jovenazo”, se atreve el insolente mesero (mismo que será tajantemente reportado ante el gerente y las autoridades del taco. Con la mirada igualmente llena que los cachetes basta, para hacer saber al mesero que está cometiendo un error. Grave.

¿Cómo te sabe el taco 52 (si pudieras acceder a él)?
¿Igual que la primera mordida del 1?

Cuando reconoces que el sabor no está en el taco, es cuando sobreviene esa exquisita (más que el pastor) oportunidad de re-conocer y re-plantear, incluso, dónde ubicar los apegos.

Ya repleto en grasa (tanto las manos como las capas geológicas que hay en la encía), no te queda más que pedir para llevar lo que parecen restos humanos y despenalizar la conducta del mesero.

Sales de ahí volteando al frente (no vaya a ser que se te antoje uno de maciza de un plato contiguo) y disciplinado. Difícilmente puedes sentarte. Traes un embrión de tacos dentro. Juras no volver a hacerlo.

Hasta que te vuelva a dar hambre, por supuesto.

viernes, 3 de abril de 2009

Appearances to the Mind




Sometimes in my dreams there are women...When such dreams happen, immediately I remember, 'I am a monk.'...It is very important to analyze 'What is the real benefit of sexual desire?' The appearance of a beautiful face or a beautiful body - as many scriptures describe - no matter how beautiful, they essentially decompose into a skeleton. When we penetrate to its human flesh and bones, there is no beauty, is there? A couple in a sexual experience is happy for that moment. Then very soon trouble begins.


>The XIV Dalai Lama, Tenzin Gyatso