domingo, 31 de mayo de 2009

Instrucciones para declarar nada



El mundo, la sociedad y hasta el SAT nos piden declarar.

Lo primero que haces al llegar y dejar un país es declarar. La alfombra roja internacional es extendida con la confianza y hermandad entre los hombres que sólo pueden brindar las largas filas, los jetones oficiales y las entretenidas formas migratorias que remplazan un sudoku, la lectura de esa revista de compras inútiles, o simplemente ver por la ventana lo que parece una fantasía.

Cuando tienes el honor de pisar un Ministerio Público, naturalmente -entre todas las atenciones y protocolo de bienvenida- tendrás que declarar ante un elegante consejo.

Recuerdo cuando a los trece años uno reconocía en una declaración, que la chava de enfrente sería oficialmente una novia, o una nostalgia dolorosa. Pero sin la respectiva declaración, nada era oficial. Para bien o para mal.

Una guerra se mantiene "fría" si no es declarada, por lo que patadas, amenazas e insultos se harán veladamente y con sonrisa abyecta. Entre gobiernos como entre personas.

Si alguien decide laborar en el gobierno, a diferencia de las cabezas decisoras y líderes que no tienen tiempo para hoscos trámites (pero sí para contabilidades creativas y política ficción), deberá hacer una divertida declaración patrimonial.

Y una de las desventajas más serias de crecer, es que hay que declarar impuestos como si fuera esto en sí mismo, un impuesto a las libertades adquiridas. Probablemente cuando sea evidente que los impuestos son utilizados sabia y eficientemente, dejen de ser impuestos y figuren como la más noble expresión del sentido altruista de una sociedad. Mientras, no dejan de ser una patada en el trasero por donde se le vean.

Una declaración supone un acto comunicativo el cual no necesariamente presenta un registro honesto, cuando por naturaleza del acto tendría que ser de ese modo. Declaras porque se te pide o porque debes de hacerlo. Estás compartiendo información de un modo formal. Sueltas la sopa, vaya.

En cualquiera de los casos arriba mencionados se dan poses, oficios mentales, tergiversaciones de la realidad y por ende, usualmente se da una falta de la titularidad del espectro de la conciencia.

Bajo esta óptica, valdría comprender la magia del dictum que reza "si no tienes cómo mejorar el silencio, simplemente no lo hagas".

El lenguaje viciado por la discursividad, saturado de autoimagen proyectiva, convierte al sentido de la comunicación en retazos convencionales, saturados de lugares comunes.

La declaración de Derechos Humanos, como cualquier otra declaración, debe entrañar un consenso básico con la naturaleza de la realidad donde sustenta su navegar.

Por eso el problema del fundamento es su contenido. Y por coherencia y congruencia, mientras no se aclare la estructura y fundamentación de la propia conciencia, valdrá por el momento, refrenarse a declarar.

Esto es un sinónimo de hacer una pausa en la vida dominada por impulsos y hábitos compulsivos basados en la proliferación y literal esclavitud ante estímulos sensoriales que temporalmente nos abrigan con la idea de ser dadores de placer.

Frente a esta compulsividad envuelta en vida, puede ser legítimo declarar nada y simplemente voltearse a ver adentro. Sin pretensión, ni prejuicio, ni declaratoria alguna.

Protesto lo necesario.

jueves, 28 de mayo de 2009

Instrucciones para decir Adiós



No es una palabra fácil.

Por un lado conforma una cadena emocional de alejamiento. Por el otro se trata de una palabra cargada de responsabilidad encargada a un tercero.


“Adiós”, literalmente es la contracción de “a dios encomiendo tu alma”. De ese modo le encargas a la deidad de tu elección el rumbo de tu interlocutor, para que haga lo que le plazca, tanto al encargado, como al tutor.

Decir adiós puede ser común y muy simple, o puede significar una decisión definitiva y no por ello simple. Ya sea para salir rumbo al trabajo, o al terminar una llamada telefónica, uno puede por costumbre despedirse de este modo.

Pero un adiós puede proferir tristezas o fragmentaciones de confitura delicada para la capa más frágil del apego: la impermanencia.

Hay adioses (sin que suene politeísta o Avant Garde) que son para llevar. Parecieran bienvenir cataratas de imágenes y cavilaciones que lo último que generan es una despedida congruente a la palabra. Por el contrario, son ediciones remasterizadas de lamentaciones y telenovelas ni siquiera advertidas por nuestra parte consciente.

Hay otros adioses, pírricos y mediocres. Lambiscones (con su propia desazón) o por lo menos timoratos: Bye, Besos, TQM y parafernalia adolescente que evoca distancia kitsch y lugares comunes indiscriminados. Algo casi tan violento como mandar un beso a distancia cuando te despides en persona. Decir “Bye, te cuidas” mientras besas tu propia mano y la agitas en franca señal de “Estás loco si crees que me acercaré a los linderos de tu sucia mejilla a concluir un saludo”, no hace sino confirmar que la cultura del desperdicio y la distancia se apoderan sigilosamente de mentes desprovistas, de al menos un valor. El de la congruencia con la realidad. Sería tan factible como querer terminar una conversación en persona, buscando un emoticon para lanzarlo en lugar de la atención y elegancia de la calidez.

Tanto el saludo como la despedida tienen códigos propios. Se tratan, desde que dos se identificaron como afines, de rituales donde se intercambian sendos agentes, entre ellos, energía y respeto, receptividad y decoro.

En un aeropuerto y en una funeraria se respiran distintos tipos de adioses. Y es aquí cuando la merma emocional suele llevar consigo arrepentimiento por la incapacidad de al menos haberse despedido –ya no con profundidad- sino con actitud.

Pero uno no necesita experimentar un adiós hacia otra persona. Sobran –por desgracia- ocasiones en las que uno –sin siquiera advertirlo- se dice “adiós” a sí mismo del modo más inclemente y frívolo. Incluso cuando se dice “hola “ y en realidad se quería decir “adiós”, o viceversa. El negociar lo no negociable, o no negociar lo negociable, irreductiblemente se transforma en un adiós hacia uno mismo.

Pero hay adioses dignos. No todo es chantilly sobre oropel.
Saber decir adiós en un momento clave, y hacerlo con madurez, dignidad y conciencia, puede generar un estado de franca precisión evolutiva desde el punto de vista de la impermanencia. Reconocer que el cambio es una constante y la inflexibilidad una predicción segura de problemas y dolor, hace que tarde o temprano se blanda la ductibilidad no encontrada por ceguera y necedad egoísta.

Léase, pues, al adiós como una afilada y nada simple espada de Damocles. Igual puede comunicar y trascender como un vector comunicativo claro, como arrojar precisamente lo contrario. Además cabe la viabilidad de que sea un cortés gesto en tiempo presente que evoca un fuerte deseo por un devenir mejor.

Adiós no es una palabra fácil.
Menos aún lo que integra en su etimología y en su práctica.

Adiós.

viernes, 22 de mayo de 2009

Instrucciones para vivir como mexicano





Nadie dijo que era sencillo. Ni en este o en otro país.

Pero por lo menos en estos aciagos meses, pareciera que ser mexicano conlleva algunos pícaros grados más de complejidad.

Y es que estar en medio de Centroamérica (en ocasiones confundido con esta región) y Estados Unidos no es precisamente una posición geopolítica privilegiada, viéndolo desde aristas de migración, economía, cultura de masas y hasta sociológicas..

Pero es aquí donde vivimos y valdrá más entender la lógica de la vida cotidiana para trascender las limitantes que reiteramos y proyectamos como neuróticos condicionamientos, a simplemente orbitar por los días como window shopper en centro comercial.

Para ser mexicano, uno no sólo tiene que ser víctima de su gobierno, sino aprender a estoicamente soportarlo. Con declaraciones y rectificaciones de expresidentes que incriminan a sucesores (y luego se ridiculizan al grado de aludir pobreza mental), empresarios videograbadores y oscuros hasta el iris en posición de defensa, llegando a fugas (fiestas) de reos abiertamente cobijadas por las autoridades, mismas que se deslindan con cara y manos de “yo no fui”.

México Mágico. Todo esto, en tiempos post AH1N1. Parece que lo que muchos gritan acerca del franco estado de ingobernabilidad, pendula en una especie de administración del desorden o cleptocracia representativa, misma que es evidente, pero la soportamos y toleramos cual Pípila.

No sólo son necesarias agallas para validar saqueos burlesques, tanto de expresidentes rancheros con fincas nuevas y esposas-sanguijuelas, gobernadores maratonistas que encuentran atajos en la ruta, como miembros de la oposición que se roban hasta las ligas de los fajos de sobornos y favores.

Sí, pareciera un libreto de Alan Moore o una broma mal jugada.

El poder para el mexicano suele ser algo más peligroso que una espada de Damocles. Excedido en el ego y con iniciativa subestimada, generaciones de mafias confinan a un pueblo que parece no cansarse de que le vean la cara con los métodos más creativos y al mismo tiempo los más cínicos y burdos.

Parece ser -en otra forma del egoísmo- que mientras no se metan con la familia y la tranquilidad doméstica, pueden hacer lo que gusten.

Aguantamos tránsito vehicular que hermana la espera. Por si esto fuera poco, sabemos que los tiempos electorales dictan pautas fluorescentes, y soportamos bloqueos multizonales que contendrán por algunas temporadas el desastre urbanístico en el que nos enredamos. Pero postes y objetos disponibles al dispendio electorero, empiezan a ser cobijados con basura que todos fustigamos.

También hemos aprendido a entender policías obesos, que encuentran en parte de sus funciones, bloquear calles con los restos geológicos de sus patrullas para reinterpretar la vialidad desde sus propias córneas.

Y si no bastara, sabemos de la natural oleada de promesas de nuevas corporaciones, nuevos jefes, nuevos incentivos; pero en la calle, la extorsión, el soborno, la trampa y hasta la complicidad con cuadros criminales dejan de ser noticia por erigirse en abierta, cruel y sórdida realidad.

Una contaminación segmentada y diversificada mantiene distraída la mente por si no había suficiente adrenalina. Desde la infame sobreestimulación visual, hasta una que es sonora y ambiental, no vacilamos hasta dar cobijo con la idea mundial de haber sido padrinos del cuate AH1N1, sus caprichos y arbitrariedades globales.

La motivación laboral con trucos de empleadores para no contratar personal y no pagar lo justo, al mismo tiempo que la ineficiencia de personal dispuesto a chatear lo imposible con tal de parecer que trabaja su jornada completa, es –en ocasiones- cómicamente aderezada por sindicatos que ponen el chantilly en la escena productiva.

Pareciera que México funciona por obra de la Santa Madre y Patrona de todas las Casualidades y Milagros, misma que es honesta, ordenada, productiva, eficiente, recta, ética y altruista. Sólo así se entendería cómo un engranaje tan impedido de oportunidades, las va generando al día con esfuerzos dislocados o abyectos, pero con la congruencia que sólo una divertida y típica mística del desasosiego momentáneo puede ponderar.

Pero como buenos mexicanos, seguramente habremos de descomponer el juguete sin siquiera haber preguntado por la existencia de instrucciones.

¡Qué diablos!

viernes, 1 de mayo de 2009

Instrucciones para colocarse un cubrebocas


El miedo a un desastre hace que todo mundo responda de un modo que fortalece el desastre.
-Bertrand Russell

Fue cuando el pánico estornudó en la cara y la incógnita superó al caso Mouriño, a la guerra contra el narco y a la crisis.

Todos sabían que iba a suceder, pero no cómo ni dónde. Menos aún cuándo. El enemigo público ahora es rebautizado. No es más el virus de la influenza porcina. Tiene un nombre más táctico: Influenza A H1N1.

Y es enemigo y es público porque desató, en muchas vertientes, lo que nadie. Por un lado, la exigua cultura de prevención en México despertó una realidad tangible: las calles del DF literalmente están desangeladas. Los pocos transeúntes, con la insignia del momento: el cubrebocas.

Un ente 600 veces más pequeño que una célula, aparentemente en una granja de Veracruz, vino a evidenciar la fragilidad del ser humano.

"Témele a lo invisible, porque desconoces el tamaño y la furia del enemigo", reza un dicho popular.

Y es ante lo desconocido que operan múltiples facetas en la respuesta que damos al fenómeno, como sociedad y cultura: los rumores, las pláticas de taxi o en casa no pierden oportunidad para dudar acerca de "el teatrito éste".

La falta de credibilidad del gobierno detona que el pueblo suponga que se oculta información ante una situación alarmante, o que se trate de una ya conocida "cortina de humo".

Más que extremar posiciones en cualquiera de los polos, valdría excavar en lo profundo: ¿Por qué si una empresa particular supo del brote del virus a inicios de abril, fue hasta el 23 de ese mes que se dio a conocer? ¿Por qué el número de muertes en México es mucho mayor que cualquier otra parte del mundo? ¿Por qué brota precisamente en nuestro país? ¿Cuáles son los factores que determinaron la mutación de este virus, para poder prevenir nuevos brotes?

Hay como seguramente lo has atestiguado, información de todo tamaño, color y ángulo.

La responsabilidad y el criterio para abordar, filtrar e interpretar esa información es lo que distinguirá a una persona informada, de una contagiada por la confusión informativa.

Precisamente los rumores, la desinformación, el ego en busca de la primicia y la manifestación cultural de hacer de una tragedia una comedia (habrás escuchado la cumbia de la Influenza), han tenido un comportamiento precisamente viral en Internet.

Va a resultar interesante y no menos paradójico, cómo un sistema interconectado de información se comporta en la transmisión de información (o desinformación), de modo paralelo a una cobertura de una pandemia viral.

Y esto -información- es algo que en este tipo de crisis (sobre crisis), debe de quedar brillantemente claro para formar opinión, mantener un estado de alerta y tomar decisiones a tiempo.

Cuando un discurso oficial no es claro y específico y además deja más dudas al aire de las que pudo resolver, generará naturales rumores y diretes contiguos, especialmente ante un pueblo incrédulo por una serie de sucesos inéditos, que se quedan suspendidos en el aire, sin explicación, al paso de los años.

En este caso, diversas teorías se esparcen sin mesura: se habla ya en Internet del oportunismo de Estados Unidos y el G7 en torno a un préstamo económico; el rumor de que los laboratorios levantarían la crisis global; ideas que versan en la excusa perfecta para aplicar una política antiinmigrante completamente restrictiva; notas que hablan de un contagio perpetrado por musulmanes contra estadounidenses utilizando a mexicanos como portadores; apuntes que consideran que el virus fue creado para infectar a Obama en su visita a México.

Es precisamente aquí, donde está la cepa más peligros y donde uno debería evitar ser foco de contagio. Informarse con suficientes y robustas fuentes, asegurarse que la data recolectada tiene sustento y queda perfectamente clara, verificar y validar datos haciendo de lado o entrecomillando opiniones personales, para entonces -si así se desea- expresar una opinión fundamentada, es menester ante este tipo de fenómenos.

Por eso cuando salgo a la calle y veo a la gente con tapabocas, me gustaría pensar que metafóricamente lo portan porque saben que si no tienen una forma más elegante de vencer al silencio, no lo harán.