sábado, 30 de octubre de 2010

Instrucciones para replantear (casi) cualquier cosa



No existe el presente; lo que así llamamos no es otra cosa que el punto de unión del futuro con el pasado

-Michel Eyquem de Montaigne


La vida se escurre en cualquier cosa. Sea una necedad (necesaria o innecesaria), pero se va, se esfuma en ganarse la vida sin reparar si le sumas años a la vida, o vida a los años.

Cualquier cosa tiene como característica la capacidad de ser delimitada. Cualquier cosa opera como referente y conversación. Cualquier cosa importa como importa un recuerdo no obtenido acerca, precisamente, de cualquier cosa.

Hasta hace unos días, el único recuerdo de la oportunidad  para repensar algo era algún recuerdo que de gorrón pisaba el lobby mental, tan despreocupado e inerte como su padre, el hubiera.

Para escuchar el pasado hay que sincronizarse con él. No hay peor error que escuchar un acetato en las revoluciones erróneas. Si piensas tu pasado con la perspectiva del presente, las memorias crecerán como enemistad de lo que pudo ser y sus fantasmas gobernarán las noches del futuro.

La reminiscencia de un tiempo que no es ahora trae por resultado el aroma costumbrista de pudrirse a sí mismo (y a sus congéneres) en un acto más bien discursivo y aéreo, prófugo de lo único que en realidad está aconteciendo: el presente.

Bajo esa premisa sería tonto repensar algo.

Pero si se repiensa esto (o algo) y se entiende que ser y tiempo son exclusivamente conceptos que utilizamos para designar algo que no necesariamente tienen la delimitación que concebimos, estaremos ante un problema que ni Heidegger imaginó: voltear al pasado carecerá de importancia, del mismo modo que asomarse al futuro. Y en este caso, el presente dejaría de existir como se entiende por ser el único tiempo conceptual tasado en sucesiones hiladas y no siempre provistas de atención a sí mismas.

Por ejemplo: Si existiera el presente, ¿cuánto dura?  Pero lo que se concibe como presente es una desaprovechada circunstancia que pudo ser y ni siquiera se entendió cómo. Perseguir la añoranza o la expectativa nos hace más brutos de lo que pueda pensarse y pone en entredicho la razón de ser de uno.

¿O hay plena conciencia de que se está desperdiciando la misma para repensar cómo se extraña al ‘ya sabes quién’?

Replantea el tema. Revisa el contexto. Recurre a la locura (toda locura tiene un método, según Shakespeare). Revuelve los consejos. Resume todo concepto. Estíralo e ignóralo, ya que se trata de un concepto, de un juego, de un efluvio. Revisa las consecuencias. Revive lo no ocurrido.

Replantear la instrucción parecería tanto como oprimir pausa y en slow motion buscar el momento que indica el sustento anímico como para agregar el "re" sin temor a la represalia egoíca que tiene que venir como el grito sigue al manazo.

¿Qué otro regaño puede aparecer en este cuadrilátero, que el del apego a un momento bañado en Chantilly y chispas multicolor, digno de ser enmarcado por todo tipo de arquetipos?

La remembranza impide la claridad. Si bien la palabra "recordar" tiene que ver con la palabra corazón, el mismo corazón -por medio de su diario accionar- registra la función de la concentración en Justo-Este-Momento como elemento no negociable en este tránsito vital.

Tal vez por eso no se pueda repensar, sino recuperar. Especialmente tiempo.
Biography lends to death a new terror.
Happy Halloween.


viernes, 22 de octubre de 2010

Instrucciones para recostarse en un diván



            Exponte a tu miedo más profundo. Después de eso el miedo no tendrá ya poder, y de ese modo el miedo a la libertad menguará y desaparecerá. Estarás libre.

                                             -Jim Morrison

No se nos habría ocurrido si no hubiera algo con lo que se nos ocurriera, y que en lugar de usarlo como herramienta, tristemente se goza como paleta placebo (sin ojos ni boca de vomita).

Entrar al cuarto húmedo, lúgubre, pero disfrazado de paz con reconocimientos, libros y artificios de sabiduría en cada esquina es como permitir ser inyectado para salir de tu zona de confort y de ese piquete drenar los miedos y angustias que ni tú sabías que podías cultivar (y amaestrar).

Primero tienes que saludar con Disney-face, hacer de cuenta que todo mundo ahí adentro se encuentra erróneamente en la salita de espera (como en un planetoide repentino) o por un azar difícil de sobornar. Luego esperar como la vaca que entra al matadero y echa bronca a la que pretende meterse a la fila, sobreviene el frío de saludar al preguntón oficial que ni siquiera sabes si está más higiénico o no que tú, pero lo eriges en solucionador de problemas ajenos, o por lo menos así lo pretendes ver.

Treparte al mueble no es como decir hasta mañana. Lo que dirás de modo relajado y hasta abrupto y sin orden, manifiesta aquello que te gustaría decir sin la persona que tienes enfrente, pero que de otro modo, y por tus propias creencias, no lo has hecho.

La prueba-error pierde sentido cuando éste queda diluido en una programación a traspié que es entendida como arte de alivianarse y no intensear, así sea por un ratito.

Más valdría por eso, recostarte en una cama de clavos y ser consecuente con el drama: el común denominador de la otra cara de un ego flatulento que, en este caso, usa los problemas para erigirse como centro de gravedad de ese universo y concebir que se es blanco de todo tipo de complós siderales.

Para salir de una bronca hay que entrar a ella, y usualmente es lo que más flojera da en espera de un Ayatola que venga y lo saque a uno del lodazal para transportarlo a un jacuzzi. Para nosotros, los problemas son externos, y por lo mismo es impensable reparar en una corresponsabilidad adulta. “Al fin que dialgo nos habremos de morir…”

Pero cuando como tabla de estrellas con el hecho de que el valor de todo esto radica en las repercusiones, el sabor y la textura del mensaje anidan lo que ya no es interpretación, sino experiencia evidente. En saber que sí hay repercusiones y que son causa y efecto, tanto de estar recostado chillando las broncas, como de hacer un Premium delivery de tus fobias, traumas y eventos histórica e histriónicamente incomprendidos a otro lado.

Por eso es tan divertida la vibra en estos lugares. Porque todo mundo aquí cree que hay víctimas y victimarios, y bajo una dinámica así, lo más certero es la risa, que permite, por lo menos, entender que en un diván, se arregla todo. Hasta la misma percepción del diván.

viernes, 15 de octubre de 2010

Instrucciones para encender un cigarro




                     Aunque no sea honesto por naturaleza, lo soy por así sea por casualidad
                                               -Shakespeare


Quien piense que los placeres entendidos como premio a simplemente existir no tienen un precio que muchas veces deberá ser pagado en una sola exhibición, tiene contundentes problemas. 

Al parecer esto es muy simple: si lo disfrutas es porque, dispuesto o no, consciente o no, dicho placer es limitado tanto en tiempo como en espacio.

Y más que tener esto, un tinte abiertamente aguafiestero en tiempos donde el desmadre pasa de ser de sustituta a definitiva religión, se trata de una de las reglas del juego del principio de realidad en el que independientemente al hecho de que coincidas o no con esto, así opera: hay una consecuencia para cada causa puesta en marcha.

¿Qué quieres? Yo ni tomé ni decisión ni dictado al respecto. Como tú, reboté en este pavimento, como muñequito de Wii, y empecé a caminar hasta que comprendí que el chiste del juego era, precisamente, encontrar las instrucciones del mismo.

Por eso se siente horrible ver a alguien que rebosando energía y glamour parece desempeñarse en el cuadro vital como si no hubiera consecuencias, como si no hubiera algo qué buscar, como si le sintiera bien arrastrar un cometido. Es la persona que se va a dormir con la certeza de que despertará mañana. Como algo dado, sin la menor introspección ni perspectiva. Con la desesperación de tener lo obvio frente a los ojos, pero de tan cerca, ignorarlo por completo.

Todo placer es fugitivo. No es advertencia, es una observación. Y lo es porque se trata de una designación que tiene dueño con carga subjetiva e igualmente cambiante al respecto de precisamente todo. ¿O tu idea de tu primera pareja en la vida sigue siendo exactamente la misma que la de ese primer día? La trampa más elegante del placer es hacernos suponer que puede durar. Enterrados en dicha suposición subyacen prejuicios, condicionamientos y sobre todo costumbre. ¿O te has puesto a revisar cómo opera toda esta puesta en escena, con detenimiento crítico? ¿Has visto cómo hay personas que buscan a toda costa involucrarse en una lucha que está a priori garantizada para ser perdida, contra el tiempo? ¿Notas cómo surgen nuevos productos, anuncios y estrategias para lucir y parecer más joven, como si la edad por sí misma fuera una condicionante padecer o disfrutar? ¿Te das cuenta cómo pasa el tiempo en ti, y cuál es tu respuesta en torno a esto, tomando en cuenta que hay una regeneración celular, al menos cada 21 días?

Lo valioso del placer de darte cuenta estriba en la oportuna posibilidad de aligerar cargas condicionadas por el hábito socializado y automático que no hacen sino masificar y masticar la cordura y buen gusto de orientar el juego.

Un juego donde las reglas están escondidas, pero están. ¿Y no será que el tropiezo con la misma piedra, que el padecimiento de esa broncota que te raspa el lóbulo frontal, que tus preocupaciones y padecimientos tengan que ver con la incapacidad de comprender y conducir tu tránsito con base en estas reglas?

Lo más elegante que nos pudo hacer la vida, o quien haya orquestado el rally, es hacer que generemos interés o curiosidad por buscar las propias instrucciones de éste.

Pero si eso no genera el menor dejo de placer para ti, entonces préndete un cigarrito y lee otra cosita.

sábado, 9 de octubre de 2010

Instrucciones para fruncir el ceño

Somos seres mágicos
Y pensar que nos empeñamos en tan sólo ser personas

-Tulku Ulgyen Rinpoché

Echad bronca los unos a los otros. Pareciera que este versículo opera como mandamiento exclusivo y es rector de la estructura de comportamiento ante cualquier situación en la que se pueda, fácil y generosamente, echar un poco de bronca.


Tal vez no sea materia de reflexión diaria mientras haces tus poderosos pilates, navegas en el tránsito o en internet, pero la bronca verdadera pudiera ser otra, la que tiene un curioso sustento generalizado y se llama desesperación.
 

Uno suele desesperarse por cualquier cosa. Difícilmente puedes quedarte quieto haciendo una fila, y buscas que aparezca una gaviota (sin ser Peña Nieto) en tu celular, o bien, le das rienda suelta a tu mente y su discurso.
 

Pero una desesperación aún más riesgosa es la que te orilla a prenderte y enojarte pensando que es natural o que te hará ver interesante. Lo cierto es que este enojo basado en la falta de la práctica de la paciencia tiene que ver con una deficiencia que proyecta una enorme inhabilidad de arreglar las cosas con madurez, ingenio y estilo.
 

Seguro que en cada quark con el que interactúas existen varias opciones, de las cuales, tú eres el único responsable. Por un lado, existe la posibilidad de montar en cólera, suponer y asumir que todo es personal, o mantener la más elegante postura y recurrir al principio (teórico) de nuestra especie: el ser que se da cuenta de que se está dando cuenta (homo sapiens sapiens).
 

Si lanzas bronca o no, es tu imperial predilección, sólo que habrás ignorado que en el poco advertido trazo del largo plazo, que somos un hilo conductor (sumamente predecible): cada acción y reacción generará una impresión que refuerza la familiaridad para ser reiterada la siguiente ocasión, incluso hasta con dejo de automatización y hasta gesto zombie: en automático te enojarás. ¿O no conoces a los “mecha corta”?
 

Y en lugar de hacer algo urgente al respecto, ¡se siguen enojando! Por ello, lo más viable para enojarte es practicarlo. Y no te enojes –por favor- si lees aquí un “no te enojes”.
 

No echar bronca parece tan difícil en un mundo donde todo es un complot en tu contra, desde el bache que calculó el trayecto de tu llanta, hasta que haya amanecido el día con dos grados centígrados más, o menos, a elegir. Todo puede ser objeto de tu ira: si bloquearon unas calles, si el político en turno soltó una flemática declaración, si no te salieron las cosas justo como lo tramabas…
 

Sin la menor pretensión samaritana, estas letras lo único que buscan es voltear a ver -estudiar si se quiere- un comportamiento condicionado por la reiteratividad y el abandono de la cualidad de ponderación, que es lo que finalmente nos erige en homos que saben que saben.
 

Por ello, por meloso que se lea, un extraordinario antídoto para evitar aglomerarte con dificultades y músculos tensos, radica en el espontáneo y simple acto de generar paciencia, sin que esto se vea como permitir que el mundo pase por encima. Es el acto voluntario de tomar perspectiva y evitar reacciones incendiarias que lo único que generarán es que se multiplique y acidule el problema.

Alguna vez le escuché a un profesor que los seres humanos somos máquinas de generar problemas. Y tal vez el problema mayúsculo, en sí mismo, es que nos impedimos de ser personas solucionadoras de éstos.