miércoles, 20 de abril de 2011

Instrucciones para fumar un cigarrillo


Antes que otra letra suceda, he de aceptar que me cae rebien la palabra cigarrillo. De inmediato me remite al gallardo Hombre del Eterno Cigarrillo (Alberto Vázquez). ¿Qué personalidad puede cargar un sujeto para que se distinga por un diminuto taco de tabaco?

La misma pregunta cabe cuando alguien cierra su compu, enruta su extensión, baja 10 pisos, y en el vestíbulo del edificio se para con ninguna otra reflexiva soledad que la de su sombra, y enciende el cigarro.

Para fumar se requiere estampa y gracia. No todo mundo sostiene la tensión del cigarrillo en sus falanges ni mucho menos (se) contamina con visión de largo plazo.

Y al respecto de cómo sacar el humo, la gente siempre agradece algún tipo de suerte acrobática como las divertidas donas a las cuales hay que inyectarles el hilo de humo en medio. Y en el entuerto del cómo, siempre irá el qué. Humo somos y el humo respiraremos. 

Por lo menos que sea con gusto.

Lo interesante es ver cómo cambian las ópticas en torno a la visión del cigarro, sin necesidad de reparar en el sujeto observador y sus múltiples acechanzas del todo salpicadas de lo que sea que traiga a rastras.

En un momento, fumar era propio de hombres y las mujeres que perpetraban este atrevimiento eran vistas como rebeldes maliciosas. Hoy parece perder furor el restregar bocanadas por doquier en beneficio de la cultura green que pudo más al voltear a ver el estado del planeta.

Pero cuando uno está ahí, solito y fumándose camiones, peatones y caca de aves varias, nada parece restar importancia a la humadera.

La postal es polisémica: por un lado parece que estás viendo al Pensador de Rodin con tabaco en mano, a punto de resolver el problema del objetivo ulterior del humano como especie.

Por otro lado ves a alguien sabiendo perfecta y monocrómicamente (el humo -ni nada- tiene color) cómo emplear ingeniosamente siete minutos de ocio en abrazar y soltar humo.

Por lo menos de esta acción mecánica se desprende la evidencia de la estructura de un instante: humo. ¿Cómo tomas al humo? ¿Cómo lo retienes para ti y coleccionarlo?

Si en ese momento de ilustre onanismo al fumar, uno tuviera a bien importar la energía regada en sitios, personas y situaciones que no debería regarse, probablemente fumar sería lo más recomendado por todo tipo de especialistas.

lunes, 4 de abril de 2011

Instrucciones para ponerte unos lentes



Para todos aquellos que contamos con el fértil privilegio de ver borroso y así poder dudar, tanto de la claridad de la realidad, como de la validez de los sentidos, ponerse los anteojos es lo más parecido a ponerse un condón.

Hay autores de la corriente Gestalt que comparan el proceso de ver uno a uno a los ojos, con el hacer el amor. Por eso la actitud más responsable en esta promiscua fiesta de miradas, es ponerse lentes.

Cuando te cambian la graduación el mundo renace de su escuela preparatoria y parece que por fin cambió gracias a un par de cristales. En lo que no reparas en ese momento es que si esos cristales fueran rojos, el mundo para ti sería percibido como absolutamente rojo.


No imagino a un miope en tiempos prehistóricos. ¿Habría evitado cualquier tarea diaria por su imprecisión ocular? ¿O al carecer de precedente del concepto ni siquiera existía la necesidad materializada en la mente del respetable?


De ser así, habría que ponerse los lentes ante el hecho de que este conjunto de respetables que habita el 2011 cuenta con una serie inaudita de situaciones anómalas y benévolas por desarrollar, mismas que para este ojo, son llanamente inexistentes.


Es muy entretenido. Le hemos exigido al proceso de civilización diversos accesorios para sofisticar o condimentar las ventanas sensoriales. Guantes, cubrebocas, lipstick, orejeras, aretes, calcetines, zapatos y por supuesto, gafas.


Quien ose no acatar las normas elementales de armonía de la moda estará seguramente out en más de un sentido. Por ello es imprescindible auscultar con pleno sentido del colorido cualquier blanco que pueda ser negro.


Por eso tomar las dos patitas con cuidado (no vaya a ser que se descuadre lo que pretende ser curvo) y empotrarlas en el cráneo es de lo más invasivo. Tanto, que ya es plenamente normal y hasta fashion.


Seguramente como el concepto que tenían los australopitecus de sí mismos.