sábado, 31 de enero de 2009

Instrucciones para observar el reloj




Bien decía una manecilla a la otra: "apúrate, porque ahí viene el digital".


Si tan sólo la manecilla hubiera echado manecilla del registro exclusivo de lo que pasa dentro y fuera del tornillo más pequeño, del mecanismo en su conjunto, del cronógrafo, de la correa, del portador del mismo, del habitáculo en donde se encuentra dicha persona, de todos los elementos perceptibles en ese lugar, de la zona donde se encuentra dicho espacio, de las calles, avenidas, banquetas y camellones, de la ciudad por completo, tanto del conjunto de habitantes, costumbres, como de vehículos, inmuebles y personas, de un país, de las diferencias climáticas que se dan en el norte a comparación del sur, hasta la forma de hablar en diversas regiones, de un continente, de las contrastantes tradiciones, hasta la diferencia en huso horario, del planeta, de la inverosímil distribución de la riqueza, hasta las diferentes formas de percibir la realidad dependiendo de una cultura, educación y hasta religión, de un sistema solar y sus divergencias planetarias, tanto en color, constitución y formas de vida, de galaxias y las inquietantes posibilidades que muestran como alternativa a lo que suponemos absoluto, de nebulosas y cuerpos a los que ni siquiera tenemos acceso conceptual y las paradojas acerca de lo que hay después del límite mental designado como "espacio"...

Si tan sólo la manecilla se hubiera permitido ver todo esto, probablemente hubiera advertido que hay una constante en todo este juego de mesa, y se le suele nombrar como impermanencia. Todo transcurre. No hay algo estático. Ni squiera estas letras que lees. Si sometes estos caracteres a un microscopio de barrido, verás moléculas en movimiento: protones, neutrones y electrones.

¿Qué nos distingue entonces de la manecilla temerosa?

¿La incapacidad de observar que todo –TODO- está en constante movimiento? Probablemente la respuesta sea: “Por supuesto, lo veo”. Sólo que las implicaciones de este reconocimiento llevan -de principio-, desapegarse y desaferrarse a cualquier instancia con la cual interactuemos de ese modo, por la simple razón, de que será un hecho que cambie, mute, desaparezca o muera. Pareciera aguafiestas la sentencia, pero… ¿no es así esta regla del juego? (¿A quién se le habrá ocurrido este juego?)

De ahí la pregunta: ¿qué nos distingue de la manecilla temerosa?

viernes, 2 de enero de 2009

Instrucciones para cambiarse de nombre


Why isn’t there a special name for the tops of your feet?
Lily Tomlin



Habría que -en un acto puro de comprensión de la física mecánica- rodar sin fuerza de fricción alguna, como vectores en el vacío.

¿Qué es el nombre?

¿Qué lleva o guarda que sea tuyo?

¿Qué presenta y qué representa?

Hace poco -y después de firmar la cuenta de un restaurante- me quedé francamente en trance.

A pesar de que el lugar en cuestión era abiertamente caro, el proceso de introspección tuvo que ver más con el hecho de darme cuenta del extraño garabato recién grafitieado (mi firma no es precisamente un portento tipográfico ni una que American Express pueda lucir en sus anuncios).

¿Cómo por medio de unos endebles trazos puedes pagar por una comida?

(No quiero perder oportunidad para hacer notar que aparentemente, cada vez tenemos peor letra. Independientemente de las vías grafológicas que vinculan la caligrafía con el balance personal, el sesgo que la computadora y la forma de alimentar documentos, ha logrado que un proceso tan natural y personal como el hecho de escribir, quede en desuso)

El acto de la representación simbólica cobraba un espontáneo y sorprendido adepto más, pero cuando el mesero regresó la tarjeta de crédito, la grieta se volvió falla geológica.

Ver mi nombre inscrito con relieve en color plata y flanqueado por versátiles mensajes hizo que por un momento me sintiera mucho más identificado con el holograma que con mi nombre.

¿Quién es ese güey? ¿A poco ese conjunto de 23 letras era yo?

¿Te has puesto a pensar cuántos seres llevan tu mismo nombre y hasta apellidos (para los ociosos proactivos, ahí está Google)? ¿Y cuántas personas comparten la misma arquitectura fisiológica y tipología celular que tú?

¿Y cuántas veces eres tú entonces?

¿No será que ninguna?

¿No será que el nombre aparece como un artificial aderezo circunstancial que tiene por función distinguirnos temporalmente y que nosotros lo interpretamos como un proceso de identidad al cual tenemos que defender como mexicano al grito de guerra?

¿Qué cambiaría si te llamaras George Bush? ¿Sir Walter Raleigh? ¿Aristarco de Samotracia? ¿Pablo (o Pablito, a tu elección) Ruiz?

¿Eso te convertiría en la imagen de identidad con la que asociaste estas letras? ¿Entonces por qué hubo rechazo o cercanía con unas y otras?

En la universidad, César y yo nos divertíamos generando nombres para usar en situaciones especialmente auspiciosas. Algunos de los que recuerdo son: Vlady Fregoso, Manny Madariaga, Filippo Valente, Curtis O'Hara, Boris Sarraceno, Gorky Valparaíso, Arty Mc Namara, Travis Gaxiola, Branco La Fayette, Fergie Rovirosa, Chip Canseco, Gary Yoshida, Yoshi Larrazábal, Brandi Alponte, Walter Perea, Piotr Moctezuma, Otis Valverde, Foster Abdalá Fasbinder, Darío Constantine Filisbury, Gandhi López Gallaga, Cagney Barchetto, Charles Marie Botafogo, Elmer Livingston, Gamaliel Somosa, Donald Garoto, Hiroshi de Lucía, Farid Hassan Scoteg, Diógenes Fountanbleu, Archibaldo Gaete, Nikita Baldespino, Helmut Zayas, Stu Magaña Foggerty-González, Shelby Sanabria, Sergei Baltazar Bogart Corcuera, Colin Pacheco Carter, Duilio Larange Costacorta, Tupac de la Serna Romero, Caetano Formoso de la Riva, Varinia Sanremo, Lenin Buenaventura, José Guadalupe Kennedy Tizcareño...

A pesar de que en su mayoría estos nombres fueron pensados para el momento de enrolarse con las Mantarrayas de Phoenix, con el América de Cali o en el cártel de los Arellano, el fondo es que da exactamente lo mismo la combinación de letras que es tu nombre, porque está vacío de identidad intrínseca.

Lo mismo sucede con prácticamente todo lo que nos rodea, pero eso será tema en otro momento.

El punto es que te rías al recordar las veces que heroicamente saltas a defender tu nombre. ¿Qué pasa cuando alguien -sin querer- te lo cambia? ¿O cuando alguien no te llama por tu nombre? ¿O cuando tocan la fibra sensible de llamarte por tu segundo -y oculto por toda la vida- nombre? ¿O por el contrario, cuando el gerente del restaurante te habla reverencialmente por tu nombre mientras entrega el recibo y la tarjeta?

En cualquiera de los casos, esa sensación de bienestar o malestar es aquella a ser nulificada, ya que emerge como ignorancia personificada en identidad.

Ahora elige el nombre y combinación de apellidos que más te haya conmovido y sé leve con la superficie.