jueves, 12 de febrero de 2009

Instrucciones para creer comprender el amor (en tiempos de crisis)




Por un lado te congelan con el dicho “El amor es la mejor trampa que Dios te puso para perpetuar la especie”. Por otro lado te linchan internamente sentenciando que el amor –en realidad- no es más que un complejísimo compendio de procesos bioquímicos de los cuales ni siquiera tienes control.


Pero por si fuera poco, te hacen el día asegurando que en momentos de crisis económica, el comportamiento emocional y sexual es –por decir lo menos- inestable. Si al cóctel se le agrega el conjunto de fobias y desórdenes emocionales a los que somos proclives como especie, el horizonte parece digno lágrimas y -ya muy elaborados- hasta de risas.

La necesidad de contacto físico, hasta la de compartir una mala película o un mal mes, supone saber resolver diferencias –que en muchos de los casos, ni siquiera se saben resolver de manera individual.
Hay pruebas bioquímicas que se llevan a cabo con ratones –de las pocas especies mamíferas monógamas- para revisar el comportamiento afectivo de pareja. Los grandes culpables: la oxtocina, una hormona relacionada con la creación de lazos afectivos -por parte de la mujer- con el macho más cercano; y la vasopresina, hormona masculina que genera la necesidad de establecerse y estrechar relaciones. Como si en lugar de salir por cigarros a la mañana siguiente, ahora fueras a la farmacia de la esquina por tu dosis de vasopresina…

Naturalmente ya se hicieron las pruebas conducentes para desenamorarse o por lo menos “vacunarte contra el amor”. Por estúpido o ridículo que suene, se les suministran drogas a los ratones para inhibir los impulsos emocionales. En las hembras, se bloquea la producción de oxitocina y tienden a olvidar la monogamia (en el pueblo se les llama “nalgas desobedientes”). No crean lazos afectivos , sin importar cuántas veces se relacionen con un macho.

Más allá del dilema ético acerca del uso de agentes no naturales para alterar un proceso natural, cabe la duda de si en efecto, queremos seguir siendo seres humanos, o convertirnos en ratones. Por un lado, somos sumamente vulnerables a opiniones y versiones que consideramos verdades o dogmas. De este modo los adaptamos a un episodio de realidad, y con ello, el basurero se va llenando.

¿Qué nos hace pensar que la fuente de problemas (o ausencia de ellos) es un epifenómeno externo y que exclusivamente comprando ropa en tiendas que ni podemos pronunciar, o retacando el auto de accesorios que sabemos que tarde o temprano fallarán, garantizará estabilidad?

Finalmente, la conciencia es lo más importante que tenemos. Las ideas que de ahí emanan son la más fidedigna traducción de la historia, referentes y axiomas que hacen que seamos nosotros y no alguien (o una rata) más.

El amor, para efectos humanos, es un estado de conciencia. Es un conjunto de posibilidades –que afectadas o no por la crisis, por la bioquímica o por Dios- tiene la capacidad de enarbolar las más naturales y sorprendentes causas que nos definen como seres (homo) que se dan cuenta (sapiens) de que se pueden dar cuenta (sapiens).

Si somos conscientes del proceso del amor, como uno libre de apego, de aferramiento, de ligas artificiales y manipuladoras, lo más probable es que no haya droga ni ratón que soporte un designio de nuestra propia naturaleza.

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