lunes, 4 de abril de 2011

Instrucciones para ponerte unos lentes



Para todos aquellos que contamos con el fértil privilegio de ver borroso y así poder dudar, tanto de la claridad de la realidad, como de la validez de los sentidos, ponerse los anteojos es lo más parecido a ponerse un condón.

Hay autores de la corriente Gestalt que comparan el proceso de ver uno a uno a los ojos, con el hacer el amor. Por eso la actitud más responsable en esta promiscua fiesta de miradas, es ponerse lentes.

Cuando te cambian la graduación el mundo renace de su escuela preparatoria y parece que por fin cambió gracias a un par de cristales. En lo que no reparas en ese momento es que si esos cristales fueran rojos, el mundo para ti sería percibido como absolutamente rojo.


No imagino a un miope en tiempos prehistóricos. ¿Habría evitado cualquier tarea diaria por su imprecisión ocular? ¿O al carecer de precedente del concepto ni siquiera existía la necesidad materializada en la mente del respetable?


De ser así, habría que ponerse los lentes ante el hecho de que este conjunto de respetables que habita el 2011 cuenta con una serie inaudita de situaciones anómalas y benévolas por desarrollar, mismas que para este ojo, son llanamente inexistentes.


Es muy entretenido. Le hemos exigido al proceso de civilización diversos accesorios para sofisticar o condimentar las ventanas sensoriales. Guantes, cubrebocas, lipstick, orejeras, aretes, calcetines, zapatos y por supuesto, gafas.


Quien ose no acatar las normas elementales de armonía de la moda estará seguramente out en más de un sentido. Por ello es imprescindible auscultar con pleno sentido del colorido cualquier blanco que pueda ser negro.


Por eso tomar las dos patitas con cuidado (no vaya a ser que se descuadre lo que pretende ser curvo) y empotrarlas en el cráneo es de lo más invasivo. Tanto, que ya es plenamente normal y hasta fashion.


Seguramente como el concepto que tenían los australopitecus de sí mismos.

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