Si contamos los segundos del día, no sólo podremos atestiguar el paso del tiempo por nosotros mismos, sino que cabrá la complejidad de definir la fotografía como el simple hecho de robarle un instante a la realidad.
La fascinación de la fotografía radica precisamente en la reificación del momento en franca afrenta a la ley natural de la impermanencia. Uno observa por la mirilla. Apunta cuidadosamente y trata de blindar su respiración mediante un Diazepán mental. Entonces, en el preciso instante hace “click”. Y sale corriendo con la evidencia dentro de la cámara.
Tener una foto de la familia en el escritorio sugiere perpetrar un vínculo. La mediación del mensaje la da el impacto y el puente significativo constituye el sustento de esa imagen como contenido de plataforma para sonreír o, ya de menos, enviar un signo protocolario.
El espejo que presenta la fotografía como herramienta de exploración de la realidad, pone de manifiesto el interés y curiosidad por investigarnos y respondernos preguntas tan añejas y complejas, como deducir la forma de la leche cuando una canica cae sobre ella, la arquitectura los párpados y por supuesto el dibujo magnético que sólo las nubes pueden obsequiar.
Y es que el principio de la fotografía subyace en la sabia administración del tiempo y el espacio, como los grandes placeres, las verdades más evidentes, y los momentos en los que parece “haber caído un veinte”. Veinte veintes.
En particular el tiempo viste un doble vínculo con un documento visual. Por un lado conforma uno de los núcleos constitutivos para la génesis de la foto: sea con una cámara manual o automática, instamatic o réflex, la imagen es captada gracias a un diafragma y a un obturador. Este último, balancea la luz que penetra en la cámara con base en la regulación de fragmentos de segundo de luz que impregnarán material fotosensible.
Por otro lado, el momento preciso en que (paradójicamente) se dispara, se hace alarde de la habilidad para captar la fugacidad de la realidad y ser mostrada en una pieza bidimensional que congela una escena.
¡Aquí está la fascinación! No por nada los periodistas reconocen que son las fotografías las primeras en arrancar miradas en una plana. Es por eso que a lo largo de los últimos años podrás ver en periódicos y revistas, fotos mucho más destacadas y coloridas que antes. Se trata de presentar al exiguo lector, anzuelos como ventanas de lo acontecido, que faculten una experiencia geométrica y que puedan imprimir e impregnar momentos de presencia experiencial.
De este modo se puede hacer una comparación de la fotografía con el flujo de la conciencia. Si por un momento se piensa la escena a fotografiar como el tránsito vital, la fotografía será el fruto del refinamiento de la atención para saber hacer "click" en el momento decisivo, como lo refería Cartier Bresson.
Darte cuenta que te das cuenta es una evidente oportunidad que otorga hacer “click”.
La fotografía es la posibilidad y prueba metafórica de que la mente puede voltearse a ver a sí misma. Este punto de partida permite que el acto mecánico que supone obturar, deje de serlo para tener una iniciativa coherente y consistente (sobre todo consciente). Después de todo, si una cámara pudiera tomarse una foto a sí misma y analizarla, no precisaría mucho empeño para obtener conclusiones que le hicieran aprender de sí. Por lo menos darse cuenta que tiene claridad para tomar fotos.
El arte de saber encuadrar, al mismo tiempo sugiere una estricta y rápida ponderación –sí: manipulación- y selección de aquello que se va a registrar y lo que no. Dicha discriminación es lo que construye el mensaje que guarda una fotografía tras su grano o pixel. De ahí la importancia de la propuesta: detenerte a pensar la foto antes de oprimir el botón.
El gusto por la foto nace del ingenio que se gesta en la producción de la misma, hasta el destino que se le dará. La investigación de cómo mejorar el mensaje gráfico, pensar en la posible mejora de la calidad de dicho mensaje y saber que –como cualquier lenguaje- la foto cuenta con signos para preparar, vestir, refrendar y ponderar un mensaje visual. Así se trate del cumpleaños de la tía peleonera. Incluso en una fotografía de registro se puede aplicar el proceso de la conciencia y de la elegancia en el diario transitar y el porte de congelar la eternidad en un instante.
Una foto, pues, es un recuerdo, un bookmark temporal que refiere el interés genuino por conservar dicho instante.
Y de pronto -y con la sofisticación de los celulares- todos nos volvimos fotógrafos.
Si en esa misma línea nos hiciéramos presentes del instante (de este mismo en que lees esta palabra), ese cuadro, por sí mismo, merecería una fotografía.
¿Y si le tomaras una foto a tu conciencia?
¿Y si ella te tomara una a ti?
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