viernes, 9 de abril de 2010

Instrucciones para hablar sin teléfono


El silencio es un privilegio, no una obligación.

No han sido pocas las ocasiones en las que solito me he metido en problemas y ni se me había ocurrido que eso terminarían siendo.

A veces me gustaría practicar una resonancia magnética por cada parte de mis pixeles para ver dónde es que tengo ese imán. Y entre más lo pienso menos claro es.

Somos seres con tremendas carencias, entre ellas, la que faculta ponderar el modo más pertinente para llenarlas. Por eso, por la ingente necesidad de llenarlas (desde la condición social de reconocimiento hasta la perla sexual que parece ser panacea) hace, y no en pocas ocasiones, que figuremos como minotauro de un laberinto propio.

De por sí la relación interpersonal es como desactivar un explosivo: cada minucioso movimiento puede parecer que no genera mucho... hasta que te ves pidiendo "perdón, perdón, perdón" o "porfa, porfa, porfa". Las variables son tantas y tan complejas que ni se pelan y en cambio se subestiman: "total, ¿qué puede pasar si le digo lo que sé que no debo decirle?"

Somos seres tan extrañamente complejos que ni para advertir eso hay simplicidad. Basta imaginar la intrincada red de tubos y fluidos que cargamos dentro para saber que con esa misma dimensión y conciencia tendríamos que bucear en silencio. Observando el contorno del instante y su entretenida capacidad de describirnos se puede erigir un momento que dé pie a otro. Uno en donde ya no sea el acto de entretenimiento el que mueva, sino el del gusto por entender el sentido del mismo, así sea en silencio.

Para hablar, uno requiere de cadencia, ritmo y contenido. Hay técnicas para modular la voz, pero no así para obtener sentido común. Si en algún momento has hablado contigo mismo, entenderás que el proceso de comunicación es complejo por la carga emotiva y proyectiva que de él se emana. Se crean mundos y monstruos. Salen de la boca serpientes que sin reparo emanas, y tampoco podrás controlar.

Y por más ilusorio que sea el concepto del control, es cotidiano que no se midan las consecuencias de cada letra que se arroja, pero esto es muy diferente a que no haya tales.

Uno es dueño de sus palabras, como de su silencio.

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