Escribe un dicho sabio y tu nombre perdurará para siempre
-Anónimo
El nombre no deja de ser un interés mundano. Es correcto que por medio de éste te reconocen y hasta te identifican, pero eso no significa ni que seas tu nombre, ni qué éste te posea.
Tiene unos días que con el explosivo y elegante pase del Santos a la final, comencé a preguntar a muy diversos sectores: “Si fueras futbolista, ¿cuál sería tu apodo?” Esto a cuenta de que el apodo se trata de un designio que muchas ocasiones puede tener mayor tino que el propio nombre. Y sin embargo, ¡no deja de ser un designio!
¿O cómo es que decides ponerle nombre un perro o a un cuyo? ¿O cómo te podrías a ti mismo en este instante?
Tu nombre ni siquiera es tuyo, para empezar. No hay título de propiedad, ni factura que lo demuestre. Tal vez por eso Walter sea la treta que me condujo a replantear la funcionalidad del nombre y su utilidad en la práctica de la vida cotidiana y murmurada. Algo que tal vez utilizan los coches al portar un color, o la esencia al vestir un número.
Pero, ¿qué haces con tu nombre? ¿Te lo llevas a la cama y lo acaricias como a un peluche imprevisto? ¿Te gusta tu nombre? ¿Sabes lo que significa? ¿Reparas en cuánta energía se pierde en la defensa diaria de la reputación de ese nombre? ¡N'ombre!...
Llamarte como te llamas no altera el ciclo lunar. Tampoco decidir designar de otra manera aquello que te circunda. Por ello distinguir que el hecho de nombrar, poco tiene que ver con el objeto nombrado hace que recuerdes la deliciosa garantía individual de llamarte como se te antoje y saber que hay mucho más debajo de ese cascarón.
Wilson, Walter, Wilbur, Watson... Seguramente ya captaste la idea y creerás que le estoy dando vueltas al asunto para completar mis 3 mil caracteres... Bueno, ahora observa lo que sucede cuando cambias de nombre a tus posesiones: en tu elegante underwear: cambia de Ck a Trueno, por ejemplo... ( y continúa con cualquier otra categoría…)
Sin embargo el nombre y las chácharas se quedan en la superficie. No dejan de ser temporales. Los Egipcios enterraban al séquito con el dignatario y su colección de gemas. Los mexicanos sólo vivimos pensando que no vamos a morir. Y en esa certeza se da rienda a un sustancialismo predicador de toda fe en aquello que se percibe: sea un color, sea un número, un nombre (y hasta un equipo de futbol).
La forma en la que solemos relacionarnos con el entorno habla de uno mismo: se busca suprimir aquello que es desagradable e intensificar lo que es placentero. Esto pareciera idiotamente obvio, pero cuando se logra entender que se trata de una mera percepción y que es en ella en la que reside la carga valorativa y no en el fenómeno externo, la totalidad de la experiencia cambia y con él la importancia del nombre. De cualquiera. De todo.
Por eso da lo mismo que llames a lo que llames como lo llames. Es sólo un mote y de ningún modo es eso. Ahora intenta prescindir -así sea por un día- de lanzar nombres al mundo (ya no digas adjetivos...).
Quedémonos sin nombres por un ratito, que al fin, así es como estamos en este escenario.
me gusta, me gusta mucho walter.
ResponderEliminaren la kabala (la de verdad) existe la certeza de que el nombrar como adan te viene con el nacimiento, está en tu ombligo e immerso en tu quehacer diario hasta la muerte. a pesar de que concuerdo contigo con la mesitud, los kabalísticos y numerólogos swore by their name.
a mi me gusta aunque a romeo no 'what's in a name, a rose by any other name would as fragrant be'.