viernes, 10 de septiembre de 2010

Instrucciones para matar a alguien





Por Eduardo Navarrete
@elnavarrete


Sé por adelantado que hubo muchos compas en el norte, en el centro y en el sur, que habrán leído estas instrucciones con aguda anticipación y las usan a mansalva y sin reparo.

Aún con esta tremenda atemporalidad, es importante e impotente subrayar que cuando pones la muerte como contrapeso de cualquiera de tus terribles problemas, instantáneamente tomas perspectiva, principalmente por el tremendo apego a  la imagen  de unicidad con  que se presenta esta vida ante los ojos. Como lo único, como un absoluto que si pierdes, sepan Monsi y Germán qué pase.

Y por la extraña, pero eficiente magia de, al dejarte de tomar las cosas tan en serio te liberas, siempre es bienvenido un ejercicio mortal en el diario y urbano tránsito de la de por sí desfalleciente rutina.

Puedes matar de risa a alguien cuando (esto funciona mejor con unos enfáticos grados Gay Lussac encima) cuentas el implacable chiste: "Llega un loco con otro loco y le pregunta: Loco: ¿Qué hora es? ¡Viernes! Le responde, a lo que el primero concluye: ¡Chinnn! Me pasé tres cuadras!”.

Matar de sueño es tan fácil como prender el Canal del Congreso o escuchar a Hugo Chávez. Y matas de coraje cuando te enteras de cualquier noticia legislativa (como el que nuestros muñecos senadores pidieron 300 millones de pesos más de los 750 que les autorizaron nuestros alfajores de Diputados, para erigir sus nuevas oficinas). Puedes matar tiempo y matar clases.
Igualmente una rola, un programa "te  mata", así como ver un gracioso y tierno cachorro hace lo propio.

Y es que matar tiene un encanto que sólo cuando eres honesto lo entiendes. El proceso de creación y destrucción parte de la premisa de albergar una última primera ocasión para entender la fugacidad de una permanencia mal entendida.

¿Valdrá la pena escribir esto? ¿Valdrá la pena entender que la pena sería no escribir ni aullar, cuando se es perfecta víctima potencial de un homicidio imprudencial (en todo el sentido del concepto), a manos de la arrogancia de la cotidianidad y el ostracismo?  

Si vivir corresponde al proceso lineal de transitar de un punto A, a uno B, entonces considérenme no vivo. Nada más aburrido y oblongo que atestiguar el paso de cuatreros en el pórtico, con una escopeta en la mano y una espiga en la boca. Por lo menos parece haber un poco más. Parece que se es en la medida en que se excluye, y dicha exclusión conviene ser percibida como la inmensa capacidad de pintar tu raya en torno al parecer del ser.

Por eso habríamos de matar, en lugar de tiempo y de risa, el prejuicio que cuentas de ti mismo  para liberar cualquier limitación y entender que no hay designaciones absolutas, como no hay permanencia.

Y es que son como zopilotes. Los pensamientos disruptivos, generadores de ansiedad, mal humor, estrés y discursividad que emite extraños sonidos sólo comparables con una mala indigestión. Por eso la discursividad no es algo, sino alguien, porque engendra toda tu capacidad de atar tu personalidad y carácter en agitaciones deslumbrantes hasta para el más aburrido. Y eso la hace seductora.

Matar la discursividad sería la provocación perdonada para saber que del artificio del error nace la belleza.

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