sábado, 31 de julio de 2010

Instrucciones para ser mojado por la lluvia





                                                                                                        No culpes a la lluvia
                                                                                                                              -El Sol


La mentalidad científica busca darle explicación a todo cuanto cruza frente a sí, incluso aquello que no hay cómo explicarlo de origen, y más bien debería ser disfrutado.

No puedo creer que haya gente a la que no le gusta la lluvia. No sólo por lo recreativo y aromático que esto se vuelve, sino por la instantánea enseñanza que entraña y obsequia sin esperar otra cosa a cambio, más que te mojes.

Ver llover puede ser el ejercicio más aburrido y soso, especialmente si para esto se te tiene que distraer de la novela o del resumen del resumen del partido. Y aún así, no es raro presenciar que alguien gruña y manotee porque está nublado, pero encontrar un paralelismo armónico en el trazo rasgado de un horizonte no acostumbrado a ello, tendría que emancipar el proceso de atención, el de la emoción y el de la imaginación en aras de por lo menos contagiar lo indispensable para motivar un brainstorming.

Es comprensible que no te emocione ver llover si tampoco te prende ir al baño a orinar (ni pis ni del uno: ¿qué hay con el impronunciable nombre de las acciones tal cual son llevadas a cabo?). Sin embargo, la irrefutable evidencia de estos dos acuosos eventos, es que hay vida de por medio, tanto en tu baño como en tu suelo, y eso es lo que escurre por la tasa (cuando no le atinas) o por la cara al ver llover hacia arriba (y atinar a merecer dicha afinidad con el día). 

Pero la vida suele tener una estampa tan sobrevaluada y domesticada por la cotidianidad que usualmente se da por hecho que se tiene, hasta que se da por perdida. Total, es un frente frío. Una depresión tropical (¿realmente habrá esto en el trópico?). Una tormenta aislada. Un chubasco. Da lo mismo: va a llover.

He presenciado trombas de campo donde no escuchas otra cosa que el incesante y necio golpeteo del agua con las hojas de los árboles. Cuando hace un fade out emerge el sinfónico reclamo de la fauna que no requiere ser vista para ser abrumadoramente presente en un discurso natural que tampoco requiere explicación.

Así, como un proceso simplemente natural, tendría que ser atajada la lluvia. Permitir que moje el remanso descubierto que todavía queda como resabio de lo que alguna vez nos delató como silvestres. ¿Por qué se exije un espero para verse reflejado?

Es instintivo y misterioso, pero lo que fascina y hasta otorga sustento vital, también espanta. Los cuatro elementos saben de esta bipolaridad humana y no han de parar de reír. Si se nubla hay jeta segura (y tormentosa) y hasta a San Isidro Labrador se escala la queja. Uno se cubre porque el peinado florido se marchitará, el caro ropaje evidenciará haber sido adquirido en el tianguis, las botas de gamuza perderán densidad capilar y en sí, todo esto, es muy mal plan en una ciudad donde echar bronca del frío, del agua (por abundancia o carencia) o del calor nos hace más frágiles y medievales.

Ver llover, mojarse, salpicarse, es tan deseado por un niño y odiado por un adulto.

Pensar que ahora nos da miedo mojarnos.

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