viernes, 28 de mayo de 2010

Instrucciones para abrir una puerta


Las puertas son las que eligen. No el hombre.

-Borges


Cualquier hueco tiene puntos débiles.

Uno de ellos es la posibilidad de ser llenado y perder la condición de boquete que lo define como objeto. En ese estrato, rechinar sería tanto como gritar y de seguro exasperaría a todos los que no son padres primerizos, pero así es la naturaleza de la expresión rampante.

Abrir y cerrar como función de vida evoca más que un proceso altamente reiterativo, uno corresponsable con la realidad donde el ritmo del péndulo puede atesorar la imagen de lo que trato de explicar. Una que no para por estática que se muestre y que en su flujo guarda aperturas y condena cierres. Una que simplemente no se detiene, aunque así se conciba e interprete (e interpele).

No hay ritmo preciso para abrirla. Usualmente la confusión viene en qué diablos significa PULL y PUSH. Una dislexia poco oportuna que también abriga el momento de la vuelta a la derecha o la izquierda y obliga a poner en un checklist mental: “buscar unos Bubble Gummers”. Abrir y cerrar una puerta no es tan fácil como brutamente parece.

Para el caso de la puerta, abrir necesariamente conducirá a cerrar, por necios e intransigentes que ladremos. Nada más amable para con la ventisca de la puerta que ser ligeros con su efecto y comprenderlo así.

La glorieta del picaporte traduce la intención de este espejo distorsionado (aparentemente: ¿quién dice que no es así?) y gracias al mismo se cruza un umbral. Uno donde en principio parecieras trasladarte a otro sitio, siendo que ni ese otro sitio, ni éste son tal. ¿O de verdad son dos espacios sólo por capricho y designio de quien puso una puerta ahí en medio? De ahí que abrir una puerta pueda conducir a entender que la realidad va más allá de designar conceptualmente.

Las nociones que tenemos en torno hasta del abrir una puerta son pesadas y monolíticas, incuestionables hasta el pensamiento del absurdo. Pero si se olvida la interpretación ordinaria de uno mismo y del picaporte, seguramente habremos de experimentar una puerta dentro de esa puerta que hay enfrente y entonces sí, habremos de acceder.

En realidad tenemos muy pocas necesidades como especie. ¿Por qué volver tan complejo esto? De eso trataría tomar un picaporte (o leer una columna con instrucciones para leer esta columna), precisamente con todo el porte del mundo. De transformar una herramienta cotidiana en una trascendente. De saber que blandir la perilla y accionar una tabla puede o no llevarte a otro lugar, y eso depende enteramente de tu percepción, en donde está la verdadera y una de las más rígidas puertas.

Finalmente, una puerta parece delimitar y otorgar acceso. Su función es cercenar el espacio en un afán de privacidad y brindar entrada perentoria a aquellos que cuenten con una llave.

En realidad abrir esta puerta y este cruce, (o más bien: la ausencia de éstos) operan como un ejercicio para debilitar la realidad conceptual y traer apertura mental a este momento. O bien pueden seguir siendo abrir una ramplona puerta y hacer completo y omiso caso de esto y simplemente cruzar.

jueves, 20 de mayo de 2010

Instrucciones para llamarse Walter


Por: Walter Navarrete


Escribe un dicho sabio y tu nombre perdurará para siempre

-Anónimo


El nombre no deja de ser un interés mundano. Es correcto que por medio de éste te reconocen y hasta te identifican, pero eso no significa ni que seas tu nombre, ni qué éste te posea.

Tiene unos días que con el explosivo y elegante pase del Santos a la final, comencé a preguntar a muy diversos sectores: “Si fueras futbolista, ¿cuál sería tu apodo?” Esto a cuenta de que el apodo se trata de un designio que muchas ocasiones puede tener mayor tino que el propio nombre. Y sin embargo, ¡no deja de ser un designio!

¿O cómo es que decides ponerle nombre un perro o a un cuyo? ¿O cómo te podrías a ti mismo en este instante?

Tu nombre ni siquiera es tuyo, para empezar. No hay título de propiedad, ni factura que lo demuestre. Tal vez por eso Walter sea la treta que me condujo a replantear la funcionalidad del nombre y su utilidad en la práctica de la vida cotidiana y murmurada. Algo que tal vez utilizan los coches al portar un color, o la esencia al vestir un número.

Pero, ¿qué haces con tu nombre? ¿Te lo llevas a la cama y lo acaricias como a un peluche imprevisto? ¿Te gusta tu nombre? ¿Sabes lo que significa? ¿Reparas en cuánta energía se pierde en la defensa diaria de la reputación de ese nombre? ¡N'ombre!...

Llamarte como te llamas no altera el ciclo lunar. Tampoco decidir designar de otra manera aquello que te circunda. Por ello distinguir que el hecho de nombrar, poco tiene que ver con el objeto nombrado hace que recuerdes la deliciosa garantía individual de llamarte como se te antoje y saber que hay mucho más debajo de ese cascarón.

Wilson, Walter, Wilbur, Watson... Seguramente ya captaste la idea y creerás que le estoy dando vueltas al asunto para completar mis 3 mil caracteres... Bueno, ahora observa lo que sucede cuando cambias de nombre a tus posesiones: en tu elegante underwear: cambia de Ck a Trueno, por ejemplo... ( y continúa con cualquier otra categoría…)

Sin embargo el nombre y las chácharas se quedan en la superficie. No dejan de ser temporales. Los Egipcios enterraban al séquito con el dignatario y su colección de gemas. Los mexicanos sólo vivimos pensando que no vamos a morir. Y en esa certeza se da rienda a un sustancialismo predicador de toda fe en aquello que se percibe: sea un color, sea un número, un nombre (y hasta un equipo de futbol).

La forma en la que solemos relacionarnos con el entorno habla de uno mismo: se busca suprimir aquello que es desagradable e intensificar lo que es placentero. Esto pareciera idiotamente obvio, pero cuando se logra entender que se trata de una mera percepción y que es en ella en la que reside la carga valorativa y no en el fenómeno externo, la totalidad de la experiencia cambia y con él la importancia del nombre. De cualquiera. De todo.

Por eso da lo mismo que llames a lo que llames como lo llames. Es sólo un mote y de ningún modo es eso. Ahora intenta prescindir -así sea por un día- de lanzar nombres al mundo (ya no digas adjetivos...).

Quedémonos sin nombres por un ratito, que al fin, así es como estamos en este escenario.

lunes, 3 de mayo de 2010

Instrucciones para hacer una fila


Por Eduardo Navarrete

Every crowd has a silver lining.
-Phineas Taylor Barnum

No entiendo el pudor con el que la gente se asusta cuando alguien le llama "cola" si en realidad lo es: se mueve, flagela lenta y desesperadamente, crece, se reproduce y eventualmente muere, siendo una retaguardia que a nadie le place habitar.

Del principio "Primero en tiempo, primero en derecho" y la coordinada suma de la ineficiencia para atender una puerta, junto a la emocionante capacidad para dejarlo todo para el final, se genera -a mano de Hemorroide Films- la turbulencia organizada para tomar un turno espontáneo y formarse uno detrás de otro sin necesidad de tomar distancia.

En el banco, en el cine, en Hacienda, para el baño, en la calle... Las filas son condición y marca de un buen mexicano que acepta la condición de muchedumbre e impacientemente soportarlo porque ni hay de otra ni desaparecerán los que están adelante (maldita sea...).

Observa la cara de los que se forman. El tic de mover a ritmo de speed metal la piernita, abre paso para ver el reloj cada 30 segundos. Instantáneamente vendrá algún gesto de circunstancia y con él, la respuesta innata para sentirse activo: ponerse de puntas y balancearse para observar (infructuosamente) por qué no avanza la fila (y constatar que esto se debe a que hay mucha gente delante de ti). El último recurso siempre será sacar el celular y jugar a aprovechar el tiempo mientras se pierde jugando a alinear burbujar coloridas.

A nadie le gusta hacer fila. Por lo mismo, y como lo dicta nuestra verdadera Constitución (el código genético), habremos de ingeniarnos algún atajo o hábil y conspicua maniobra para, o no hacer cola, o saltarnos algunos lugares. Lo divertido del caso es que a todos los que están formados les gustaría hacer esto: democráticamente lo merecen. Pero cuando todo mundo está formadito, en paz y dócil y sale el pasado de listo, no hay uno sólo que no se maldiga por seguir respetando la estúpida cola.

Cuando no existe la tecnología de la fila y primitivamente se arrejunta el personal sobre la cadena para masoquistamente rogarle a Bobby que se apiade de ti para que te deje entrar a pagar 200 pesos de cover (¿qué significa cover? ¿Por qué pagar por algo así?) y encontrar todo a sobreprecio y sobrecupo, no hay escena más lamentable que la de -entre el bullicio de peroratas (y perroratas)- emerga con camisa hilarantemente pegadita, el engomado con la operada, le abran paso, dé un abrazo al "Donkey Kong" y siga su paso. Eso amerita una revuelta popular por decirlo tranquilo.

Para salir de un avión, en la taquilla, y hasta para pegarle a una piñata te formas. Me pregunto si la mente hace también cola para tomar un cuerpo en el proceso del renacimiento, y si también se meten en la cola, dan una propinita, hay coyotes o se encuentra un plan B para evitar formarse.

La arquitectura de la fila es importante: los que están en el primer tercio distal saben que su espera será premiada cuando salgan y vean que aún hay cola e incluso se hizo más grande. Eso da una secreta especie de satisfacción y ahorro de tiempo, mismo que será sabiamente invertido en ver la tele.

Si te toca estar en la parte media de la cola, sabes que no puedes irte porque en una de esas, los pelados de adelante avanzan rápido y cada minuto ahí depositado hubiera sido desperdiciado. Además, siempre que haya alguien detrás de ti, vale la pena conservar el lugar.

Simpáticamente, si ocupas la parte más lejana de la entrada es porque sabes que llegaste tarde y te lo mereces, o con realismo abortas el plan y regresas otro día. Eso sí, cuando eres la última persona de la fila -exactamente la antítesis de la conveniencia- asaltan tu mente varias ideas progresivas (y no progresistas) en torno a la factibilidad de que algún día llegues, si eres el brutazo que aceptará presumirle al mundo el último lugar, y por cuánto tiempo, si estás haciendo la fila indicada...hasta que llega otro que se forma detrás tuyo, y con tu nuevo alivio y el viejo rabillo del ojo ves que inicia con su tormenta de dudas y lápida culpígena.

Un entrañable fenómeno es el de encargar el lugar. ¿Por qué habremos de cuidar el espacio dejado a algún vivales que haga fila de modo virtual a costa de uno? Lo más probable es que si se llega a este estado de amargue es porque en definitiva se ha perdido todo temple y lo mejor será salir de la fila y regresar por donde veniste.

Hasta estas letras que lees están formadas para ser leídas por ti. Por ningún motivo dejes qeu anu se quiear paasr de litsa y se adealtne la fila.

No vaya a sucdeer lo qeu pasa a diairo en nuetsra cuidad...