viernes, 6 de mayo de 2011

Instrucciones para decir una mentira

Por mentiroso que suene, el día está plagado y plagiado por mentiras. Mentiras blancas, mentiras piadosas, mentiras de mientras, mentiras obligadas, mentiras por ósmosis, mentiras sin querer, mentiras automáticas (o autómatas), mentiras al fin.

¿Cuál es el afán de mentir? Probablemente se logre un cometido transitorio que repercutirá (sin mentir) como efecto causal y del cual, uno sorprendido se pregunte: "¿Y por qué me pasa todo esto a mí?". Uno miente por inseguridad.

¿Será que este actuar está incrustado en la naturaleza humana (y mentirosamente lo intentamos negar)?

Hay personas a las que les sale tan florida una mentira, como aquéllas a las que se les escucha delicioso cuando lanzan una palabra altisonante. ¿Será que el mentir es una técnica para la cual uno se entrena (diariamente)?

Me llama mentirosamente la atención que el primer mecanismo de defensa con el que cuenta nuestra (especial) especie, sea la negación: una mentira soslayada como un procedimiento rutinario e instintivo.

Para saber que se trata de una mentira hay que conocer la verdad. De lo contrario, estos dos conceptos serán entes irreconocibles en una pecera ahumada.

Sería, por esto, revelador hacer un conteo diario de las mentiras que escapan de la laringe, sólo como dato. Por ejemplo, en alguna ocasión con mis alumnos universitarios hice precisamente este ejercicio.

Les pedí que mantuvieran presencia mental durante todo el tiempo que pudieran durante una semana (en realidad ese era el reto) y que detectaran el momento en que "tenían" que mentir. Una vez acontecido esto tendrían que levantar un reporte de lo experimentado en toda una semana y lo más padre: se tenían que pintar y retocar (en el miserable y poco probable caso de que se bañaran) una rayita en la parte anterior del brazo, por cada mentira proferida en esos siete días.

- Es que vamos a parecer presos, intentó escaparse uno.
- Precisamente eso es lo que somos, de las mentiras, sugerí.

El caso es que a la semana llegaron a clase, misteriosamente todos, con su camisa arremangadita. Quien más rayitas traía era una chava que apenas mostraba seis.

No sabría decir qué se veía más fresco: la tinta o sus rostros. Pero algunos meses después, me aceptaron que habían olvidado hacer el ejercicio y curiosamente mintieron en su ejercicio… detector de mentiras.

Para soltar una mentira hay que ser, o muy bruto, o muy ingenuo: deberás poner cara de absoluta fiabilidad (el proceso se dificulta porque evidentemente es algo que ni tú te crees). Simpáticamente tendrás que hacer que te crees tu mentira y hasta construir estratégicas y calculadas submentiras para respaldar la inverosimilitud de la original.

Habrá entonces que controlar el trastabilleo, el movimiento telúrico de las rodillas, las manos y la quijada. Tendrás que comprarte un cuadernito para apuntar tus mentiras y de ese modo poder administrarlas: ¿A quién le dijiste qué y cuándo? Y por supuesto, habrá que mentir al respecto de la naturaleza de dicha libretita.

Mentir es realmente fácil, lo difícil es asumir responsabilidad sobre esto y optar por una vertiente de verdad.

Desgraciadamente lo que no se conoce no se desea.

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