sábado, 4 de junio de 2011

Instrucciones para leer unas instrucciones


Hay quien tiene la gallardía, pero sobre todo el tiempo para permanecer estoicamemte hincado y tener en el suelo, frente a sí, la siguiente escena (forense): una caja abierta, con importantes y tribales rasguños, despojada con primitiva ansiedad del moño y cuantas capas geológicas de papel se hayan interpuesto entre tu humanidad y la diversión.


El producto en cuestión junto a la caja, llámese computadora, iPod, cuelgatoallas para hacer ejercicio, rack para zapatos, tele, compu, licuadora, cuna, arma de fuego reservada para uso exclusivo del Ejército, medicina, o gadget de la naturaleza que funcionará (por un ratito: en lo que llega uno más nuevo) para el género que sea.

Y uno, absorto frente a la caja, arrodillado, con lentes para ver de cerca, un té, resaltador amarillo y libreta para tomar puntuales notas de las instrucciones del aparato en cuestión.

Nada más ficticio (y nerd). Uno debe romper, descomponer y desahuciar el producto, antes de acercarse al manual. Eso debería de obrar en amarillo, gigaBold y 80 pts en la primera página de todo instructivo.

Desde niños nos enseñan a patear y romper las cosas antes de aprender a usarlas. ¿Por qué deberíamos guardar recato ahora que tenemos aparente uso de nuestras facultades?

Y otra preguntita: ¿Para qué perder energía y encanto del nuevo gadget que tienes en las manos, en chutarte 240 páginas de nanoletra , si puedes 'picarle' para ver cómo funciona. es más fácil. Más burdo. Más divertido.

Este arte basal de 'picarle'  al artefacto, entraña la mexicanísima concepción de privilegiar -qué va- honrar el método empírico y aplicarlo en todo aquello que se deje: juguetes, electrodomésticos, muebles, parejas y hasta con el cuerpo mismo.

Por ello, leer las instrucciones es para nerds, para clavados, para ociosos o para ansiosos que buscan una solución a la gracia perpetrada traducida en desperfecto o fractura.

Velo así: hoy son pocos los productos que ofrecen instructivo detallado con el producto. Los jetones directores de marca a priori saben que es pésima idea meter un librucho en donde sea. Casi como meter una señal del diablo. Por eso es mejor subirlo a un sitio web (que tampoco será pelado) o puesto el proceso en tres rápidos y esquemáticos pasos en una hojita de papel.

Sobre todo si se parte de la idea de que un producto ahora debe ofrecer la condición de tener que ser intuitivo. De otro modo, habrá que leer el instructivo. Y como eso cuesta trabajo y demanda esfuerzo, no sirve.

Antes, los instructivos hasta para un Hot Wheels, eran manuales. Ahora los manuales de procedimientos son quick fact sheets. No tenemos tiempo. Mucho menos que antes.

La tecnología ha incumplido su promesa, y nosotros seguimos lamiendo sus digitales botas: Se nos hizo creer que con ésta, haríamos las cosas más rápido y mejor para ahorrar tiempo. ¿Para qué? Evidentemente sería para agregar calidad de vida a la misma.

Pero efectivamente hacemos las cosas más rápido para que al terminarlas hagamos más o pongamos a girar la rueda del hámster con las redes sociales y otros señuelos. Pero la calidad de vida por el subsuelo. ¿O cuentas con más tiempo que tus abuelos?

Para ninguna de estas redes sociales se requieren instrucciones. Sería lo peor que pudiera sucederles. Invitar e incitar a leer a la gente y con ello comprender procesos para eventualmente cuestionarlos y reimaginarlos.

No. Eso no es lo que busca ahora la gente.

Eso está out.

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