Si por alguna insospechada razón uno se está atreviendo a tomar en serio este viaje como este blog, vale el periplo para abducirlo y entrenarlo en la no sofisticada idea de ser tan seria como esta broma.
Dicho entrenamiento inicia con reírse de uno al (y del) espejo. Ya se ha abordado el referente del espejo y su calidad histriónica. Sin embargo, el ejercicio es prudente al advertir que ni siquiera el autoregistro es relevante o serio.
El siguiente paso es observar el peor de los problemas como la mejor de las situaciones. Cuando las ubicas en el un layer contiguo y aplicas sabiamente transparencias, notarás que en el fondo, como en la superficie, son lo mismo. Sabrás entonces que los hechos son siempre vacíos, toman la forma y relevancia que tú quieras asignarles.
Otra estrategia es ver estos layers como no definitivos: como lo que son: transitorios. Cuando das cuenta que todo está en constante movimiento y dicha dinamia no sólo no ofende, sino que es una característica no tangencial del cuento, entonces lo último en lo que piensas es en quedarte estático ni esperar que lo que te rodea se quede estático.
Finalmente advierte que somos flujo de conciencia. Esta capacidad de simplemente advertir y darse cuenta insinúa la verdadera y exclusiva importancia en todo este show.
Si hay inconciencia, si no sabes por qué hiciste, dijiste o pensaste algo, pero lo hiciste, entonces ahí hay una bandera para investigar.
En cualquiera de los casos, tomarse en serio un evento parece ser lo más parecido a olvidar que esto es lo más parecido a un reality en el que uno es actor, productor, camarógrafo, guionista, continuista, titulador, público y censura.
¿Cómo ser ligero frente a un mundo tan irreverente con el prójimo y hasta con las propias letras?
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