Tranquilo. A todos tarde o temprano nos llega la hora. Uno en cualquier momento es perfecto candidato (aprobado por cualquier norma, organismo o asociación) para una buena, sincera, rigurosa y efectiva mentada.
Sin embargo, el proceso correcto de recibir la mentada en cuestión (como cualquier cosa, la verdad), es ubicarla como hueca, es decir, carente de identidad insulsa. De este modo pasará como un adagio ante oídos y ojos. O sea, no insultará por ser una seña o palabras que carecen de propiedades intrínsecas.
Una vez vacunado, se procede a abrir el regalito. Con cuidado se quita el moño y se analiza lo que el emisor espetó: Si por “chingar” uno comprende el acto de molestar la paz y la tranquilidad (de su tutora), puede estar perdiendo elementos adyacentes como el robar diestra y conspicuamente, o en otro de los caos, atacar sexualmente… Al decir “un chingo” se habla de muchísimos, aunque igualmente se le conoce en terreno apache como “un madral”, extraña referencia a muchas mamás. Al decir que eres un “hijo de la chingada” la referencia más próxima es que una mujer que fue asediada sexualmente tuvo un hijo, el cual orgullosamente personificas tú. De ahí la connotación sexual del “Te chingué”, que es algo así como “te gané”. Pero cuando avisas que “estás chingado” es porque te fregaste o te metiste en un problema de difícil salida. Diferente al “estoy en chinga”, que apunta al tener imperativa prisa. Y si dices que estás “de la chingada” es porque no lo estás pasando precisamente bomba. Pero un chingón es un pelado que se luce con el reconocimiento público, o algo poseedor de características de bondad o deseo para otros. Si de chingadazos, hablamos entonces tenemos golpes, mismos que se acercan a esta genealogía con el apelativo de “madrazos”. Poner una chinga es fastidiar sobre fastidiar o regañar. Alguien Chingaquedito es el que fastidia en pequeñas, pero nutridas raciones. Decir “¡Chíngale!” es algo así como “¡Apúrale!”.
La Real Academia lo aborda como sigue:
Del caló čingarár, pelear.
1. Importunar, molestar.
2. Practicar el coito.
3. Beber con frecuencia vino o licores.
4. Cortar el rabo a un animal.
5. Salpicar.
6. Tintinar.
7. Colgar disparejamente el orillo de una prenda.
8. Embriagarse.
9. No acertar, fracasar, frustrarse, fallar.
Tal vez algunas acepciones se acercan más al uso coloquial que se le otorga. Sin embargo, el hecho de intimar esta palabra con la figura materna podría sonar perturbador, por ser ésta, según tradiciones occidentales arraigadas, lo más preciado y encariñado.
En cualquiera de los casos, si una mentada (nombrar, mencionar, citar) busca insultar por medio de sugerir que tengas relaciones sexuales con tu madre, lo más indicado sería la sorpresa y a lo mucho la consecuente respuesta “¡No, gracias!”.
En esencia, cualquier insulto es por sí mismo vacío. ¿En dónde guarda entonces su parte que logra insultar y herir? Habría que hacer cortes transversales de las palabras para ver si en caso de retirar una letra o una entonación, el poder del insulto baja, se nulifica o permanece. Si éste fuera el caso, entonces efectivamente la palabra por sí misma insultaría, pero después de ver todos los casos del uso de la palabra, más los que revisa Octavio Paz en el Laberinto de la Soledad, confirman que la Mente se insulta porque así lo desea.
Léase, no hay más instrucciones más que desactivar cualquier mentada observando esto, o activarla observando también esto.
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