Mientras escribo estas letras un estruendo disfrazado de lloriqueos de bebé se esparcen por la cabina del avión. La mamá pasó de:
la negación de la existencia de pasajeros,
a la ira contenida por un detonador de sus debilidades en brazos,
Al dolor visto en su cara de desesperación, se notaba que era madre primeriza que en de cierto modo le importaba el resto del avión -incluyéndose-,
A la súplica al bebé por callarse ya, con exóticas estrategias que van desde ronrroneos, palmaditas y todo tipo de juego estúpido que va desde hablar como impedido hasta hacer caras de maniaco depresivo,
Hasta finalmente, según lo marca la psicología tradicional, llegar a la benedictina aceptación y rogar porque el vuelo pesadilla acabe lo antes posible.
Mientras los agudos decibeles ondean el tímpano con hordas de emisarios dispuestos a "hacer algo", una parte de la Mente indica que también se puede observar el hecho como un evento para cultivar aquello que invariablemente parece una palabra en lengua muerta: paciencia.
¿En qué pensar para ignorar el monstruito dos asientos adelante? (no puedo dejar de considerar y felicitar al papá que viaja en el asiento contiguo)
Puedo jugar a destaparme los oídos mediante la minuciosa acupresión de los opérculos nasales y la consecuente ventilación por esas vías.
También puedo imaginar que soy un gambusino en busca de la glándula pineal oculta en alguna parte de esta latitud, por lo que requiero atención completa en otro lado.
Cuando ninguna de las anteriores posibilidades funciona, en lugar de ignorar el ya rasposo decibelaje, acudo a notar que en sí no éste no tiene la característica de ser negativo o positivo. Mediante el ejercicio de observar el chillido desde una esquina que suponga observarse a sí misma sin prejuicio, dicho lloriqueo es espacio. Nada más.
Ahora que el avión ha aterrizado y el inconforme bebé (¿será perredista?) sigue con su clamor, su llanto se confunde con la lenta música de piano para relajar al pasajero que el capitán pone ya una vez en tierra.
Esto hace ver que tanto el lloriqueo como la música ambiental tienen las mismas características. Y si son desagradables o irritantes, es porque así las quiere uno ver.
la negación de la existencia de pasajeros,
a la ira contenida por un detonador de sus debilidades en brazos,
Al dolor visto en su cara de desesperación, se notaba que era madre primeriza que en de cierto modo le importaba el resto del avión -incluyéndose-,
A la súplica al bebé por callarse ya, con exóticas estrategias que van desde ronrroneos, palmaditas y todo tipo de juego estúpido que va desde hablar como impedido hasta hacer caras de maniaco depresivo,
Hasta finalmente, según lo marca la psicología tradicional, llegar a la benedictina aceptación y rogar porque el vuelo pesadilla acabe lo antes posible.
Mientras los agudos decibeles ondean el tímpano con hordas de emisarios dispuestos a "hacer algo", una parte de la Mente indica que también se puede observar el hecho como un evento para cultivar aquello que invariablemente parece una palabra en lengua muerta: paciencia.
¿En qué pensar para ignorar el monstruito dos asientos adelante? (no puedo dejar de considerar y felicitar al papá que viaja en el asiento contiguo)
Puedo jugar a destaparme los oídos mediante la minuciosa acupresión de los opérculos nasales y la consecuente ventilación por esas vías.
También puedo imaginar que soy un gambusino en busca de la glándula pineal oculta en alguna parte de esta latitud, por lo que requiero atención completa en otro lado.
Cuando ninguna de las anteriores posibilidades funciona, en lugar de ignorar el ya rasposo decibelaje, acudo a notar que en sí no éste no tiene la característica de ser negativo o positivo. Mediante el ejercicio de observar el chillido desde una esquina que suponga observarse a sí misma sin prejuicio, dicho lloriqueo es espacio. Nada más.
Ahora que el avión ha aterrizado y el inconforme bebé (¿será perredista?) sigue con su clamor, su llanto se confunde con la lenta música de piano para relajar al pasajero que el capitán pone ya una vez en tierra.
Esto hace ver que tanto el lloriqueo como la música ambiental tienen las mismas características. Y si son desagradables o irritantes, es porque así las quiere uno ver.
No hay comentarios:
Publicar un comentario