viernes, 18 de abril de 2008

El apego y el malecón




Para poder observar las aves es indispensable convertirte en parte del silencio.

Las fechas son registros que el hombre ha utilizado como boyas en un océano indomable y todavía incomprensible, apodado tiempo.

Cada mañana que exprimo la suspensión del auto sobre el jolgorio hecho empedrado del Pitillal, la llantera El Sapo y la promesa de evolución se tienden como gárgolas vigilantes de la calle 21 de Marzo.

Uno puede leer, a propósito de esta fecha, un día de asueto (después de todo, ¿alguien comprende cabalmente el significado de la palabra asueto?), un día que le significará doble paga o descanso, la razón más ligera para pretender ignorar que trabaja en donde otros vacacionan o simplemente ver cómo se atasca el malecón de turistas en busca de una foto con algún elemento que nos sabemos de memoria.

Ver bañistas embalsamados con cualquier cantidad de aderezos FPS del uno al 70 (porque aquí no encuentras arriba de ese, ni en su presentación de salsa Búfalo) en tu ruta laboral hace que con toda lógica (no así con el permiso municipal) aceleres de uno a 100 para llegar lo antes posible al escritorio -tabla de surf, crucero y brincolín- y desees que llegue una semana de reposo para no-meterte-al-mar y pensar cómo resolverás los pendientes de la semana que entra.

(Aquí detengo el carrete como parada oblgada para ver el helicóptero de Rambo)

La psicosis por descansar se torna tan insana como el origen del sufrimiento: el apego.

Cuando empiezas a medio disfrutar tu fin de semana, ya es domingo a las 8 pm (y para colmo empató el Santos Laguna), y en efecto, se convierte en el fin del fin de semana.

El apego al descanso se gesta con la incapacidad de aceptar la naturaleza de la realidad de que los días, como las personas y aquello que podemos apodar como "mundo" surge, mora y cesa. En el momento que el estímulo embeleza y demandas del mismo permanencia, puedes tomar tu gafete como miembro del Apego Inc.

En inglés, apego se entiende como "grasping", palabra que evoca un gancho que independiente a sus condiciones, se sujeta y abraza para exigir permanencia... ¡en un mundo impermanente!

Basta investigar (enfúndate en tu más solemne casimir) cómo existe todo aquello que te rodea y preguntarte de dónde surgen los problemas que experimentas, para empezar a detectar tu stock de apegos.

¿Crees que aquello que más cuidas (¿y de verdad es así?) durará ad absurdum?

¿Supones que la relación que has construído con situaciones y objetos materiales existe por un valor que otorga dicho objeto?

¿Y no te ha pasado que las vacaciones que has planificado todo el año se te pasan en un instante (añade vertiginosa velocidad al hecho, en la medida que le inverti$te)?

Peor aún, si la pretensión vacacional se hace en un destino turístico como el que pisas.

La llamada Semana Mayor (de místico conflicto vial; de pícaros grados Gay Lussac como himno de hermandad; de valientes bañistas en el río esperando ser absueltos -por esta acción- de todos sus pecados; de estóicas filas en el super; de interminables minutos de viacrucis en búsqueda de un lugar de estacionamiento; de oceanógrafos instantáneos en busca de ballenas; de anhelo y rezo al rayo de sol por un taxi libre -para lo cual habrá que tomar suficiente distancia de algún gringo visblemente gringo, es decir, con la sonrisa enfundada en un color verde propina-; de una fila retorcida hasta el intestino grueso del Carl's JR en la sala del aeropuerto; de los rondines paramilitares de trokas tuneadas hasta la punta de la antena evocando banda y decibeles como grito de guerra (ya sea Vicente Fernández, Paulina Rubio o El Buki, lo que importa es hacer notar al respetable de a pie, los tweeters que cimbran el tórax por los segundos que dura el show móvil); de escuchar el "Hai amigous" (con intercepciones diseñadas por todo tipo de coordinadores ofensivos en el emparrillado convertido en malecón, con tal de entrar a probar un shot gratuito de tequila, llenarte de camarones la tráquea o contratar tours para bailar la Macarena en un barco pirata); de espontánea esquizofrenia en cada precio (como te ven te ta$an); de alegres y festivos ofrecimientos de mercancía inservible pero felizmente comprable (que va desde la campanita para la tía, la playera para el ahijado o salir corriendo del bullicio para salvar tu paz interna); de expectativa para sacar dinero suficente para acceder honrosamente a la temporada baja; de estatuas de arena (indagando cómo le harán los humanos para salir de su aglomeración)... y todo tipo de escenas que visten y desvisten el sentido común, que si bien suponen un abrazo del caos local con el foráneo, bien pueden ser una perfecta catarsis para recordar que estar vivo y aquí, se trata precisamente de encontrar en cada esquina, lo fantástico al mismo tiempo que la realidad.

eduardo.navarrete@tribunadelabahia.com.mx

No hay comentarios:

Publicar un comentario