The test of a first-rate intelligence is the ability to hold two opposed ideas in the mind at the same time, and still retain the ability to function
F. Scott Fitzgerald
“Ni agua va” dijeron 366 días que envueltos en hoja de tamal bisiesto, agarraron por las canillas a diestros y zurdos en un año que para pocos pudo pasar inadvertido. “De lo robado, lo encontrado es ganancia”, reza para algunos. Y en pleno frenesí (¿para qué hacernos tontos?, esto es todos los años) de pláticas que se sorprenden por los aguinaldos autoasignados de diputados y funcionarios públicos (¿de verdad será que funcionan y que son públicos?), uno convive igual con el furor por la escenografía humana y del set de Madonna, con las versiones 6.0 de conspiración (en taxi ecológico) del Learjet 45, con la posibilidad de que seis de nosotros seamos elegidos para colonizar (invadir de nuevo) Marte, con el extraño número 2012 y su serie inagotable de prerrogativas y profecías…
Un año es una designación. A algún ocioso se le ocurrió clasificar tiempo y así como pudieron ser años de 365 (o 366) días, pudo haberse dado una métrica diferente. La que quieras. De hecho, cuando se da el poco, pero probable caso de ponerme un reloj, procuro ponerlo a las 00:00 horas en el instante que despierto. De ese modo contabilizo las horas que llevo lúcido (en el mejor de los casos) y lo que ha durado mi día. Swatch –por ejemplo- inventó su “Internet Time”, una métrica donde la hora es idéntica en todo el mundo, y que divide el día en 1000 unidades (beats), que equivalen a un minuto y 26 segundos, cada uno. Si quieres hablar por Messenger con alguien en Taipei, la hora será para ambos en un formato “@500” en lugar de “12:00 PM”.
Pero no tienes que inventar una nueva métrica para comprender que el tiempo es una designación conceptual. ¿Qué pasa con la misma distancia cuando vas en carretera rumbo a tus vacaciones. ¿Y cuando regresas?
El punto es que esa designación permite no aferrarnos ni con el año que termina ni con el que empieza, porque en realidad no inicia ni acaba algo. O viéndolo de otro modo, lo puedes terminar justo en este momento. O el 26 de abril.
Pero si por un momento entramos en ese huacal llamado Fin de Año y hurgamos como tratando de encontrar algo, lo más propositivo sería advertir –no sólo que viene un rampante 2009-, sino la pregunta “¿Y qué vas a hacer con él? ¿Y con los que vienen encadenados?
Dentro de las especulaciones que arropan un futuro predecible, se habla de que en el curso de los próximos 100 años, tendremos contacto con extraterrestres, los periódicos impresos dejarán de existir, el cuerpo humano será “asistido” por una serie de nanocircuitos que prometen, ahora sí, volvernos seres conscientes, o por lo menos inteligentes. Del mismo modo, se habla del advenimiento del Transhumanismo como inicio de una era (y no el fin), de la revolución biológica fundamentada en la intervención y mejora estratégica de la genética, de Internet hasta en la dentadura postiza…
Por un momento harta esto, ¿no? Dan las bigotonas ganas de decir “¡Ya! ¿Y si le paran a su ocio?”
Ocio visto como una cantidad de seres que arrojaron como se avientan los dados del cubilete sobre la faz de la Tierra, y éstos se las ingenian para entretenerse con todo tipo de aventuras y Realities.
¿Por qué prácticamente ninguno de los futurólogos habla de un desarrollo del conocimiento introspectivo en torno a la mente? ¿Por qué la incisiva comezón de buscar afuera y no adentro?
¿Cuánto sabemos de la máquina de combustión y cuánto sabemos del proceso mental que faculta la cognición en tiempo presente?
Ahí es donde parece ociosa la tecnología, que dicho sea de paso- no ha precisamente cumplido la promesa original: desarrollar instrumentos que posibiliten y den acceso al ser humano una mejor calidad de vida. Que yo recuerde, mis abuelos no tenían iPhones, GPS ni slimbooks con cuantiosos Petabytes. Pero sí tenían más tiempo, mejor comunicación y estabilidad que se traduce en calidad de vida.
No es esto una apología para ir al centro de la ciudad y quemar computadoras. Pero tal vez sí una para que la próxima vez que pases por ahí, incendies tus prejuicios. Unos que usualmente pasan desapercibidos y nos hacen ver un año como absolutamente 365 días. Unos que nos patean reiteradamente el trasero con pérdidas y ganancias que duelen o alegran. Unos que parecen ahorcarnos con cierres y aperturas de ciclos. Unos que en realidad hacen que veamos todo esto como una verdad absoluta, cuando es relativa, y adopta la forma del punto de vista desde donde lo observes.
De ahí que si te fue mal o bien en el año… sabes que puedes empezar por dudar si se trata incluso de un año.
PS. ¡Felices Designaciones Conceptuales!
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