martes, 7 de abril de 2009

Instrucciones para cuestionar si la realidad es fantástica


Fantástico. Pareciera una palabra ñoña de fácil confección -que por falta de bagaje lingüístico, arrojas sobre fenómenos compuestos a falta de un calificativo más preciso y menos clichado. ¿O no?

Veamos. “Fantástico” guarda -probablemente- una de las paradojas más inverosímiles igual que trascendentes en su seno. Como si la Caja de Pandora al mismo tiempo fuera de Choco Krispis, pero sin premio dentro de ella.

Fantástico deriva del vocablo en latín "fanatos", que remite al fantasma, o ente imperceptible, inexistente. Por un lado imaginario, pero al fin, una construcción propia que al fin es construcción y no guarda identidad, salvo la que proyectamos, y en ocasiones hasta nos creemos.

Sin embargo, es también la misma palabra que se emplea para expresar una agradable sorpresa y beneplácito en torno a una admiración.

El idilio probablemente caiga -como índice de precios y cotizaciones- con el más espontáneo acercamiento al hecho de que lo que ves, aquello que nombras como "realidad", simplemente no da más de sí bajo este complejo sistema de proyecciones “fantásticas”. No existe así como la percibes. Ni una roca, ni un auto, ni tu identidad en sí.

Todos los surgimientos que aparecen a nuestros sentidos emergen en dependencia de causas y condiciones. Esto significa que estamos vacíos del interminable catálogo de cualidades exageradas -positivas y negativas- que nosotros mismos nos -y les- imputamos a quienes se dejen y no.

Piénsalo un instante. ¿De qué trata el 80% del tiempo de tus reuniones? ¿No viboreas y tasajeas a quien se cruce por el recuerdo o el pasillo? ¿Y logras ver que la identidad de quien criticas puede ser una proyección -ni siquiera tan elaborada- de limitaciones o indefiniciones propias? Pero en el fondo, lo que criticas no existe. No es “bueno” o “malo” desde su propio lado. No hay tal.

Todo lo que se encuentra compuesto de causas y condiciones, depende para existir de esas causas y condiciones. Por tanto, es igualmente imposible que exista de modo autónomo, de modo inherente. Un pintor no es “fantástico” para exactamente todo el público. Es más, habrá quienes ni lo conozcan, o en su propio seno familiar podrá haber quien no le guste su plástica. No hay tal identidad sólida y estable. El licenciado que exige que lo “licencien” en cualquier plática como apelativo de respeto y nobleza, ¿en dónde tiene esa “lincenciatureidad”? ¿A dónde vaya lo tendrán que decir “Lic” con tan sólo verlo? No es pobre e infantil pensar esto?

El hecho de que hables, depende de palabras. Y éstas a su vez, del habla y de la lengua que tus padres te enseñaron. A su vez, a tus padres fueron mostradas por tus abuelos. ¿Cuántas veces crees que TUS palabras TE pertenecen? (incluso lo aseveras) En más de un sentido se puede afirmar que les pertenecen a muchos otros. Dejaron de ser tuyas. ¿De quién son, pues? ¿Dónde guardan su identidad?


Por ejemplo, voltea a ver algo. Una ventana, un puerta. Cuando logras ver que eso está compuesto de partes y que depende de causas y condiciones para que aparezca en tu campo sensorial como "existente", es cuando comprendes que no necesariamente "existe del modo que lo ves". Pero la puerta parece tener una sustancia propia, en sí misma. Encima, la juzgamos tajante y fácilmente como "fea", "bonita", “vieja”, “útil”, o cuando muy elaborados, como "elegante" o hasta "retro".

No es más que un complejo de partes. ¿En dónde está la parte de la puerta que si quitamos deja de ser “puerta”? Como verás, el error está en pensar que el objeto designado es lo mismo que la base de designación de dicho objeto. La puerta no es sus partes. No hay identidad intrínseca. Sólo una designación conceptual para darnos a entender.

Lo mismo pasa con nosotros. Nos vamos con la finta de creer que somos poseedores inherentes de cualidades. Nos erigimos como "universitarios", "gerentes", "emos", y hasta "nacos".

Esta construcción de seres falsos, fantásticos, como podrás ver, es fantásticamente falsa.

La creencia inercial y aprendida de tomar lo que perciben nuestros -de por sí limitados- sentidos como un hecho, hace que aceptemos la realidad tal cual nos es presentada, e interpretarla como una carga repleta de identidad inherente dispuesta a ser juzgada, criticada y hasta coleccionada.

Esto es un reto a la manera en la que percibimos a la puerta, al mundo, y naturalmente a uno mismo. De ahí que el elaborado proceso para que podamos designar a un objeto como "fantástico", sea no menos “fantástico” y nos recuerde tan frágiles como la realidad.

Finalmente darnos cuenta de las reglas del juego, hace que podamos acercarnos a él.

Fantástico, ¿no?

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