jueves, 28 de mayo de 2009

Instrucciones para decir Adiós



No es una palabra fácil.

Por un lado conforma una cadena emocional de alejamiento. Por el otro se trata de una palabra cargada de responsabilidad encargada a un tercero.


“Adiós”, literalmente es la contracción de “a dios encomiendo tu alma”. De ese modo le encargas a la deidad de tu elección el rumbo de tu interlocutor, para que haga lo que le plazca, tanto al encargado, como al tutor.

Decir adiós puede ser común y muy simple, o puede significar una decisión definitiva y no por ello simple. Ya sea para salir rumbo al trabajo, o al terminar una llamada telefónica, uno puede por costumbre despedirse de este modo.

Pero un adiós puede proferir tristezas o fragmentaciones de confitura delicada para la capa más frágil del apego: la impermanencia.

Hay adioses (sin que suene politeísta o Avant Garde) que son para llevar. Parecieran bienvenir cataratas de imágenes y cavilaciones que lo último que generan es una despedida congruente a la palabra. Por el contrario, son ediciones remasterizadas de lamentaciones y telenovelas ni siquiera advertidas por nuestra parte consciente.

Hay otros adioses, pírricos y mediocres. Lambiscones (con su propia desazón) o por lo menos timoratos: Bye, Besos, TQM y parafernalia adolescente que evoca distancia kitsch y lugares comunes indiscriminados. Algo casi tan violento como mandar un beso a distancia cuando te despides en persona. Decir “Bye, te cuidas” mientras besas tu propia mano y la agitas en franca señal de “Estás loco si crees que me acercaré a los linderos de tu sucia mejilla a concluir un saludo”, no hace sino confirmar que la cultura del desperdicio y la distancia se apoderan sigilosamente de mentes desprovistas, de al menos un valor. El de la congruencia con la realidad. Sería tan factible como querer terminar una conversación en persona, buscando un emoticon para lanzarlo en lugar de la atención y elegancia de la calidez.

Tanto el saludo como la despedida tienen códigos propios. Se tratan, desde que dos se identificaron como afines, de rituales donde se intercambian sendos agentes, entre ellos, energía y respeto, receptividad y decoro.

En un aeropuerto y en una funeraria se respiran distintos tipos de adioses. Y es aquí cuando la merma emocional suele llevar consigo arrepentimiento por la incapacidad de al menos haberse despedido –ya no con profundidad- sino con actitud.

Pero uno no necesita experimentar un adiós hacia otra persona. Sobran –por desgracia- ocasiones en las que uno –sin siquiera advertirlo- se dice “adiós” a sí mismo del modo más inclemente y frívolo. Incluso cuando se dice “hola “ y en realidad se quería decir “adiós”, o viceversa. El negociar lo no negociable, o no negociar lo negociable, irreductiblemente se transforma en un adiós hacia uno mismo.

Pero hay adioses dignos. No todo es chantilly sobre oropel.
Saber decir adiós en un momento clave, y hacerlo con madurez, dignidad y conciencia, puede generar un estado de franca precisión evolutiva desde el punto de vista de la impermanencia. Reconocer que el cambio es una constante y la inflexibilidad una predicción segura de problemas y dolor, hace que tarde o temprano se blanda la ductibilidad no encontrada por ceguera y necedad egoísta.

Léase, pues, al adiós como una afilada y nada simple espada de Damocles. Igual puede comunicar y trascender como un vector comunicativo claro, como arrojar precisamente lo contrario. Además cabe la viabilidad de que sea un cortés gesto en tiempo presente que evoca un fuerte deseo por un devenir mejor.

Adiós no es una palabra fácil.
Menos aún lo que integra en su etimología y en su práctica.

Adiós.

1 comentario:

  1. En la guerra y en el AMOR todo se vale. Ella te ama. No digas Adiós. No vuelvas a cometer el mismo error dos veces.
    ¿Qué esperas?

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