Nadie dijo que era sencillo. Ni en este o en otro país.
Pero por lo menos en estos aciagos meses, pareciera que ser mexicano conlleva algunos pícaros grados más de complejidad.
Y es que estar en medio de Centroamérica (en ocasiones confundido con esta región) y Estados Unidos no es precisamente una posición geopolítica privilegiada, viéndolo desde aristas de migración, economía, cultura de masas y hasta sociológicas..
Pero es aquí donde vivimos y valdrá más entender la lógica de la vida cotidiana para trascender las limitantes que reiteramos y proyectamos como neuróticos condicionamientos, a simplemente orbitar por los días como window shopper en centro comercial.
Para ser mexicano, uno no sólo tiene que ser víctima de su gobierno, sino aprender a estoicamente soportarlo. Con declaraciones y rectificaciones de expresidentes que incriminan a sucesores (y luego se ridiculizan al grado de aludir pobreza mental), empresarios videograbadores y oscuros hasta el iris en posición de defensa, llegando a fugas (fiestas) de reos abiertamente cobijadas por las autoridades, mismas que se deslindan con cara y manos de “yo no fui”.
México Mágico. Todo esto, en tiempos post AH1N1. Parece que lo que muchos gritan acerca del franco estado de ingobernabilidad, pendula en una especie de administración del desorden o cleptocracia representativa, misma que es evidente, pero la soportamos y toleramos cual Pípila.
No sólo son necesarias agallas para validar saqueos burlesques, tanto de expresidentes rancheros con fincas nuevas y esposas-sanguijuelas, gobernadores maratonistas que encuentran atajos en la ruta, como miembros de la oposición que se roban hasta las ligas de los fajos de sobornos y favores.
Sí, pareciera un libreto de Alan Moore o una broma mal jugada.
El poder para el mexicano suele ser algo más peligroso que una espada de Damocles. Excedido en el ego y con iniciativa subestimada, generaciones de mafias confinan a un pueblo que parece no cansarse de que le vean la cara con los métodos más creativos y al mismo tiempo los más cínicos y burdos.
Parece ser -en otra forma del egoísmo- que mientras no se metan con la familia y la tranquilidad doméstica, pueden hacer lo que gusten.
Aguantamos tránsito vehicular que hermana la espera. Por si esto fuera poco, sabemos que los tiempos electorales dictan pautas fluorescentes, y soportamos bloqueos multizonales que contendrán por algunas temporadas el desastre urbanístico en el que nos enredamos. Pero postes y objetos disponibles al dispendio electorero, empiezan a ser cobijados con basura que todos fustigamos.
También hemos aprendido a entender policías obesos, que encuentran en parte de sus funciones, bloquear calles con los restos geológicos de sus patrullas para reinterpretar la vialidad desde sus propias córneas.
Y si no bastara, sabemos de la natural oleada de promesas de nuevas corporaciones, nuevos jefes, nuevos incentivos; pero en la calle, la extorsión, el soborno, la trampa y hasta la complicidad con cuadros criminales dejan de ser noticia por erigirse en abierta, cruel y sórdida realidad.
Una contaminación segmentada y diversificada mantiene distraída la mente por si no había suficiente adrenalina. Desde la infame sobreestimulación visual, hasta una que es sonora y ambiental, no vacilamos hasta dar cobijo con la idea mundial de haber sido padrinos del cuate AH1N1, sus caprichos y arbitrariedades globales.
La motivación laboral con trucos de empleadores para no contratar personal y no pagar lo justo, al mismo tiempo que la ineficiencia de personal dispuesto a chatear lo imposible con tal de parecer que trabaja su jornada completa, es –en ocasiones- cómicamente aderezada por sindicatos que ponen el chantilly en la escena productiva.
Pareciera que México funciona por obra de la Santa Madre y Patrona de todas las Casualidades y Milagros, misma que es honesta, ordenada, productiva, eficiente, recta, ética y altruista. Sólo así se entendería cómo un engranaje tan impedido de oportunidades, las va generando al día con esfuerzos dislocados o abyectos, pero con la congruencia que sólo una divertida y típica mística del desasosiego momentáneo puede ponderar.
Pero como buenos mexicanos, seguramente habremos de descomponer el juguete sin siquiera haber preguntado por la existencia de instrucciones.
¡Qué diablos!
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