viernes, 7 de agosto de 2009

Instrucciones para ver llover




El cielo también es vencido por sus emociones.

A la más tenue provocación saca lo que contuvo por meses en un raudal de precipitaciones intempestivas.

Llueve sin avisar. Llueve cuando le da la gana al día. Llueve sin Bluetooth ni WiFi. Llueve desde hace milenios. Llueve sobre mojado. Llueve como fenómeno causal y efecto en el ciclo natural. Llueve para balancear el ecosistema. Llueve aunque suba el dólar. Llueve. Y pensar que maldices por haber olvidado el paraguas. O dices "achh!" porque dentro de tu biblioteca de lugares comunes no te gustan los días lluviosos porque simplemente así lo decidiste (después de soplarte una lluvia de películas, telenovelas o historias rosas donde muestran cómo se debe pensar frente a los estímulos más espontáneos).

La lluvia es una erudición del día que tiene muchas y singulares lecciones en su seno. Por un lado te cae en la cara el hecho de la impermanencia: no cae la misma gota dos veces. Más claro, ni el agua.

Al mismo tiempo te recuerda que no todos los días son iguales y que la experiencia del día no está en el día, sino en ti y lo que hagas.

Imagina que hacemos un zoom in al momento en que se gesta la gota de lluvia, y en un travelling delicado y vertical, captamos cada momento de su viaje en contra del pavimento, del techo de una casa, del paraguas de algún diputado o encima de una zebra en el zoológico (recordé la canción de Los Toreros Muertos). La lluvia no se detiene. Tiene un tiempo de vida en su caída libre. Es democrática. No importa si cae encima de un Ministerio Público, o del rancho de un empresario corrupto. La lluvia es ejemplo digno del fluir, de la impermanencia, de una relación causal y de la ausencia de valor intrínseco: hay tantas gotas que es imposible seleccionar una “especial” o cargarle valor a algunas.

¿Cuántas veces jugamos, dentro de un auto, a que se llene el parabrisas y entonces pasar el limpiador? ¿Cuántas ocasiones te habrás hecho tonto para salirte a destiempo de la alberca y experimentar la irrepetible experiencia de sentir la lluvia mientras nadas y haces bucitos? ¿Cuántas veces corres de la lluvia sabiendo que aún así quedarás empapado? ¿Cuántas veces te has permitido realmente sentir y disfrutar la lluvia?

Ver llover puede ser una experiencia desafiante: somos tan burdos con la realidad y los exiguos marcos de referencia de la inercia personal, que solemos dejar de lado el acontecimiento que es la lluvia. La precipitación pluvial no acontece diario y si sucede, tiene igualmente causas y efectos que escudriñar y comprender, como un experimentado ladrón que analiza cada movimiento antes de dar el golpe..

Hay teorías, como la de la Gaia, que proponen a la Tierra como el verdadero Big Brother: el ser consciente y vivo más grande del cual ni siquiera reparamos, pero que con el paso de milenios autorregula temperaturas, y recursos naturales con el fin de mantener vivo el sistema de convivencia. Dicho de otro modo, esta teoría dice que la Tierra es un ente con vida, sin otra metáfora, más que la de comparar los ríos con venas y arterias, y la corteza con la piel.

Quedaría como tarea digna para un embotellamiento vial, imaginar cuántos elementos más pueden ser comparados entre el sistema humano y la Tierra, ya no como planeta, sino como ser.

Después de todo, la lluvia es sólo uno de estos fenómenos que basta verlos, escucharlos o sentirlos, para recordar que estamos con vida. Ambos.

Y naturalmente hacer algo al respecto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario