Mereces lo que sueñas
-Cerati
Ayer amaneció mucho más tarde que antier. Las horas se rebelaron en contra del ejercicio ambulatorio. Las ojeras fungían como piernas al tener tal peso y condición autónoma, para evitar hablar del color. Las sábanas: perfecta combinación de telaraña helicoidal sin más principio que el precipicio ni final más abyecto que el de esta oración. Vueltas sobre el eje. Madrugada aún. Da exactamente lo mismo saber la hora, pues se trata de la hora de no preguntar. No preguntar razones, emociones, imágenes ni conclusiones. Se trató de la mente que avasalla la noche, por más que se quiera ver a la inversa.
Soñar no cuesta nada, dicen. Probablemente si uno fuera un contador especializado en desgaste biológico no estaría precisamente de acuerdo con esta sentencia. El sueño es algo tan desconocido, ignorado y natural, que se hace porque se tiene que hacer. Hay –naturalmente- los que no pueden abandonar la cama después de 10 políglotas horas de sueño. Hay los que con el primer rayo tienen para convencerse que el día ha empezado. Pero durante el sueño pasan tantas cosas que parecen no haber sucedido.
Se trata de la tercera parte de una vida, misma que ha quedado en una especie de abandono académico con la exclusiva función de abrigar con descanso al cuerpo para que -mecánicamente- el día posterior sea cínicamente igual.
Pero hay técnicas minuciosamente controladas, que permiten no sólo aprovechar este tercio de tiempo vital, sino explorar dentro del espacio de la conciencia durante el sueño. Básicamente, se trata de ingresar lúcidamente en el periodo de la ensoñación, dar cuenta de ello y controlar dicho sueño a voluntad. Pareciera en sí mismo un sueño, pero hay suficiente evidencia científica para estudiarlo o al menos curiosamente echar un ojo. Stephen LaBerge, uno de los especialistas más prominentes en el tema fundó incluso el Instituto de la Lucidez, en Stanford, con el objeto de profundizar en este tema.
El problema es que si rara vez se tiene control y lucidez del periodo de vigilia, menos aún habrá espacio para hacerlo como una práctica durante el sueño. Sin embargo, es posible que alguna vez hayas experimentado sueños lúcidos, pero que –como muchos sueños- los hayas olvidado, dado que se trata de un ejercicio que requiere de familiaridad y consistencia.
Quienes han estudiado este fenómeno, como LaBerge, Keith Hearne y Celia Green, explican que la maravilla de este ejercicio es que una vez que se conduce a voluntad el sueño, puede sobrevenir un periodo de hiperrealidad, donde se experimentan los estímulos soñados con más solidez que en el periodo de vigilia. Así, el soñador lúcido, cuando despierta, tendrá la sensación de que está soñando.
El perro se muerde la cola. De regreso a las preguntas donde se cuestiona si todo esto es un sueño, si de ser así, ¿quién es el que sueña? Si queremos que despierte. O si hemos nosotros de despertar para dar cuenta que estamos soñando que alguien nos sueña.
En cualquiera de los casos, lo palpable es que el terreno de los sueños es sumamente abierto a experimentar: se pueden llevar a cabo respiraciones profundas antes de dormir y generar un estado alerta que poco a poco se va diluyendo con el de reposo. Si por alguna razón uno cree estar dentro de un sueño y se está dando cuenta de ello, evitar sobresaltarse (ya que puede despertar) y dirigir lentamente dicha ensoñación. Puede uno probar escribir o leer algo, y si cambia dicho contenido al rato de un tiempo, significa que efectivamente se está soñando lúcidamente (¿cuál es la tinta con la cual fue escrita dicha letra en el sueño?). Cuando uno se despierte, los especialistas recomiendan evitar hacer movimiento alguno sin recordar qué fue lo que se soñó. De este modo se ejercita la técnica de la ensoñación lúcida.
Y no está de más la inversa, que radica en cuestionar si el periodo de vigilia es (solamente) eso.
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