viernes, 25 de septiembre de 2009

Instrucciones para exacerbar la imagen



As far as the laws of mathematics refer to reality, they are not certain; and as far as they are certain, they do not refer to reality.

-Einstein

Con toda razón las ventanas sensoriales con las que contamos (ojos, oído, tacto…) suelen interpretar imágenes y estímulos, que al ser percibidas como un todo (no contamos con más ni mejores ventanas), suponemos que existen tal cual se presentan, independiente a dichas ventanas. Les creemos todo. Punto.

¿Y qué si hubiera un sexto o séptimo sentido? ¿Y si sólo contáramos con un par de ellos? ¿Cambiaría la realidad, o tan sólo nuestra percepción de ella?

Esto presenta un problema estructural en la conducción del ser porque condiciona su credibilidad a la percepción, cuando se trata de algo completamente accesorio que hemos vuelto imprescindible: la imagen, el reconocimiento, la moda.

Por ejemplo, pensar y conducirse bajo la creencia de que el mundo es a color cuando se ha probado que haces de luz incidente impactan una superficie que los refleja y son registrados por células diferenciadas (conos y bastones) que interpretan eventos electromagnéticos como color, ilustran (no necesariamente colorean) lo engañados que podemos estar. Los perros, por ejemplo, al no contar con estas células, codifican el mundo en tonos de grises.

La historia muestra cómo es fácil vivir bajo el engaño de la percepción y supeditar los esfuerzos y motivaciones vitales a dicha condición ilusoria con un bono: el de fragmentar dicha óptica bajo el estigma del “me gusta” y el “no me gusta” como varita mágica de vida, con los argumentos menos sólidos más estúpidos, pero más celosamente cultivados.

Dedicar un instante a la imagen representa ser eslabón de una de las ataduras más profundas, confusas y complejas que se pueden padecer. Por decir algo, una persona que tiene serios desequilibrios mentales otorga total crédito a sus alucinaciones. Les habla, los insulta, los acaricia, les llora. Y todos a su alrededor se burlan y lo tildan de loco (algo que cuerdamente figura hoy como piropo).

No es que los eventos que registramos no existan. Lo hacen, pero de modo no convencional: dependen del acuerdo, de la imputación mental y conceptual que hacemos. Por ejemplo, las fronteras geográficas. La frontera entre Estados Unidos y México, por problemática, recurrida, bloqueada y burlada, es un acuerdo, una designación conceptual que se hizo en un momento dado, y que no existía desde la pangea, al inicio de los tiempos del planeta, hasta estos momentos. Y sin embargo, el acuerdo existe y con ello dicha frontera.

Pero la superimposición conceptual no conoce límite porque esa es la forma de relacionarte con todo, y suele ser tomada bastante en serio. De este modo estamos rodeados por elementos que no son otra cosa, más que designaciones conceptuales y suelen ser objeto de interpretación como absolutos. Va el reto: puedes voltear a ver lo que te circunda en este momento y darte cuenta que lo que sea que es, no existe como realidad absoluta, sino como realidad conceptualmente designada, porque esa “pared”, ese “color”, o esa “ventana” que mencionas, pasó por el filtro de la proyección e imputación mental.

A esto te lo sueles tomar demasiado en serio, incluso al grado de pensar que es dador de valor y bienestar, o a la inversa. Y con esto, el parque de diversiones llamado problemas en cadena. Y todo por esa imagen que le diste crédito…

Un buen ejemplo de esto es una sala de proyección. Imagina que estás en la primera fila donde un proyector emite luz y lanza a la pared blanca una imagen de un campo florido y tranquilo. La siguiente lámina que proyecta es la de una tormenta eléctrica descomunal. Y la siguiente, la de un desierto abrumadoramente caluroso.

Nadie brinca autómatamente hacia la lámina del campo para querer internarse en ella (a lo mucho viene un recuerdo peregrino o anhelo fugaz). Menos aún salen de la sala en grupo con la tormenta o el desierto. Pero si en cada una de estas láminas, el proyector mismo creyera que su propia proyección existe independientemente a su acto de proyectar, y la imagen proyectada no es reflejo de lo que emite en una pared blanca, entonces habría problemas, y serios. Los mismos que solemos tener.

La mente es un proyector y constantemente imputa y designa conceptos de los cuales creemos que se da la dicotomía “agradable” o “desagradable”, y con ello sobreviene el aferramiento o el rechazo del evento, como si se tratara de una identidad absolutamente verdadera, mientras que se trata -tan sólo- de la pared blanca en la cual se refleja una imagen del proyector (mental). Imagen que es dignificada, honrada y servida sin un instante de discernimiento entre lo que se imputa mentalmente y lo que se pasa sin filtro alguno y parece ser claramente real.

Es el principio de la omisión más grande: acerca de cómo existe todo aquello (hasta ahora) conocido como realidad, e ignorado por rendirle pleitesía a la imagen.

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