Mucha gente muere antes que activar el pensamiento. De hecho, así pasa.
-Bertrand Russell
Cuando la ficción se vuelve rehén de la realidad, es momento para pensar, que si se toma demasiado en serio, probable es, que uno figure como esquizofrénico, por decir lo menos.
Crisis Económica (resfriado -nada más- decían…), AH1N1 (Elba Esther: puedes detener aquí tu lectura), aumento de impuestos, sequía e inundaciones (por absurdo que se lea), Juanito, crisis petrolera, creciente desigualdad social, _________________ (anexa tus versiones de modo resumido, pero contundente). Dicen que somos como cucarachas: nos adaptamos a lo que sea.
Por kafkiano que sea el miedo ambiente (sic), la sorpresa ni amedrenta, ni educa. La realidad figura como espejo de relaciones humanas y su violento e inexplicable comportamiento gira en torno del contexto y de sí misma. Es copia fiel de su indolencia hacia el cuidado del agua, del maltrato a los animales y de una mala actitud progresiva, hacia prácticamente cualquier cosa, por citar ejemplos espontáneos.
Más que sorprender o apanicar, el sospechosismo fue el denominador como reacción de una aeronave secuestrada el miércoles, en el DF.
Esta acción -la del secuestro en sí- representa ventaja y dolo sobre del objeto atacado. Se trata de una de las incongruencias humanas más estúpidas para conseguir en fasttrack el rescate: sea dinero, especie, o simplemente atención.
Es en un secuestro donde se toma lo no dado con violencia y amenaza, la más fácil ruta a conseguir lo que de otro modo llevaría esfuerzo de por medio.
Pero, ¿cuántas veces has secuestrado una decisión, una palabra o una emoción? Parece absurdo, pero en el fondo, el acto es el mismo. La violencia que llega al extremo de parecer circense ficción o cortina de humo tapa-impuestos, es causa y efecto de la hilera de mentiras, malhumores y complots cotidianos que democrática y libremente optamos por ejercer.
¿Por qué cuesta ese trabajo suponer que una acción no es algo, y que ese “algo” engendrará una multiplicidad de “algos”? ¿Qué puede hacerle pensar a alguien que no es resultado de sus acciones y que éstas serán generadoras de un resultado próximo acorde con la naturaleza de su acción? ¿Qué tan alienado estará quien perpetua un comportamiento arisco, necio y medieval con su entorno, y se pregunta por qué le ocurren majaderías por situaciones?
Si los actos son algo, producirán algo. Se trata de ejercer el derecho de la remembranza de la repercusión. En tiempo real. ¡En 3.0!
Pero es tan instintivo y sanador culpar en automático a otro, que se convierte en eso: instintivo y habitual. Compulsivo (compuesto).
Un nuevo impuesto (impulsivo), un nuevo secuestrador, una nueva amenaza, son directa o indirectamente resultados de lo que se ha hecho u omitido en conjunto (y no basta con señalar al horizonte: “¡ellos!”).
El miedo, la costumbre y la indolencia hacen que la burla y el engaño de los gobernantes sea proporcional al que uno tolera hacia sí mismo y su conformismo estático.
Desperdiciar el tiempo –por ende- es secuestrarlo. Desconocer para qué se trabaja, para qué se levanta uno por la mañana, para qué lee estas letras, es secuestrar el principio más trascendente que uno pueda portar.
Pero uno tolera y accede a juegos de víctima/victimario y con ello encarga al azar la evolución propia, con lo que se reiteran frenéticamente los patrones que lo vinculan con la cara más oscura de sí: la impavidez de la ingenuidad.
Es tanto como si uno mismo se golpeara, se amenazara, se tehuacanizara, se humillara, se amordazara, se extorsionara, se escupiera, se rogara, se retorciera, se ignorara, se pateara el trasero, se acorralara y por fin, se abandonara.
Pero mientras haya viernes por la tarde; partidos de la Selección; reven con quien sea; moda a perseguir en música, ropa y neurona; series de televisión; cafecito con los cuates; aviones tomados por emisarios de un temblor y hasta injustos impuestos, dará exacta y precisamente lo mismo cuestionar este instante, siempre y cuando se sobreviva a tal secuestro.
La pregunta: ¿y para qué?
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