¿Qué pasa con el puño cuando se abren los dedos?
-Pregunta zen
Si tuviera que explicarle a mis dedos que –literalmente- cuentan conmigo por un humilde y honesto agradecimiento por lo que han hecho en aras del contagioso eco de realidad diaria, seguramente lo tendría que hacerlo con mímica.
Dibujaría una casa en el aire. Desde la ventana más cercana al piso sacaría la mano para agitarla en signo de saludo alebrestado a mi mano que lo responde igual. O tal vez subiría al ático a buscar un par de guantes a la medida y lanzarlos como ofrenda y entrevista al viento en lo que toca su destinatario.
Imagino el arte de jugar billar, tomar café o escribir estas letras si la mano no tuviera dedos. ¿Cómo diez filamentos pueden hacer una diferencia que seguramente modificarían el tránsito de la historia? Simple: los detalles no necesariamente lo son.
Pero por más que apilo estos dedos en malabáricas formas, y los hago parecer extremidades, rorschach o palillos chinos, los dedos no dejan de ser las pinzas del robot que en algún momento somos.
¿A quién ha saludado tu mano? ¿Qué tanto ha tomado, tocado y sentido que te honras y te arrepientes? (naturalmente no al unísono). ¿Cuánta sorpresa ha perdido por el hecho de saber qué se siente sentir?
-Uy, mano, si yo te dijera…
Las cosas no suceden por azar. El lío en la fábrica seguramente comenzó con el primer prototipo. ¿Simétrico o asimétrico? ¿18 dedos o cinco por mano? Lo curioso es que el cuerpo tiene tal maravilla que al estar dentro de él se toma como dado y pronto la mano busca el control de la tele para desaburrirse de sí misma.
Basta verte las manos. Encontrar arrugas nuevas, o por lo menos conocerlas, algo que sería lo más parecido a saludarte a ti mismo. Pero, por el contrario, nos damos la señal del dedo medio cuando se trata de onfeccionar un ejercicio introspectivo. Evitar el contacto, la sorpresa el registro minucioso nos hace indistinguibles de un wc.
Los dedos murmuran. Diariamente se cuentan a sí mismos como cuando en la primaria tomas distancia y volteas a ver cuántos pelados hay detrás de ti. El dedo meñique guarda penitencia hasta en su nombre. Sea en el pie (aunque muchos aseguran que es crucial factor para guardar equilibrio) o en la mano, todos los apuntan que –de ser racistas- discriminarían al pequeño por inútil. Como sea, el índice es el del prejuicio, el medio el del estilo, el anular para flashear el compromiso y el pulgar permite la palanca.
Voltear a ver los dedos es prender tu propio History Channel. Uno de los múltiples testimonios que guardas está precisamente en la palma de tu mano. No es la misma mano la de un carpintero que la de un banquero, la de un piloto que la de un sastre, la de un minero que la de un modelo. La huella indeleble de la vida por el paso dactilar y metacarpiano tampoco deja de ser algo por lo cual valga tomar un minuto y contar del uno al diez.
¡Rediez!