viernes, 12 de febrero de 2010

Instrucciones para hacer el amor



No hay amor infeliz. Sólo se tiene lo que se tiene.

No hay amor feliz. Lo que se tiene ya no se tiene.

-Marguerite Yourcenar


Nunca entendí la cercanía suicida que tiene el amor con la muerte hasta que las condiciones y condicionamientos mostraron los oscuros parajes del desamor y con ello de una especie de antimuerte más viva que tu respiración.

Recuerdo con emoción cuando en una clase de secundaria la maestra más buena onda de toda la escuela explicó la raíz etimológica de la palabra amor. Por unos momentos, el salón entero guardó un minuto de silencio (y sólo uno), no sé si para saciar morbos, escuchar algo que nunca más tendrían oportunidad, o si era una especie de luto premonitorio. Amé la explicación. Amé a mi maestra. Amé el momento.

Mi maestra de filosofía se transcribió a sí misma en imágenes refinadas y puntillistas. Amor está tan envuelto de muerte, que en su significado esconde la guadaña: amortis: suspensión de muerte. Ponerle pausa a ese proceso. Otorgar un rescoldo de libertad, vivo, en una canoa, dentro de la calma laguna de la muerte.

De inmediato imaginaba un cuadro de Edward Munch y en él mi cara de grito interno frente a la desesperación por una explicación tan… tan… tan cierta para mí y para mis subsistemas. ¿Qué otra cosa es el amor, sino una suspensión? ¿De qué? De todo lo que quieras. El problema es cuando claudica dolorosamente con la materia de su propia génesis: la suspensión de dicha suspensión.

El amor puede ser entendido como lobotomía, circuncisión o cirugía (a corazón abierto) o hasta herida de muerte, si es cierto que hay una ruptura, una pausa, una distensión. Salvando cualquier cliché del Siglo XII, con trovadores y juglares que entendieron el cortejo a la mujer como el de un vasallo a su líder, el principio del amor radica en la compleja naturaleza humana y su vocación por apadrinar, engendrar, hachizar, eructar, patear y hasta disparar experiencias que serán fotogramas de su vida.

Por eso el amor salpica ingenuidad al querer abrazar un instante para la eternidad y convertirlo en un objeto de apego, como el reloj de la abuela en la vitrina. Puede ir por ahí la comprensión de la consubstancialidad del amor y la muerte entendidos como un brote temporal que emancipa toda lógica: después de todo, ¿quién es el chido que se avienta a entender al amor? ¿Y desde qué perspectiva? ¿Y para qué? Mejor amar y no pretender entender el acto febril del amor.

A estas preguntas –desde chico- me hacía otras, entre las que nadaba de muertito: “Por qué se dice: hacer el amor?” ¿El amor se fabrica? ¿Se construye? ¿Se edifica, arrojando cualquier metáfora a un lugar del cual no pueda aparecer? El amor –al ser energía- tal vez no se fabrica, aunque ciertamente se cultiva.

Pero el acto de la consecución amorosa, donde dos retan la geometría y encuentran en el espacio la vertical propicia para fusionarse, confundirse y disolverse, revienta centellas que en una de las miles de interpretaciones es tildada como “la muerte chiquita”.

Por eso, para hacer el amor, uno tiene que ser valiente. Es indispensable saber que eso –lo que sea que siente- es transitorio desde la epiglotis etimológica. Para hacer el amor uno requiere saberse hacer el amor a sí mismo fuera de la dimensión puramente genital e incluso física. Hacer el amor es reblandecer la conciencia con la sorpresa de la emoción y la emergencia de la espontaneidad.

Para hacer el amor uno requiere estar en un manicomio sexy, con celadores eruditos (in technicolor), paredes rojinegras, dimmers díscolos, incienso intoxicante y… estar vivo. Por más lubricante que riegues en el huerto, sin experiencia no hay cosecha. Pero… ¿cuántos muertos en vida conoces? ¿O cuántas veces te has dado los santos óleos? ¿Incluso por amor? ¿O desamor?

Borges (sí: José Luis) decía que el amor era una trampa que dios tendía para perpetuar la especie. Desconozco los planes de dominación mundial de dios, pero al menos -en el dominio de la conciencia- cada quien libra este amor y desamor entre su vida y su muerte, con las más sabrosas ganas de protagonizar su propio guión.

Y que la cobija nos ampare (en lugar de la esquizofrenia).

2 comentarios:

  1. Excelente es su blog... He leído varios post y me detuve en esta entrada... Magistral.
    Por mi parte, creo que el amor es un mito "...el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles..." le continúo citando a Borges (permítame corregirle el nombre de pila: es Jorge Luis...)

    Le mando muchos saludos...
    Encantadísima de topármelo en la red...

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  2. Y, bueno, este brillante episodio sin duda refrenda el amigable concepto del Zombie de amor, etimológicamente hablando. Por el lado ontológico no nos queda más que hacer el amor para querernos cada vez más y creer en el amor para sentir que sentimos y para creer que existimos; ya lo dijo Lewis Carroll: "You won't make yourself realler by crying", But by making love?

    Beso.

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