viernes, 5 de febrero de 2010

Instrucciones para renunciar




There's no such thing as quitting. Just sometimes there's a longer pause between relapses.

-Alan Moore


Hay quien ve al estoicismo como herramienta y quien lo ve como refriega. Si se encuentran en la calle, igual cruzarán miradas y seguirán un rumbo browniano. Igual que el de sus prejuicios y negligencias.

Pero hay también momentos en los que el momento es lo de menos por traer consigo una nutrida cantidad y calidad de ollas express que impiden seguir el rumbo, por errático que éste sea. La presión invade. Sutura.

Desde niños hay ollas express con su ruido excepcionalmente blanco. Expectativas, reconocimiento, desempeño, y la competencia malentendida obran como libro de texto, no precisamente gratuito (ni fortuito), para el resto de los días.

En ese trayecto, cuando uno hace una progresión lineal de sus anécdotas y sus anémonas, es cuando al más puro estilo de una cuenta T, se arroja el resultado: “T friegas: es momento de crearlo (el momento y el resultado)”.

Para renunciar tiene que haber dos polos. Uno de ellos debes ser tú y tu manifiesta inconformidad. Al ser eso (polo y externo) es importante no perder de vista que todo el tiempo, lo que sea que pienses y opines será una versión y una percepción parcial. Sesgada. Por ello basta ajustar el enfoque, el ángulo y la perspectiva para dar fe de cómo cambia dicho polo.

Si a pesar de estos ajustes el polo no cambió como para estarse en paz, habrá que ponderar el otro polo. Y es ahí donde la decisión oprimirá varias veces “escape” en tu teclado mental.

El otro polo parece ser no sólo un polo. Por decirlo de otro modo, los argumentos sobran, pero aún así se siguen buscando indicios para actuar al respecto. Pero sin importar la versión de que se trate, uno sabe bien cuando el vaso está lleno.

Para renunciar basta una firma. Parece raro que en un mundo donde el hacker y el phisher son los nuevos delincuentes a detectar, con una firma selles el compromiso o la ausencia de éste. Me quedo pensando en el momento en el que uno confecciona su firma. ¿Realmente podríamos imaginar todos los lugares y papeles por donde pasará ese garabato que según los grafólogos nos define como personas, y según las personas nos define como consumidores?

La firma puede parecer sobrevalorada, después de todo es un garabato que puede ir desde la caligrafía de tu nombre, a tres equis bien puestas. Pero esa firma, ese identificador, ese poder es el que deja testimonio de que fuiste tú y no una memoria anónima quien se apersonó.

Una carta de renuncia es hueca en fondo y forma. Es en cierto modo, un paño de lágrimas, un trapeador y un desinfectante. Para redactarla es indispensable estar dotado con cierto cinismo conocido en el mundo moderno como diplomacia, y para entregarla se requiere saber que un ciclo ha quedado en esa carta.

Ciclos. Renunciar tiene que ver con ciclos. La fuerza gravitacional de estos ciclos es la misma que en un momento evocó una liga y en esta ocasión ruptura. ¿Qué otra cosa somos más que un bonche de ciclos? (muchos de ellos inadvertidos)

Identificar los polos, empuñar la pluma y despedir la firma, así como reconocer estos ciclos, son sólo parte de la voluntad y del hartazgo; de la fractura de la cual emana un nuevo (ilusorio) piso, que eventualmente se fracturará también. Sin temor, sin hallazgo, sin melancolía ni traspaso. Sin exceso ni soberbia, sin shit happens ni mal que dure cien años. Sin excusa.

Por eso renunciar cuenta con más de una connotación. Si en un momento dado se puede renunciar a este estado cíclico y reiterativo vía el reconocimiento del hartazgo de ello, entonces por medio de la firma de la claridad de la conciencia se abrirá una posibilidad de encontrar algo visceral y burbujeantemente nuevo.

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