viernes, 15 de octubre de 2010

Instrucciones para encender un cigarro




                     Aunque no sea honesto por naturaleza, lo soy por así sea por casualidad
                                               -Shakespeare


Quien piense que los placeres entendidos como premio a simplemente existir no tienen un precio que muchas veces deberá ser pagado en una sola exhibición, tiene contundentes problemas. 

Al parecer esto es muy simple: si lo disfrutas es porque, dispuesto o no, consciente o no, dicho placer es limitado tanto en tiempo como en espacio.

Y más que tener esto, un tinte abiertamente aguafiestero en tiempos donde el desmadre pasa de ser de sustituta a definitiva religión, se trata de una de las reglas del juego del principio de realidad en el que independientemente al hecho de que coincidas o no con esto, así opera: hay una consecuencia para cada causa puesta en marcha.

¿Qué quieres? Yo ni tomé ni decisión ni dictado al respecto. Como tú, reboté en este pavimento, como muñequito de Wii, y empecé a caminar hasta que comprendí que el chiste del juego era, precisamente, encontrar las instrucciones del mismo.

Por eso se siente horrible ver a alguien que rebosando energía y glamour parece desempeñarse en el cuadro vital como si no hubiera consecuencias, como si no hubiera algo qué buscar, como si le sintiera bien arrastrar un cometido. Es la persona que se va a dormir con la certeza de que despertará mañana. Como algo dado, sin la menor introspección ni perspectiva. Con la desesperación de tener lo obvio frente a los ojos, pero de tan cerca, ignorarlo por completo.

Todo placer es fugitivo. No es advertencia, es una observación. Y lo es porque se trata de una designación que tiene dueño con carga subjetiva e igualmente cambiante al respecto de precisamente todo. ¿O tu idea de tu primera pareja en la vida sigue siendo exactamente la misma que la de ese primer día? La trampa más elegante del placer es hacernos suponer que puede durar. Enterrados en dicha suposición subyacen prejuicios, condicionamientos y sobre todo costumbre. ¿O te has puesto a revisar cómo opera toda esta puesta en escena, con detenimiento crítico? ¿Has visto cómo hay personas que buscan a toda costa involucrarse en una lucha que está a priori garantizada para ser perdida, contra el tiempo? ¿Notas cómo surgen nuevos productos, anuncios y estrategias para lucir y parecer más joven, como si la edad por sí misma fuera una condicionante padecer o disfrutar? ¿Te das cuenta cómo pasa el tiempo en ti, y cuál es tu respuesta en torno a esto, tomando en cuenta que hay una regeneración celular, al menos cada 21 días?

Lo valioso del placer de darte cuenta estriba en la oportuna posibilidad de aligerar cargas condicionadas por el hábito socializado y automático que no hacen sino masificar y masticar la cordura y buen gusto de orientar el juego.

Un juego donde las reglas están escondidas, pero están. ¿Y no será que el tropiezo con la misma piedra, que el padecimiento de esa broncota que te raspa el lóbulo frontal, que tus preocupaciones y padecimientos tengan que ver con la incapacidad de comprender y conducir tu tránsito con base en estas reglas?

Lo más elegante que nos pudo hacer la vida, o quien haya orquestado el rally, es hacer que generemos interés o curiosidad por buscar las propias instrucciones de éste.

Pero si eso no genera el menor dejo de placer para ti, entonces préndete un cigarrito y lee otra cosita.

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