Somos seres mágicos
Y pensar que nos empeñamos en tan sólo ser personas
-Tulku Ulgyen Rinpoché
Echad bronca los unos a los otros. Pareciera que este versículo opera como mandamiento exclusivo y es rector de la estructura de comportamiento ante cualquier situación en la que se pueda, fácil y generosamente, echar un poco de bronca.
Tal vez no sea materia de reflexión diaria mientras haces tus poderosos pilates, navegas en el tránsito o en internet, pero la bronca verdadera pudiera ser otra, la que tiene un curioso sustento generalizado y se llama desesperación.
Uno suele desesperarse por cualquier cosa. Difícilmente puedes quedarte quieto haciendo una fila, y buscas que aparezca una gaviota (sin ser Peña Nieto) en tu celular, o bien, le das rienda suelta a tu mente y su discurso.
Pero una desesperación aún más riesgosa es la que te orilla a prenderte y enojarte pensando que es natural o que te hará ver interesante. Lo cierto es que este enojo basado en la falta de la práctica de la paciencia tiene que ver con una deficiencia que proyecta una enorme inhabilidad de arreglar las cosas con madurez, ingenio y estilo.
Seguro que en cada quark con el que interactúas existen varias opciones, de las cuales, tú eres el único responsable. Por un lado, existe la posibilidad de montar en cólera, suponer y asumir que todo es personal, o mantener la más elegante postura y recurrir al principio (teórico) de nuestra especie: el ser que se da cuenta de que se está dando cuenta (homo sapiens sapiens).
Si lanzas bronca o no, es tu imperial predilección, sólo que habrás ignorado que en el poco advertido trazo del largo plazo, que somos un hilo conductor (sumamente predecible): cada acción y reacción generará una impresión que refuerza la familiaridad para ser reiterada la siguiente ocasión, incluso hasta con dejo de automatización y hasta gesto zombie: en automático te enojarás. ¿O no conoces a los “mecha corta”?
Y en lugar de hacer algo urgente al respecto, ¡se siguen enojando! Por ello, lo más viable para enojarte es practicarlo. Y no te enojes –por favor- si lees aquí un “no te enojes”.
No echar bronca parece tan difícil en un mundo donde todo es un complot en tu contra, desde el bache que calculó el trayecto de tu llanta, hasta que haya amanecido el día con dos grados centígrados más, o menos, a elegir. Todo puede ser objeto de tu ira: si bloquearon unas calles, si el político en turno soltó una flemática declaración, si no te salieron las cosas justo como lo tramabas…
Sin la menor pretensión samaritana, estas letras lo único que buscan es voltear a ver -estudiar si se quiere- un comportamiento condicionado por la reiteratividad y el abandono de la cualidad de ponderación, que es lo que finalmente nos erige en homos que saben que saben.
Por ello, por meloso que se lea, un extraordinario antídoto para evitar aglomerarte con dificultades y músculos tensos, radica en el espontáneo y simple acto de generar paciencia, sin que esto se vea como permitir que el mundo pase por encima. Es el acto voluntario de tomar perspectiva y evitar reacciones incendiarias que lo único que generarán es que se multiplique y acidule el problema.
Alguna vez le escuché a un profesor que los seres humanos somos máquinas de generar problemas. Y tal vez el problema mayúsculo, en sí mismo, es que nos impedimos de ser personas solucionadoras de éstos.
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