viernes, 22 de octubre de 2010

Instrucciones para recostarse en un diván



            Exponte a tu miedo más profundo. Después de eso el miedo no tendrá ya poder, y de ese modo el miedo a la libertad menguará y desaparecerá. Estarás libre.

                                             -Jim Morrison

No se nos habría ocurrido si no hubiera algo con lo que se nos ocurriera, y que en lugar de usarlo como herramienta, tristemente se goza como paleta placebo (sin ojos ni boca de vomita).

Entrar al cuarto húmedo, lúgubre, pero disfrazado de paz con reconocimientos, libros y artificios de sabiduría en cada esquina es como permitir ser inyectado para salir de tu zona de confort y de ese piquete drenar los miedos y angustias que ni tú sabías que podías cultivar (y amaestrar).

Primero tienes que saludar con Disney-face, hacer de cuenta que todo mundo ahí adentro se encuentra erróneamente en la salita de espera (como en un planetoide repentino) o por un azar difícil de sobornar. Luego esperar como la vaca que entra al matadero y echa bronca a la que pretende meterse a la fila, sobreviene el frío de saludar al preguntón oficial que ni siquiera sabes si está más higiénico o no que tú, pero lo eriges en solucionador de problemas ajenos, o por lo menos así lo pretendes ver.

Treparte al mueble no es como decir hasta mañana. Lo que dirás de modo relajado y hasta abrupto y sin orden, manifiesta aquello que te gustaría decir sin la persona que tienes enfrente, pero que de otro modo, y por tus propias creencias, no lo has hecho.

La prueba-error pierde sentido cuando éste queda diluido en una programación a traspié que es entendida como arte de alivianarse y no intensear, así sea por un ratito.

Más valdría por eso, recostarte en una cama de clavos y ser consecuente con el drama: el común denominador de la otra cara de un ego flatulento que, en este caso, usa los problemas para erigirse como centro de gravedad de ese universo y concebir que se es blanco de todo tipo de complós siderales.

Para salir de una bronca hay que entrar a ella, y usualmente es lo que más flojera da en espera de un Ayatola que venga y lo saque a uno del lodazal para transportarlo a un jacuzzi. Para nosotros, los problemas son externos, y por lo mismo es impensable reparar en una corresponsabilidad adulta. “Al fin que dialgo nos habremos de morir…”

Pero cuando como tabla de estrellas con el hecho de que el valor de todo esto radica en las repercusiones, el sabor y la textura del mensaje anidan lo que ya no es interpretación, sino experiencia evidente. En saber que sí hay repercusiones y que son causa y efecto, tanto de estar recostado chillando las broncas, como de hacer un Premium delivery de tus fobias, traumas y eventos histórica e histriónicamente incomprendidos a otro lado.

Por eso es tan divertida la vibra en estos lugares. Porque todo mundo aquí cree que hay víctimas y victimarios, y bajo una dinámica así, lo más certero es la risa, que permite, por lo menos, entender que en un diván, se arregla todo. Hasta la misma percepción del diván.

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