No hay signo de malestar más emblemático en nuestros tiempos, que un buen dolor de cabeza.
La lista de espera para atender cada uno de los acaballados sucesos, ahora hábilmente convertidos en problemas (léase 'ya valí) suele traer consigo taladro y rotomartillo por aquello de la duda bordadora de de una mediocre jaqueca.
Que te duela la cabeza es padre. No sólo reafirma la condición de contar con una, sino que permite cuestionar seriamente muchas cosas que son irrelevantes cuando no te duele.
Por ejemplo, tal vez lo más importante sea la posibilidad de cuestionar el malestar del dolor.
Por sí mismo, éste no es otra cosa más que un signo, un síntoma y en sí, una designación que se hace ante la pérdida o ganancia de un agente.
Pero por sí mismo, ese dolor de cabeza no puede ser sinónimo de una ominosa calamidad ya que al mismo tiempo es indicio que señala un mal mayor, por lo que debería ser, en el peor de los casos, aplaudido con gratitud y elocuencia.
Cuando te duele la cabeza es fácil caer en cuenta de que lo único que importa eres tú (y tu cabezota, en ese orden). No importa ni hay más. Si el mundo tuviera cabeza (y le doliera), en una de esas (tal vez) te medioentendería. Pero como no es así, que rueden todos porque tu malestar demanda la atención y pleitesía del mundo.
Hay de dolores a dolores de cabeza. Están los pusilánimes que hasta ellos mismos han de experimentar dolor, pero que fácilmente te los quitas con un bostezo. Hay los que trepanan las ideas en la parte trasera del cráneo (la zona roja del mismo), que en ocasiones se doman hiperventilando o con algún remedo de remedio. Y están los que en sí, parecieran resultar un dolor de cabeza Fórmula uno, como para presumir en público o ganar un derby.
La triada dolor-cabeza-ego suele ser poco rentable en el corto plazo. Pero es sumamente auspiciosa para darte chance de exprimir tu lado más primitivo y precario. Te duele la cabeza, no así la mente, quien permite ver y auditar si te duele (o no) la cabeza, y al mismo tiempo cuestionar si es el mundo el que cambia y se torna apocalíptico y huraño cuando te duele la cabeza.
Y es que el dolor no le duele tener identidad.
La que sea que le proyectes.
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