La vida puede ser concebida como un neurótico tránsito de balances e imbalances.
Y probablemente uno de los asediados trucos sea, precisar proporción (no necesariamente balance) entre estos dos.
La proporción exige perspectiva y sentido de ponderación entre dos puntos. Pero todo se colapsa cuando entre esos dos puntos estas tú como agente observador.
Heisenberg planteaba que el observador afectaba la realidad con el simple acto de percibirla. Con este tipo de argumento, la proporción pierde curiosamente perspectiva al retar decididamente los puntos A y B que afanosamente hay que comparar.
¿Por qué (y para qué) nos ha de costar tanto entender una proporción si estamos manufacturados bajo cualquier tipo de éstas?
Por ejemplo, de acuerdo a la Proporción de Fibonacci, si mides tu estatura en centímetros y la multiplicas por 0.618, tendrás la cantidad de centímetros también, que debes contar desde el suelo hacia arriba en tu cuerpo y que apuntarán a tu punto 'áureo'.
Esta simple forma de medir qué tan proporcionado es tu cuerpo, es la gran carencia en la forma de conducir tu dirección de pensamiento.
Basta imaginar una métrica que apunte al silencio instantáneo cuando una espontánea brutalidad escape de tu opérculo bucofaríngeo, para aplaudir el dispositivo.
El punto es que no hay punto. No puede haberlo cuando la visión desproporcionada por condicionamiento natural altera la percepción y con ello el sentido de realidad.
¿O es proporcional tu ego con la capacidad de, al menos, percibirlo?
El ego se tiende como la desproporción de cualquier medida. Si te das cuenta, desde el tropezón en el que te torciste todo, pero cuidas el sigilo para que nadie te haya cachado, hasta el incansable ejercicio de no observar ninguna otra posibilidad, más que el 'para mí' tiene a este planeta en una cruzada contra sí mismo. Fuera de cualquier proporción, sea de higiene mental o de sentido común.
Por eso ser proporcional tiene la gracia de pensar la realidad de modo geométrico y no aritmético. Con volumen, con gracia, con sazón y plena consideración de la otredad es como la legítima proporción se acurruca ronrroneando el momento.
La proporción entre el ego, la dispersión y la inconciencia es suficientemente grande como para ser percibidas como desproporción en la mente cotidiana.
Por ello sería muy honesto y útil decidir si mejor guardas tu proporción y con ella el respectivo silencio que, después de todo, es un privilegio y no una obligación.
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