viernes, 15 de julio de 2011

Las instrucciones mudaron ya

Poralgopasanlascosas.com

Instrucciones para convertirte en piso



En silencio es cuando se asimilan mejor las superficies. Incluso aquellas que se asumen como propias y que por el andar cotidiano, uno olvida de voltear a ver e interpretar.

Hay ocasiones en las que el suelo parece dispararse hacia arriba como una respuesta natural, pero antigravitacional del humor.

Cuando sucede lo contrario, el perfil bajo es obligatorio y hasta requerido. Como suele pasar a menudo, en caso de que a alguien le lleguen a extirpar la nostalgia, no hay otra cosa mejor que recetarle el voltear a ver el piso con un ángulo obtuso, enfático y groseramente indiscreto.

Ahí es donde radica la respuesta a cualquier ansiedad de control (de lo que sea): del tiempo, de la pareja, del iPhone, de la salud, del pulso, de la edad, del humor, de la razón, de la conciencia…

Tengo que confesar que a veces me da miedo sentir esa rugosa y siniestra dificultad de convertirse en masa humana. Cuando la gente muta en aglomeración y no hay de otra, más que cobijarse en su propia sonrisa, el mejor cómplice es precisamente el suelo. Tal vez por eso es injusto exclusivamente pisotearlo.

Esa es la confusión primaria: aunque su aparente función sea pisarlo, sostener esta y otras especies es también una tarea que no requiere ser vociferada para aceptar.

Con todo esto, arrójate al suelo. Entiéndelo, acarícialo como un tesoro recién descubierto. Reencuéntralo y regodéate con la ceremonia.

Para esto deberás recostarse boca abajo y con las extremidades abiertas en franca señal de receptividad y caída libre, sin importar que ya estés en el suelo. Intimar con la superficie te vuelve profundo en la medida en que te quedes en silencio.

Es importante que se haga el más nítido esfuerzo para que la mayor parte posible del cuerpo toque el suelo, de este modo habrá la sensación más fidedigna de que estás en el suelo.

Cuando estés ahí recostado, aparentemente sin hacer nada, estarás haciendo mucho más de lo que sentirás: desde generar brotes de paciencia, hasta escuchar el otro lado del suelo, que fácilmente puede comprenderse como un ejercicio de piel a piel. Quien confunde la confesión con intimidad comete un adulterio de lógica, mismo que suele ser vengado con un protagonismo singular por parte del sentido común.

Ahí en el suelo puedes ganar muchos amigos bajo la institución de una causa justa: dado que la perspectiva es a ras, encuentras que, ni eres el único, ni hay dimensión realista de lo que ves. Los ojos que se acostumbran a ver, dejan de observar, por lo que el encuentro de otra dimensión del piso puede hacerlo entender ya no como soporte, sino como vínculo.

Una hormiga, una araña, una grieta y hasta una piedra tienen tanta labia de un modo animalmente latente, que ignorarla sería soberbio, especialmente cuando ésta puede llegar a ser tan excéntrica como discreta.

Por ello la función jurisdiccional de la territorialidad hace que se abra una noción de pertenencia, por lo que recostarte en el suelo y saber que ni el cuerpo es tuyo, es francamente liberador.

Para eso sirve el piso.

Y recostarte sobre él.

Instrucciones para convertirte en piso


  
En silencio es cuando se asimilan mejor las superficies. Incluso aquellas que se asumen como propias y que por el andar cotidiano, uno olvida de voltear a ver e interpretar.

Hay ocasiones en las que el suelo parece dispararse hacia arriba como una respuesta natural, pero antigravitacional del humor.

Cuando sucede lo contrario, el perfil bajo es obligatorio y hasta requerido. Como suele pasar a menudo, en caso de que a alguien le lleguen a extirpar la nostalgia, no hay otra cosa mejor que recetarle el voltear a ver el piso con un ángulo obtuso, enfático y groseramente indiscreto.

Ahí es donde radica la respuesta a cualquier ansiedad de control (de lo que sea): del tiempo, de la pareja, del iPhone, de la salud, del pulso, de la edad, del humor, de la razón, de la conciencia…

Tengo que confesar que a veces me da miedo sentir esa rugosa y siniestra dificultad de convertirse en masa humana. Cuando la gente muta en aglomeración y no hay de otra, más que cobijarse en su propia sonrisa, el mejor cómplice es precisamente el suelo. Tal vez por eso es injusto exclusivamente pisotearlo.

Esa es la confusión primaria: aunque su aparente función sea pisarlo, sostener esta y otras especies es también una tarea que no requiere ser vociferada para aceptar.

Con todo esto, arrójate al suelo. Entiéndelo, acarícialo como un tesoro recién descubierto. Reencuéntralo y regodéate con la ceremonia.

Para esto deberás recostarse boca abajo y con las extremidades abiertas en franca señal de receptividad y caída libre, sin importar que ya estés en el suelo. Intimar con la superficie te vuelve profundo en la medida en que te quedes en silencio.

Es importante que se haga el más nítido esfuerzo para que la mayor parte posible del cuerpo toque el suelo, de este modo habrá la sensación más fidedigna de que estás en el suelo.

Cuando estés ahí recostado, aparentemente sin hacer nada, estarás haciendo mucho más de lo que sentirás: desde generar brotes de paciencia, hasta escuchar el otro lado del suelo, que fácilmente puede comprenderse como un ejercicio de piel a piel. Quien confunde la confesión con intimidad comete un adulterio de lógica, mismo que suele ser vengado con un protagonismo singular por parte del sentido común.

Ahí en el suelo puedes ganar muchos amigos bajo la institución de una causa justa: dado que la perspectiva es a ras, encuentras que, ni eres el único, ni hay dimensión realista de lo que ves. Los ojos que se acostumbran a ver, dejan de observar, por lo que el encuentro de otra dimensión del piso puede hacerlo entender ya no como soporte, sino como vínculo.

Una hormiga, una araña, una grieta y hasta una piedra tienen tanta labia de un modo animalmente latente, que ignorarla sería soberbio, especialmente cuando ésta puede llegar a ser tan excéntrica como discreta.

Por ello la función jurisdiccional de la territorialidad hace que se abra una noción de pertenencia, por lo que recostarte en el suelo y saber que ni el cuerpo es tuyo, es francamente liberador.

Para eso sirve el piso.

Y recostarte sobre él.

jueves, 23 de junio de 2011

Instrucciones para oprimir un botón



El resorte tiene un encanto que ya lo quisiera alguien por las mañanas.

La magia de la insistencia convertida en una cruzada nacional vuelta tic absorbe hipnóticamente el contacto del hombre con su creación: un botón, y lo vuelve esmeril en cada ventana.

Los hay negros, azules, amarillos, nucleares, fisiológicos, florales, de vestir, en elevadores y en computadoras, en aires acondicionados y en controles remoto, los hay virtuales y congelados. Los botones están con el ser para ser oprimidos por la clase dactilar como consigna vital y universal, como triste, pero real, evidencia de un mundo desigual.

Sin embargo, puede que sea tan sabroso como degustar un buen pozole o bailar en tu cuarto a solas, pero apretar un gran botón conlleva –necesariamente- a tener que apretarlo de nuevo.

Esta es la magia del mismo. Y lo que sucede es que un botón nunca tiene soledad. Siempre está ahí, esperando lealmente ser oprimido y prácticamente, gracias a su oculto y secreto mecanismo, emerge con soltura, como retando al respetable, a ser apretado una vez más. Noble, bonito.

No imagino el día que se inventó el botón como dispositivo para activar algo que de otro modo perdía chiste. Lo más probable es que un hombre en blanco y negro (siempre viene a mi mente Nikola Tesla con música de trompetas como fondo), haya dibujado planos y hecho maquetas para encontrar que la magia de la espiral (sin mencionar aquí el paroxismo de ésta, llamada Phi) tendría que portar un techo para fungir como receptáculo caprichosamente funcional. Aprietas, funciona. Así son las cosas.

Por ello el capataz de la eficiencia en un botón es su propia vigencia. En él se refleja el estigma oprimido en un botón y la firmeza del que blande su dedo para hacer clic. Por eso un botón se aprieta con rostro iluminado, como atestiguando el proceso que lo llevó a ser botón y procurando nunca renacer en uno de ellos (aunque nadie puede garantizar tal certeza, por lo que valdría la pena estar precautoriamente advertido e ir eligiendo qué botón podría ser en la siguiente vida).

Piénsalo fríamente: el teclado son botones, como la paciencia evidencia botones para su contraparte. Un bebé, por ejemplo, controla magistralmente a sus padres activando con maestría diversos botones. Pero casi seguro esa responsabilidad, la de saber escribir y la de conocer los propios botones, se va diluyendo como alambre que ha perdido tensión y por lo cual, cualquier botón pierde cualquier chiste.

Deberían prohibir a un botón viejo salir a la calle así nomás, con la facilidad de ser visto en público y exponerse a ser apretado sabiendo que tiene sus opresiones contadas. Pero lo que lo hace realmente sagaz y valeroso es que ningún botón es fabricado con su número de apachurramientos contados.

De ser así, esto sería sumamente aburrido y lo más probable es que se guardaría en alguna vitrina o museo y se oprimiría un par de veces por año, en alguna fiesta del pueblo u ocasión especial, como el lanzamiento de algún misil.

Pero esto no pasa así. Es imposible calcular la vida útil de un botón, por lo que es necesario digitar con delicadeza, pero estilo, cualquier botón que uno tenga que oprimir. 

sábado, 4 de junio de 2011

Instrucciones para leer unas instrucciones


Hay quien tiene la gallardía, pero sobre todo el tiempo para permanecer estoicamemte hincado y tener en el suelo, frente a sí, la siguiente escena (forense): una caja abierta, con importantes y tribales rasguños, despojada con primitiva ansiedad del moño y cuantas capas geológicas de papel se hayan interpuesto entre tu humanidad y la diversión.


El producto en cuestión junto a la caja, llámese computadora, iPod, cuelgatoallas para hacer ejercicio, rack para zapatos, tele, compu, licuadora, cuna, arma de fuego reservada para uso exclusivo del Ejército, medicina, o gadget de la naturaleza que funcionará (por un ratito: en lo que llega uno más nuevo) para el género que sea.

Y uno, absorto frente a la caja, arrodillado, con lentes para ver de cerca, un té, resaltador amarillo y libreta para tomar puntuales notas de las instrucciones del aparato en cuestión.

Nada más ficticio (y nerd). Uno debe romper, descomponer y desahuciar el producto, antes de acercarse al manual. Eso debería de obrar en amarillo, gigaBold y 80 pts en la primera página de todo instructivo.

Desde niños nos enseñan a patear y romper las cosas antes de aprender a usarlas. ¿Por qué deberíamos guardar recato ahora que tenemos aparente uso de nuestras facultades?

Y otra preguntita: ¿Para qué perder energía y encanto del nuevo gadget que tienes en las manos, en chutarte 240 páginas de nanoletra , si puedes 'picarle' para ver cómo funciona. es más fácil. Más burdo. Más divertido.

Este arte basal de 'picarle'  al artefacto, entraña la mexicanísima concepción de privilegiar -qué va- honrar el método empírico y aplicarlo en todo aquello que se deje: juguetes, electrodomésticos, muebles, parejas y hasta con el cuerpo mismo.

Por ello, leer las instrucciones es para nerds, para clavados, para ociosos o para ansiosos que buscan una solución a la gracia perpetrada traducida en desperfecto o fractura.

Velo así: hoy son pocos los productos que ofrecen instructivo detallado con el producto. Los jetones directores de marca a priori saben que es pésima idea meter un librucho en donde sea. Casi como meter una señal del diablo. Por eso es mejor subirlo a un sitio web (que tampoco será pelado) o puesto el proceso en tres rápidos y esquemáticos pasos en una hojita de papel.

Sobre todo si se parte de la idea de que un producto ahora debe ofrecer la condición de tener que ser intuitivo. De otro modo, habrá que leer el instructivo. Y como eso cuesta trabajo y demanda esfuerzo, no sirve.

Antes, los instructivos hasta para un Hot Wheels, eran manuales. Ahora los manuales de procedimientos son quick fact sheets. No tenemos tiempo. Mucho menos que antes.

La tecnología ha incumplido su promesa, y nosotros seguimos lamiendo sus digitales botas: Se nos hizo creer que con ésta, haríamos las cosas más rápido y mejor para ahorrar tiempo. ¿Para qué? Evidentemente sería para agregar calidad de vida a la misma.

Pero efectivamente hacemos las cosas más rápido para que al terminarlas hagamos más o pongamos a girar la rueda del hámster con las redes sociales y otros señuelos. Pero la calidad de vida por el subsuelo. ¿O cuentas con más tiempo que tus abuelos?

Para ninguna de estas redes sociales se requieren instrucciones. Sería lo peor que pudiera sucederles. Invitar e incitar a leer a la gente y con ello comprender procesos para eventualmente cuestionarlos y reimaginarlos.

No. Eso no es lo que busca ahora la gente.

Eso está out.

viernes, 6 de mayo de 2011

Instrucciones para decir una mentira

Por mentiroso que suene, el día está plagado y plagiado por mentiras. Mentiras blancas, mentiras piadosas, mentiras de mientras, mentiras obligadas, mentiras por ósmosis, mentiras sin querer, mentiras automáticas (o autómatas), mentiras al fin.

¿Cuál es el afán de mentir? Probablemente se logre un cometido transitorio que repercutirá (sin mentir) como efecto causal y del cual, uno sorprendido se pregunte: "¿Y por qué me pasa todo esto a mí?". Uno miente por inseguridad.

¿Será que este actuar está incrustado en la naturaleza humana (y mentirosamente lo intentamos negar)?

Hay personas a las que les sale tan florida una mentira, como aquéllas a las que se les escucha delicioso cuando lanzan una palabra altisonante. ¿Será que el mentir es una técnica para la cual uno se entrena (diariamente)?

Me llama mentirosamente la atención que el primer mecanismo de defensa con el que cuenta nuestra (especial) especie, sea la negación: una mentira soslayada como un procedimiento rutinario e instintivo.

Para saber que se trata de una mentira hay que conocer la verdad. De lo contrario, estos dos conceptos serán entes irreconocibles en una pecera ahumada.

Sería, por esto, revelador hacer un conteo diario de las mentiras que escapan de la laringe, sólo como dato. Por ejemplo, en alguna ocasión con mis alumnos universitarios hice precisamente este ejercicio.

Les pedí que mantuvieran presencia mental durante todo el tiempo que pudieran durante una semana (en realidad ese era el reto) y que detectaran el momento en que "tenían" que mentir. Una vez acontecido esto tendrían que levantar un reporte de lo experimentado en toda una semana y lo más padre: se tenían que pintar y retocar (en el miserable y poco probable caso de que se bañaran) una rayita en la parte anterior del brazo, por cada mentira proferida en esos siete días.

- Es que vamos a parecer presos, intentó escaparse uno.
- Precisamente eso es lo que somos, de las mentiras, sugerí.

El caso es que a la semana llegaron a clase, misteriosamente todos, con su camisa arremangadita. Quien más rayitas traía era una chava que apenas mostraba seis.

No sabría decir qué se veía más fresco: la tinta o sus rostros. Pero algunos meses después, me aceptaron que habían olvidado hacer el ejercicio y curiosamente mintieron en su ejercicio… detector de mentiras.

Para soltar una mentira hay que ser, o muy bruto, o muy ingenuo: deberás poner cara de absoluta fiabilidad (el proceso se dificulta porque evidentemente es algo que ni tú te crees). Simpáticamente tendrás que hacer que te crees tu mentira y hasta construir estratégicas y calculadas submentiras para respaldar la inverosimilitud de la original.

Habrá entonces que controlar el trastabilleo, el movimiento telúrico de las rodillas, las manos y la quijada. Tendrás que comprarte un cuadernito para apuntar tus mentiras y de ese modo poder administrarlas: ¿A quién le dijiste qué y cuándo? Y por supuesto, habrá que mentir al respecto de la naturaleza de dicha libretita.

Mentir es realmente fácil, lo difícil es asumir responsabilidad sobre esto y optar por una vertiente de verdad.

Desgraciadamente lo que no se conoce no se desea.

miércoles, 20 de abril de 2011

Instrucciones para fumar un cigarrillo


Antes que otra letra suceda, he de aceptar que me cae rebien la palabra cigarrillo. De inmediato me remite al gallardo Hombre del Eterno Cigarrillo (Alberto Vázquez). ¿Qué personalidad puede cargar un sujeto para que se distinga por un diminuto taco de tabaco?

La misma pregunta cabe cuando alguien cierra su compu, enruta su extensión, baja 10 pisos, y en el vestíbulo del edificio se para con ninguna otra reflexiva soledad que la de su sombra, y enciende el cigarro.

Para fumar se requiere estampa y gracia. No todo mundo sostiene la tensión del cigarrillo en sus falanges ni mucho menos (se) contamina con visión de largo plazo.

Y al respecto de cómo sacar el humo, la gente siempre agradece algún tipo de suerte acrobática como las divertidas donas a las cuales hay que inyectarles el hilo de humo en medio. Y en el entuerto del cómo, siempre irá el qué. Humo somos y el humo respiraremos. 

Por lo menos que sea con gusto.

Lo interesante es ver cómo cambian las ópticas en torno a la visión del cigarro, sin necesidad de reparar en el sujeto observador y sus múltiples acechanzas del todo salpicadas de lo que sea que traiga a rastras.

En un momento, fumar era propio de hombres y las mujeres que perpetraban este atrevimiento eran vistas como rebeldes maliciosas. Hoy parece perder furor el restregar bocanadas por doquier en beneficio de la cultura green que pudo más al voltear a ver el estado del planeta.

Pero cuando uno está ahí, solito y fumándose camiones, peatones y caca de aves varias, nada parece restar importancia a la humadera.

La postal es polisémica: por un lado parece que estás viendo al Pensador de Rodin con tabaco en mano, a punto de resolver el problema del objetivo ulterior del humano como especie.

Por otro lado ves a alguien sabiendo perfecta y monocrómicamente (el humo -ni nada- tiene color) cómo emplear ingeniosamente siete minutos de ocio en abrazar y soltar humo.

Por lo menos de esta acción mecánica se desprende la evidencia de la estructura de un instante: humo. ¿Cómo tomas al humo? ¿Cómo lo retienes para ti y coleccionarlo?

Si en ese momento de ilustre onanismo al fumar, uno tuviera a bien importar la energía regada en sitios, personas y situaciones que no debería regarse, probablemente fumar sería lo más recomendado por todo tipo de especialistas.