sábado, 12 de diciembre de 2009

Instrucciones para ver hacia abajo (con subtítulos)

Eres un extraterrestre. Cuentas con trece brazos, ocho ombligos y un vacacional color verde, recién obtenido en las agitadas playas de la bahía de una impronunciable provincia (al menos con este alfabeto y lengua), a varios años luz.

En tu contingente de avanzada -que tiene por misión confundir civilizaciones de ínfima cultura y menor sentido común- se decide súbitamente sobrevolar la ciudad de México, nomás para emplazar el tiempo a calumniarse a sí mismo en lugar de dejar marcas en los cultivos de maíz del Ajusco.

Al ser la primera vez que tenemos permisos navideños de acercarnos a la estratósfera con la condición de llevar fotos y video para los programas de variedades, la misión cobra una símil de adrenalina -de por sí- inusual.

Conforme nos acercamos al planeta -cada vez menos- azul, tratamos de dejar las bromas para el regreso y concentrarnos en la observación.

La primera gran duda que emergió en la tripulación de este navío, conforme llegamos al punto más cercano posible sin generar colapsos masivos, fue con cuál de las enormes serpientes de acero que imperiales y ralentizadas se deslizaban por los andadores de asfalto, tendrían que acudir para pedir que nos llevaran con su líder (no para exigir su rendición o amenazar con su aniquilación, sino seguramente para preguntar las razones de la designación de su Secretario de Hacienda).

La serpiente capturó toda la atención que cabía en nuestro alienígena cráneo. Déspota, implacable, la serpiente emplumada de fierros demostraba no pertenecer a mito alguno.

Tan pronto pasó nuestra nave-redilas por algún edificio de gobierno, comprendimos la simbología de la bandera y su escudo, pero de inmediato levantó una pegajosa y verde duda: saber si el águila tododevoradora representa el hartazgo de la multitud o la conciencia de la otredad, en torno de la propia serpiente metálica. Como sea el nopal, el nopal siempre será el mismo: 'acomódense donde sea y no reclamen'.

Pero el importante hallazgo nos enmudecería al enfocar con alienígena precisión lo que presenciábamos. La inmensa serpiente todopobladora de la geografía se dividía en minuciosos escuadrones y conforme avanzaban los minutos, el animal sagrado era sublimado en mil partes, cada una, aparente dueña de su voluntad recorría diferentes, brownianos y erráticos trayectos.

Pero al vuoyeristamente seguir a tan sólo una de las células autoconscientes del poderoso reptil, el hallazgo se volvió nota de ocho en los diarios de nuestro planeta. Cada una de esas escamas volitivas -al parecer llegar a un destino- perdió su condición energética, y de ese exoesqueleto brotó, como si fuera una matrioshka, una delgada larva de la cual -hasta ahora- desconocemos cuántos niveles vitales más esconde hacia dentro.

La mañana siguiente, la gigante serpiente irá conformando lentamente su larga anatomía, con una precisión sólo advertida en el reino animal. El inesperado florecimiento de cuerpos ordenados para que el gran reptil paseé su masa por la fértil ladera hace que hacia el interior de la nave nodriza se geste una excepcional y sonora ovación (aunque sólo haya cuatro tripulantes, recuérdese que contamos con trece brazos cada uno).

Con un poco de oído se hacen descubrimientos sorprendentes, como el débil gemido que esta bestia lanza como para recordarse a sí misma dueña de los recuadros circundantes.

De regreso a nuestro planeta fue inevitable pensar cómo sería la vida allá abajo. ¿Qué se requería para formar parte del reptil de metal? Discutimos por horas acerca de la magia de la madre naturaleza y la elegancia de sus caprichosas formas en la fauna terrestre.

Lo cierto es que una ciudad para toda esa serpiente sólo es permisible en un sueño, y como en todos los sueños, la falta de sentido del humor es evidente. Por eso el concurso del cálculo de cuántas escamas móviles y autoconscientes, protectoras de la fina larva, era también una forma de divertirnos: las hay peores.

2 comentarios:

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