sábado, 1 de enero de 2011

Instrucciones para entender que ya es otro año


Saber que un año se trata de un ciclo artificial, inventado y denotado por el hombre con el fin de administrar sus signos vitales, puede ser liberador o castrante, y en sí continúa siendo una elección.

Sea que lo grinch te haya abofeteado como affaire cachado, o tus fiestas hayan sido peligrosas odas a Baco, tienen un fin que evidencian el disimulo del paso del tiempo y la cuenta de lo que has hecho con él.


Para el coleccionista de cuentas, hurgar en las bisagras de los sietes y en los ganchos de los cincos puede referir una emoción más bien entendida como furor de esa misma acumulación y por ello un arte hecho ocio transformado en integridad del desperdicio.

Pero si acaso hubiera una rima que permitiera ser consecuente con un día más, sería algo parecido a usar la inteligencia con la que se cuenta para generar una consecuencia palpable de aquello que definitivamente no vaya a generar arrepentimiento. Esto sería vivir lo más cercano a un estado de verdadera civilización. Sin sustentar la experiencia como una dependiente de los filtros (agudos u obtusos) con los que se proyectan y se conciben como excepcional y dogmáticamente absolutos.

Pero al segundo parpadeo despiertas de la fiesta tirado en una cantina en febrero y contando más dogmas de los que pudieran ser resueltos o al menos identificados. Si no, tiempo al tiempo, lo que sea que esto signifiquen para ti y para febrero.

Si el tiempo existe como algo diferente a un concepto es un apartado que no tendría por qué estarlo del sentido común, dado el liviano encanto que engendra vivir de recuerdos o anhelos, de arrepentimientos no vividos, de culpas que te hacen dócil, de expectativas idealizadoras de la siguiente y más próxima decepción, en cualquiera de los casos, todos ajenos a la fidelidad, la alta definición de la experiencia, que es el instante actual, para con el cual, curiosamente, existe todo tipo de prebendas y disculpas para distraerse y ser ajeno a este momento de conciencia (que es todo cuanto se tiene, sobre cualquier tipo de posesión).

Un año es una vida y viceversa. Cuando se tiene el mínimo (y por ello plausible) sentido de reconocimiento de qué pasa y por qué, lo mínimo que puede ocurrir es un inmediato y fértil aflojamiento y distensión de la importancia personal.

Frente a un año, nuestra persona es una f(r)actura al aire, una estadística incomprendida y un fondo revolvente de algún banco impronunciable de deseos, de órganos o de lingotes.

Hacerte cargo de tu experiencia, por lo mismo, no es fácil de cultivar, especialmente cuando cualquier cultivo se da como resultado de la casualidad o del azar.

Dentro de los rituales de cambiar todos los calcetines de cajón en un armario imaginable, como lo supone agregar un número al año, hay posibilidades para transitar varias latitudes. Desde seguir sumando años a la vida y no a vida a los años, hasta saber que el año, como el día, el mes y la semana, son constructos que elaboramos para tranquilizarnos y respirar en paz, por pretender tener domado el mundo y con él, las doce uvas compulsivamente tragadas para seguir echando la feroz cumbia.

Sólo que al domarlo se sobreentiende un sutil pero contundente acto de responsabilidad.
Después de todo, si no eres capaz de asumir la responsabilidad de tu propia mente no habrá mucho qué hacer.


Ni en este año, ni en cualquiera.

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