viernes, 28 de enero de 2011

Instrucciones para ver la Luna



It may be that the old astrologers had the truth exactly reversed, when they believed that the stars controlled the destinies of men. The time may come when men control the destinies of stars.
-          Arthur C. Clarke


Lo primero sería saber que de ninguna manera podríamos verla sin que ella deseara ser vista.
Esta anuencia vuoyerista colma y calma cualquier ansia astronómica o meramente anecdótica que pueda emerger en el público cautivo.

Para ver la Luna en serio hay que convertirse en cuerpo celeste. Esto es, encontrar un espacio reservado exclusivamente para apostarse sobre la plataforma de la hipnosis y poder recorrer -delinear una vez más- el perímetro luminoso de dicha incandescencia. Unir los puntos y saber que no habrá fin numérico, si es que estamos hablando de números imaginarios, que serían los únicos que podrían dibujar la Luna.

Me resulta inexplicable acostumbrarse a no voltear a ver hacia arriba. Es sinónimo perfecto de aceptar al mundo en su versión más ramplona y contentarte con su desasosiego.

Tal vez para eso existe el cielo: como un recordatorio de la intangibilidad, pero accesabilidad de una realidad distinta a la que es percibida por estos cinco limitados (y también ramplones) sentidos.

Sin necesariamente hacerlo, pero febrilmente querer aullar cuando ni parpadeas frente al disco, a la uña recortada o al cuarto creciente, a la sandía gris, al conejo apenas perceptible, el espectáculo es el más impactante que un ser pudiera presenciar y deberían arrestar por no voltear a verla - al menos diario-.

Parece tan cotidiana, tan frugal y urbana, que hasta la adaptamos a nombres y apellidos, a marcas, espejos, tiendas, canciones y la asociamos con creencias de cualquier tipo de suceso en principio incomprensible.

Para ver la Luna tienes que saber que te provocará lo que precisamente traes dentro, como una proyección fidedigna de cualquier emoción o falta de esta, en una refinada versión de un intempestivo buffet experiencial y testimonial.

La noche boca arriba se tiende sin penumbra como lámpara velada en lo alto de la pared más alta que encuentres. Las poleas invisibles que sostienen y juguetean con las estrellas, que tan cómodamente se balancean para asombro del respetable le han puesto un caballito de tequila a la misma noche. ¿Quién hubiera pensado que la Luna lo iba a tener todo tramado?

Un vacío que se instala entre el (celeste) cuerpo y el cuerpo (celeste) no alcanza a dimensionar ni la magnitud ni el desmayo que de modo lógico generaría.

Así, con un halo, verde, roja, panzona, pellizcada, cacariza o escondida, la Luna y su origen, enigma apenas explicable por medio de mitologías o síndromes de adecuación se tiende como perfecto post it a la vista de todos, como para recordar constante e insidiosamente que no hay cómo creer que todo esto es “normal”, rutinario ni oblongo.

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