Sin que lo vayas a tomar literal, puede ser visto así. La realidad exige tal pulcritud en su azoro y consecuente autodisciplina ética, que sobrarán eventos -mentales y físicos- para suponer una fragmentación.
Desde la (aparente) pérdida de un celular hasta la de una pareja, el suceso puede generar todo tipo de reacciones, pero si algo es seguro, es que habrá impresiones mentales. Que motivarán tendencias, mismas que se convertirán en hábitos.
Por ello, lo primero tendrá que ser la comprensión cabal de uno de los errores dramáticos en la civilización, intervenir en la distorsión de la cognición que propele múltiples reacciones -igualmente distorsionantes-.
Este error de apreciación se da cuando por ignorancia generacional se atribuye identidad metafísicamente sustancial a objetos, personas y situaciones, cuando en realidad, somos nosotros quienes las proyectamos, estando éstas vacías de estas designaciones.
El siguiente paso sería aceptar el hecho de que derivado del hecho de imputar identidad sustancial en objetos, gente y situaciones, sobreviene la incorrecta percepción del yo con el mismo aderezo.
El problema se da cuando, derivado del apego enraizado en el aferramiento ignorante al Yo, se busca consciente o inconscientemente desear placer para el Yo, por ende experimentando aferramiento para todo aquello que da placer y aversión hacia aquello que da dolor.
Ni la persona ni cualquier otro fenómeno posee o ha poseído un Yo sustancial, inherente.
Así, se (mal)interpretará todo evento y se observará como uno cargado igualmente de propiedades sustanciales, situación que orillará a una percepción errónea de la realidad, o cuando menos completamente idealizada o fantástica.
Como podrás ir viendo, tu realidad no es precisamente libre. No necesitas estar en un Ministerio Público o separo para darte cuenta que tu aparente libertad se ve reducida a una serie de proyecciones entintadas de imprecisiones conceptuales ancestrales y con continuidad generacional.
Desde este punto de vista, darte la espalda puede ser una buena idea.
Esa medida consigna el trabajo diario de una de las raíces del problema, que es la búsqueda de la correcta percepción del Yo para poder percibir la realidad libre de condicionamientos neuróticos.
Si de aquí se originan ejércitos de problemas derivados del ego, la herramienta para calibrar esta comprensión cabría en la fuente de esta percepción: la mente.
Darte la espalda, de otro modo, es extinguir la idea del Yo egóico, liberarlo de superimposiciones artificiales que nos convierten en héroes o villanos. Todo el tiempo.
Detener la descripción del mundo, hacerse responsable de todo lo que entra y sale del pensamiento, habla y acción, son premisas que se ven como lejanas o accesorias por estar acostumbrados a ellas como forma de vida.
Y ese es el problema.
Ni siquiera concebir la idea de poder despegar el Yo de nuestra persona. Desde la visión autocentrada, no habrá mejor remedio que darse la espalda, aunque en realidad es bienvenir el mundo como es.
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