La experiencia histérica dicta que son dos situaciones plenamente diferentes. Esa, de angustiosamente estar descubriendo lo que es la recolección del cuerpo en mal estado (irónicamente le llamamos “paciente”), y por otro lado, la de volver la onicofagia como la mejor compañera, cuando se está en el papel de acompañante.
En cualquiera de los casos, el cronógrafo indicará que la espera será un balde tremendo. La verdad es una muy diferente, y depende precisamente qué tan pacientes son los impaciantes, y cómo se trascienden la relatividad de los minutos (no es lo mismo una hora para una víctima de un ataque al corazón, que para su familia en la sala de espera, que para el cirujano, que para el visitador de laboratorios con muestras en su portafolios).
La verdad es que eso de la espera, difícilmente se nos da. ¿A quién le gusta esperar… lo que sea? ¿Para lo que sea? La impaciencia puede ser vista como una característica de la reiteración de hábitos compulsivos tendientes a generar tensión, expectativa y sobre todo, poco recato.
Cuando haces fila en el centro comercial (naturalmente en domingo al mediodía) o te quedas repentinamente con la sensación de ser abandonado por la obligación de estar ahí sin hacer algo, la mente se encarga de convertir el momento tantas veces más llevadero o desastroso, según lo aguante tu sistema nervioso.
¿Para qué nos hacemos? Un consultorio médico difícilmente va a tener buena vibra. El ir y venir de personas con emociones aflictivas deja una estela que se apetece pesada y de anquilosada confección.
Las salas de espera, por lo mismo, usualmente tienen dejos de nerviosismo y decepción, tanto por enfermos, como por acompañantes e incluso hasta por médicos: es la expo angustia del año en curso.
Lo ideal entonces, puede ser notar el tono muscular y advertir si hay jugueteo o brincoteo de alguna de las extremidades. De ser así, es claro que la tensión se hace presente y podría ser canalizada –al menos comprendida-..
Aquí aprovechas el hecho de hacerte presente (conciencia, dicho de otro modo) y no se rendirá culto al simple consentimiento de experimentar tensión. El ejercicio de hacer que la mente se voltee a ver a sí misma para calibrar su tono y descubrir con ello todo tipo de juguetes en esa caja de Pandora, puede hacer de una espera una genuina experiencia de visualización interna.
Partirías, pues de hacer del objeto de atención tu respiración y viajar con ésta a las diferentes latitudes donde la alarma de la tensión esté activada. Entonces, opuedes observar cómo la respiración será el mejor transbordador para llevar del cuerpo al exterior dicha tensión –aparentemente inexistente-.
La voluntad de observar con absoluta presencia mental los eventos físicos, generarán -no sólo que circulen las manecillas- , sino que cultives el hábito de vivir en tiempo presente, algo que si te detienes a considerar, pocas veces sucede.
La generación de la paciencia debe partir de la invocación de la conciencia, uno de los valores más preciados y determinantes para el ser. Después de todo, basta ver una sola acción que se haya hecho de modo inconsciente, los resultados obtenidos… y el profundo arrepentimiento o sensación animadversa que puede acarrear con ella.
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