Tranquilo. A todos tarde o temprano nos llega la hora. Uno en cualquier momento es perfecto candidato (aprobado por cualquier norma, organismo o asociación) para una buena, sincera, rigurosa y efectiva mentada.
Sin embargo, el proceso correcto de recibir la mentada en cuestión (como cualquier cosa, la verdad), es ubicarla como hueca, es decir, carente de identidad insulsa. De este modo pasará como un adagio ante oídos y ojos. O sea, no insultará por ser una seña o palabras que carecen de propiedades intrínsecas.
Una vez vacunado, se procede a abrir el regalito. Con cuidado se quita el moño y se analiza lo que el emisor espetó: Si por “chingar” uno comprende el acto de molestar la paz y la tranquilidad (de su tutora), puede estar perdiendo elementos adyacentes como el robar diestra y conspicuamente, o en otro de los caos, atacar sexualmente… Al decir “un chingo” se habla de muchísimos, aunque igualmente se le conoce en terreno apache como “un madral”, extraña referencia a muchas mamás. Al decir que eres un “hijo de la chingada” la referencia más próxima es que una mujer que fue asediada sexualmente tuvo un hijo, el cual orgullosamente personificas tú. De ahí la connotación sexual del “Te chingué”, que es algo así como “te gané”. Pero cuando avisas que “estás chingado” es porque te fregaste o te metiste en un problema de difícil salida. Diferente al “estoy en chinga”, que apunta al tener imperativa prisa. Y si dices que estás “de la chingada” es porque no lo estás pasando precisamente bomba. Pero un chingón es un pelado que se luce con el reconocimiento público, o algo poseedor de características de bondad o deseo para otros. Si de chingadazos, hablamos entonces tenemos golpes, mismos que se acercan a esta genealogía con el apelativo de “madrazos”. Poner una chinga es fastidiar sobre fastidiar o regañar. Alguien Chingaquedito es el que fastidia en pequeñas, pero nutridas raciones. Decir “¡Chíngale!” es algo así como “¡Apúrale!”.
La Real Academia lo aborda como sigue:
Del caló čingarár, pelear.
1. Importunar, molestar.
2. Practicar el coito.
3. Beber con frecuencia vino o licores.
4. Cortar el rabo a un animal.
5. Salpicar.
6. Tintinar.
7. Colgar disparejamente el orillo de una prenda.
8. Embriagarse.
9. No acertar, fracasar, frustrarse, fallar.
Tal vez algunas acepciones se acercan más al uso coloquial que se le otorga. Sin embargo, el hecho de intimar esta palabra con la figura materna podría sonar perturbador, por ser ésta, según tradiciones occidentales arraigadas, lo más preciado y encariñado.
En cualquiera de los casos, si una mentada (nombrar, mencionar, citar) busca insultar por medio de sugerir que tengas relaciones sexuales con tu madre, lo más indicado sería la sorpresa y a lo mucho la consecuente respuesta “¡No, gracias!”.
En esencia, cualquier insulto es por sí mismo vacío. ¿En dónde guarda entonces su parte que logra insultar y herir? Habría que hacer cortes transversales de las palabras para ver si en caso de retirar una letra o una entonación, el poder del insulto baja, se nulifica o permanece. Si éste fuera el caso, entonces efectivamente la palabra por sí misma insultaría, pero después de ver todos los casos del uso de la palabra, más los que revisa Octavio Paz en el Laberinto de la Soledad, confirman que la Mente se insulta porque así lo desea.
Léase, no hay más instrucciones más que desactivar cualquier mentada observando esto, o activarla observando también esto.
viernes, 30 de marzo de 2007
Instrucciones para recibir una mentada
jueves, 29 de marzo de 2007
Instrucciones para verse al espejo
El encanto de las utopías en una superficie aparentemente reflejante ha vuelto problemática la realidad cotidiana desde que pensamos que la autoimagen sería la portadora de distinción, identidad y baños de vapor mentales.
Para poder verse al espejo con propiedad uno requiere ser diestro en el arte de mover rápido los globos oculares. No tiene todo el día para fisgonearse cada pliegue: finalmente, uno ya debería saber lo que va a ver. El efecto scanning imperativo. No se detenga en microáreas que de verdad no tienen importancia, o que sabe que están dadas por perdidas. Mejor balancéese sobre su mejor eje, ponga cara astuta (especialmente si es uno de esos prácticos elevadores con espejos), y haga de cuenta que no es usted quien se está escudriñando sus más transparentes regiones.
Puede seguir la metodología de hacer de cuenta que este-cuerpo-no-es-mío (deberíamos hacer esto todo el tiempo) y sacar el colmillo como lo saca con el contigüo. Otra estrategia es accionar el scanning de arriba para abajo o en dirección inversa. La idea es poner en la vista el orden natural de los arquetipos que nos gusta confirmar, ensalsar y finalmente creer.
De ahí que a uno no le extrañe cuando el tiempo pase (porque... ni modo, éste tiene que pasar), las cirugías de fortuna y los doctores Del Villar pululen con mitocondrias en su mano izquierda.
Al espejo se le debería declarar un objeto ridículo. Obsoleto. Un instrumento para medir el paso del tiempo y para busrlarse de uno mismo. ¿Hace cuánto tiempo se narra que los indígenas se maravillaron con un espejo mostrado por exploradores? Ese choque cultural es el que debería reinar a diario cuando uno tal vez ruega que en la lisa superficie frente a uno aparezca lo que es inaparecible, o desaparezca lo que es un hecho que ya apareció.
Los espejos en un gimnasio son muy divertidos: tienen que soportar sacos musculares que asumen éstos como aduanas de admiración y sardónicas cartas de relación de la microevolución inflamatoria de uno de sus promiscuos deltoides. Uno no sabe a cuál irle cuando tiene frente a sí un saco y su reflejo.
¿Qué pasaría si para ver al espejo tuviéramos a bien detectar que el hecho de ver es un condicionamiento limitado por órganos sensoriales y por reflejo de luz incidente (sin atender por ahora las aberraciones que un espejo tiene, por mejor pulido que sea)? Probablemente daría lo mismo vernos ahí y olvidaríamos esa sosa idea persecutoria del ego en torno al miniajuste y corrección ulterior de la dignidad icónico del yo.
Después de todo, ¿quién está a gusto con su figura corporal?
Instrucciones para observar una planta
Lo primero, por supuesto, es asumirse como paje en el reino vegetal y no claudicar ante la tentación de vegetar.
Apilar la vista sobre el follaje y hacer un violento zoo(m) para seguir nervaduras debe ser el paso subsecuente.
Es imprescindible por un momento observarlo todo en términos de colores. Esto es, olvidar cualquier referente y advertir un Nuevo Mundo hecho exclusivamente de colores. Descubrir el himno del Rojo y subir las montañas del verde. Admirar los fangos del Azul y regodearse con las falanges Amarillas.
En el caso de la planta observada, vale descubrir la genealogía paleontológica del verde y atinar al pantone anteriormente designado.
Luego viene el descubrimiento de la forma. Identificar la repetición de las formas y la coexistencia de patrones en un ente vivo puede ser tarea para supurar algún minuto desprovisto del víver de soliloquio.
Para concluir (es preciso recordar que este instructivo trata en exclusiva de observar plantas y el congénito arte de hablar con ellas es materia de otro instructivo) basta con imaginar (esto es ver fijamente con la mente) la raíz y no la maceta. Es importante no confundirla con la maceta y evidenciar el sustento de un ente vivo con esplendor y descaro.
Apilar la vista sobre el follaje y hacer un violento zoo(m) para seguir nervaduras debe ser el paso subsecuente.
Es imprescindible por un momento observarlo todo en términos de colores. Esto es, olvidar cualquier referente y advertir un Nuevo Mundo hecho exclusivamente de colores. Descubrir el himno del Rojo y subir las montañas del verde. Admirar los fangos del Azul y regodearse con las falanges Amarillas.
En el caso de la planta observada, vale descubrir la genealogía paleontológica del verde y atinar al pantone anteriormente designado.
Luego viene el descubrimiento de la forma. Identificar la repetición de las formas y la coexistencia de patrones en un ente vivo puede ser tarea para supurar algún minuto desprovisto del víver de soliloquio.
Para concluir (es preciso recordar que este instructivo trata en exclusiva de observar plantas y el congénito arte de hablar con ellas es materia de otro instructivo) basta con imaginar (esto es ver fijamente con la mente) la raíz y no la maceta. Es importante no confundirla con la maceta y evidenciar el sustento de un ente vivo con esplendor y descaro.
Instrucciones para guardar la paciencia en un vuelo con lloriqueos
Mientras escribo estas letras un estruendo disfrazado de lloriqueos de bebé se esparcen por la cabina del avión. La mamá pasó de:
la negación de la existencia de pasajeros,
a la ira contenida por un detonador de sus debilidades en brazos,
Al dolor visto en su cara de desesperación, se notaba que era madre primeriza que en de cierto modo le importaba el resto del avión -incluyéndose-,
A la súplica al bebé por callarse ya, con exóticas estrategias que van desde ronrroneos, palmaditas y todo tipo de juego estúpido que va desde hablar como impedido hasta hacer caras de maniaco depresivo,
Hasta finalmente, según lo marca la psicología tradicional, llegar a la benedictina aceptación y rogar porque el vuelo pesadilla acabe lo antes posible.
Mientras los agudos decibeles ondean el tímpano con hordas de emisarios dispuestos a "hacer algo", una parte de la Mente indica que también se puede observar el hecho como un evento para cultivar aquello que invariablemente parece una palabra en lengua muerta: paciencia.
¿En qué pensar para ignorar el monstruito dos asientos adelante? (no puedo dejar de considerar y felicitar al papá que viaja en el asiento contiguo)
Puedo jugar a destaparme los oídos mediante la minuciosa acupresión de los opérculos nasales y la consecuente ventilación por esas vías.
También puedo imaginar que soy un gambusino en busca de la glándula pineal oculta en alguna parte de esta latitud, por lo que requiero atención completa en otro lado.
Cuando ninguna de las anteriores posibilidades funciona, en lugar de ignorar el ya rasposo decibelaje, acudo a notar que en sí no éste no tiene la característica de ser negativo o positivo. Mediante el ejercicio de observar el chillido desde una esquina que suponga observarse a sí misma sin prejuicio, dicho lloriqueo es espacio. Nada más.
Ahora que el avión ha aterrizado y el inconforme bebé (¿será perredista?) sigue con su clamor, su llanto se confunde con la lenta música de piano para relajar al pasajero que el capitán pone ya una vez en tierra.
Esto hace ver que tanto el lloriqueo como la música ambiental tienen las mismas características. Y si son desagradables o irritantes, es porque así las quiere uno ver.
la negación de la existencia de pasajeros,
a la ira contenida por un detonador de sus debilidades en brazos,
Al dolor visto en su cara de desesperación, se notaba que era madre primeriza que en de cierto modo le importaba el resto del avión -incluyéndose-,
A la súplica al bebé por callarse ya, con exóticas estrategias que van desde ronrroneos, palmaditas y todo tipo de juego estúpido que va desde hablar como impedido hasta hacer caras de maniaco depresivo,
Hasta finalmente, según lo marca la psicología tradicional, llegar a la benedictina aceptación y rogar porque el vuelo pesadilla acabe lo antes posible.
Mientras los agudos decibeles ondean el tímpano con hordas de emisarios dispuestos a "hacer algo", una parte de la Mente indica que también se puede observar el hecho como un evento para cultivar aquello que invariablemente parece una palabra en lengua muerta: paciencia.
¿En qué pensar para ignorar el monstruito dos asientos adelante? (no puedo dejar de considerar y felicitar al papá que viaja en el asiento contiguo)
Puedo jugar a destaparme los oídos mediante la minuciosa acupresión de los opérculos nasales y la consecuente ventilación por esas vías.
También puedo imaginar que soy un gambusino en busca de la glándula pineal oculta en alguna parte de esta latitud, por lo que requiero atención completa en otro lado.
Cuando ninguna de las anteriores posibilidades funciona, en lugar de ignorar el ya rasposo decibelaje, acudo a notar que en sí no éste no tiene la característica de ser negativo o positivo. Mediante el ejercicio de observar el chillido desde una esquina que suponga observarse a sí misma sin prejuicio, dicho lloriqueo es espacio. Nada más.
Ahora que el avión ha aterrizado y el inconforme bebé (¿será perredista?) sigue con su clamor, su llanto se confunde con la lenta música de piano para relajar al pasajero que el capitán pone ya una vez en tierra.
Esto hace ver que tanto el lloriqueo como la música ambiental tienen las mismas características. Y si son desagradables o irritantes, es porque así las quiere uno ver.
jueves, 15 de marzo de 2007
Instrucciones para reconciliarse con un amiguín
Sí. Quedamos que el primer ingrediente sería evitar cualquier pretensión.
De ese modo el hecho de armar el presente instructivo y esperar que tu amiguín recuerde que "beauty is how you see it", depende también de que lo recuerdes tú.
Partiendo de esa premisa, elegir un lugar neutral es el acto que todo diestro espadachín requiere. Especialmente porque en casos radiactivos no tendrá uno que pagar ni lamentar las pérdidas materiales ni los daños a la nación que pudieran gestarse.
Una vez instalados en espacio cadente, será buena idea recurrir a la administración de la hospitalidad (La Ibero y sus ideas no dejan de sorprender con iluminadas opciones para recuperar esa extraña sensación de ser humanos) y provocar a su contraparte con un Matusalén o ya de perdis un Razz.
La plática del clima, de Christian de RBD, de los huracanes y sus restos humanos puede obviarse: todos ahí saben a lo que van y esos momentos son vergonzosos hasta para don Matusalén y cada uno de sus años.
¿Qué mejor que poner sobre la mesa de modo directo el punto de donde se generó la implosión? Es muy probable que se den otras tres o cuatro en cadena, pero si esa cadena no pierde eslabones, el último será seguro un lugar seguro para dar paso a la fase de "yo pensé que.." o "lo vi de diferente modo".
Cuando se articulen señalamientos espetados como mosquetón, lo mejor será ser un pedazo de madera, ser un pedazo de madera, ser un pedazo de madera y esperar a que concluya el punto. De no poder con la ontología carpintera, prepara una videograbadora para reír después con las necesidades sin colofón.
No hables si no puedes mejorar el silencio. De ese modo comprenderás que lo que dices, como lo que haces y piensas, generará consecuencias. Así, identifica muy bien la consecuencia que visualizas. De otro modo, la embarcación estará a la deriva.
Cuando haya un punto claro en el que se pasan las municiones cimbrando las orejas y capilares, vale la pena no perder de vista el punto que se discute, y en cuanto alguien lo abandone con alguna gracia febril o un dedito firme, señalarlo y transitar tema por tema.
Cuando te des cuenta que tu intención no es tener razón, sino alimentar una amistad, dilo.
Regresa al back to the basic, observen en perspectiva la situación, determinen qué fue lo sucedido, propongan soluciones preventivas al respecto, den un merecido abrazo de Acatempan y platiquen de sus mujeres con abolengo y soltura.
De ese modo el hecho de armar el presente instructivo y esperar que tu amiguín recuerde que "beauty is how you see it", depende también de que lo recuerdes tú.
Partiendo de esa premisa, elegir un lugar neutral es el acto que todo diestro espadachín requiere. Especialmente porque en casos radiactivos no tendrá uno que pagar ni lamentar las pérdidas materiales ni los daños a la nación que pudieran gestarse.
Una vez instalados en espacio cadente, será buena idea recurrir a la administración de la hospitalidad (La Ibero y sus ideas no dejan de sorprender con iluminadas opciones para recuperar esa extraña sensación de ser humanos) y provocar a su contraparte con un Matusalén o ya de perdis un Razz.
La plática del clima, de Christian de RBD, de los huracanes y sus restos humanos puede obviarse: todos ahí saben a lo que van y esos momentos son vergonzosos hasta para don Matusalén y cada uno de sus años.
¿Qué mejor que poner sobre la mesa de modo directo el punto de donde se generó la implosión? Es muy probable que se den otras tres o cuatro en cadena, pero si esa cadena no pierde eslabones, el último será seguro un lugar seguro para dar paso a la fase de "yo pensé que.." o "lo vi de diferente modo".
Cuando se articulen señalamientos espetados como mosquetón, lo mejor será ser un pedazo de madera, ser un pedazo de madera, ser un pedazo de madera y esperar a que concluya el punto. De no poder con la ontología carpintera, prepara una videograbadora para reír después con las necesidades sin colofón.
No hables si no puedes mejorar el silencio. De ese modo comprenderás que lo que dices, como lo que haces y piensas, generará consecuencias. Así, identifica muy bien la consecuencia que visualizas. De otro modo, la embarcación estará a la deriva.
Cuando haya un punto claro en el que se pasan las municiones cimbrando las orejas y capilares, vale la pena no perder de vista el punto que se discute, y en cuanto alguien lo abandone con alguna gracia febril o un dedito firme, señalarlo y transitar tema por tema.
Cuando te des cuenta que tu intención no es tener razón, sino alimentar una amistad, dilo.
Regresa al back to the basic, observen en perspectiva la situación, determinen qué fue lo sucedido, propongan soluciones preventivas al respecto, den un merecido abrazo de Acatempan y platiquen de sus mujeres con abolengo y soltura.
Instrucciones para hacer un instructivo
Si uno es diestro en el arte de sacudir cualquier pretensión y dar rienda suelta al Consejo General que albergamos (no sé si dentro, fuera o en algún hiperventilado espacio paralelo), lo primero será emular la sabiduría infantil en la mañana de un 25 de diciembre o 6 de enero: tomar por asalto el sofisticado juguete sin reparar (eso viene después y es materia ocupacional exclusiva de los padres) en leer ningún tipo de instructivo: "Pus qué, ¿estoy wey o qué?".
De ahí que la pretensión sea nula.
Si de niños no leímos el instructivo para activar el micrófono de la Montaña Tenebrosa (nunca sirvió: Simplemente no pude hacerme pasar por Skeletor, maldita sea...), menos sé qué diablos hagas leyendo estas líneas.
Un instructivo conjunta al mismo tiempo una línea que transita de A a B y de B a C. Pero nadie advirtió que hay rutas paralelas que conectan -invaden- la capacidad infinita de flirtear que tiene la A con la C, y las inmensas ganas de ir al baño por parte de la B. Si es cierto que la B tradicional y avurridamente vusca bentilar un venigno abatar, no será en este instructibo.
Valdría, pues, aplicar el cúmulo de sabores y sinsabores de la cotidiana muestra de mosaicos para instalar instructivos para prácticamente cualquier cosa, si es cierto aquello que para vivir no se aprende... pero al hacerlo, uno puede dejar su manual, su mancha, su instructivo, o su instructivo.
De ahí que la pretensión sea nula.
Si de niños no leímos el instructivo para activar el micrófono de la Montaña Tenebrosa (nunca sirvió: Simplemente no pude hacerme pasar por Skeletor, maldita sea...), menos sé qué diablos hagas leyendo estas líneas.
Un instructivo conjunta al mismo tiempo una línea que transita de A a B y de B a C. Pero nadie advirtió que hay rutas paralelas que conectan -invaden- la capacidad infinita de flirtear que tiene la A con la C, y las inmensas ganas de ir al baño por parte de la B. Si es cierto que la B tradicional y avurridamente vusca bentilar un venigno abatar, no será en este instructibo.
Valdría, pues, aplicar el cúmulo de sabores y sinsabores de la cotidiana muestra de mosaicos para instalar instructivos para prácticamente cualquier cosa, si es cierto aquello que para vivir no se aprende... pero al hacerlo, uno puede dejar su manual, su mancha, su instructivo, o su instructivo.
viernes, 9 de marzo de 2007
La ciudad en donde no existía el futbol
Una vez más estaba allí ese ruido. Lo más parecido a un silbatazo frío, hiriente, delator y vertical. Todos sabían de lo que se trataba, pero ahora sonaba más fuerte de lo que se pensaba El latigazo craneal hacía que los globos oculares parecieran sobreinflarse. Era de madrugada y nadie reparó nunca la hora porque siempre era de madrugada ahí. Los gallos cantaban cuando les diera la gana. No eran necesarios los relojes porque el tiempo se medía con un sistema alfabético discrecional: era la hora que quisieras que fuera, si es que esto era relevante, o había una reunión social en puerta, para tener que establecerla.
La gente no solía dejar sus casas por mucho tiempo y con lámparas incandescentes realizaban el trabajo por el cual eran remunerados. No les iba mal. Componían un piso o bajaban un animal de un árbol, y ganaban lo suficiente para dormir la mayor parte del tiempo. Cuando se trataba de celebrar, los oráculos dictaban que se realizara una peregrinación de casa en casa, de habitación en habitación, como si hubiera que llenar el aire de malteada de plátano por las 357 residencias del lugar, esto con el fin de alegrar el espíritu de los mentores.
Nunca era tarde ni temprano. Las reglas no eran conocidas porque no eran necesarias. No importaba si uno no se bañaba por tres meses o si lo veían colapsado en lágrimas por la calle. La religión era permitir que todo lo que vieras debía ser percibido como espacio mismo.
De este modo, la reverencia al instante era venerada con quedarse completamente quieto las veces que uno eligiera durante la jornada (recordemos que ni días, ni meses existían: solamente jornadas, que duraban lo que uno quisiera que duraran) y encontrar que el momento: ese momento, era el realmente trascendente y demandante de toda su atención. Era por eso que los hijos no contaban con edad para migrar de casa. De hecho, no había a dónde migrar porque el poblado era un tanto limitado, enclaustrado en su gente y la temperatura de sus sueños. Los hijos se criaban por medio de la educación que veían sus ojos (el famoso sistema Empírico - Dador - De - Inteligencia - Emocionante) y cuando encontraban alguien con quien unir su vida, lo hacían. Si se cansaban o aburrían, se lo decían y se retiraban.
Cuenta el veterano de la tienda de estrighaastos (una especie de tridentes muy, muy altos para arar las paredes y el cielo (se le conoce al hecho de arar paredes o cielo, a embonar un rígido objeto punzocortante en las paredes dimensionales, para ventilar el universo y permitir el escasísimo asomo de luz), recordando que esta tarea está reservada única y exclusivamente para los Estratuviarss. No eran nobles, sino los dedicados a ventilar el pueblo con sumo cuidado (ya que corría el rumor que de hacer esta operación sin la moderación taimada, el tridente podría reventar la delgada capa de Unix, que era la que les proveía de protección y cobijo vital (no por nada como sobrenombre se hacen decir unixtarios)), un hombre lánguido en tesitura pero robusto en conciencia, que una ocasión un hombre decidió unirse con una mujer, a quien de inmediato rechazó por no conocer el vocabulario elemental para hacerlo feliz. Cuenta el viejo que pasaron el resto de sus vidas juntos, investigando la naturaleza de este vocabulario, aparentemente unidos y aparentemente desunidos.
La plaza era un lugar para no estar. En realidad no había conceptos tales como bonito o feo, ni constructivista u ortodoxo. No existían (no es que no las conocieran, simplemente, esto no importaba) varias figuras geométricas. Se daban por premiados con abrir sus ventanas triangulares y escuchar sus discos cuadrados.
Eran personas que no eran especiales. Gente común que sabía que con uno que fuera especial, sobrevendría la gemida hecatombe social. Por eso no había siquiera este deseo. Transitaban por los caminos como sombras colgadas encima, sin mayor ocupación que la de percibir el momento y sus cualidades. Incluso hacían esto durante el prolongado tiempo de sueño. No deseaban en realidad más cosas, porque no había más cosas y porque el deseo era comprendido como una irreverencia para la tranquilidad. No tenían la menor intención de proteger o vanagloriar al ego.
Todo era muy estable, muy pacífico, y su gente muy quieta, a grado tal que el enojo más violento era apenas un guiño de inconformidad, aún espetado con cierta dosis de dulzura. Todo esto transcurría como cotidiano hasta el día de la Xanyuzaan (Momento de la profética evaporación del orden). Todos tendrían que estar preparados (anímica y materialmente) para el instante en que el pueblo recibiera la sacudida herética y sólo unos cuantos sobrevivieran.
El movimiento no tenía paralelo y duraba muchos eones (muchísimo tiempo: el tiempo que realmente no tenía medida y que nadie quería que fuera medido o incluso concebido). Nadie allá adentro conocía su origen, y como no existía el deseo de sobrevivir o no envejecer, recibían el instante con aceptación y soltura. Incluso, con una obscura alegría por saber que ya no tendrían que esperarlo más.
Lo que ellos nunca sospecharon, es que si uno eleva la mirada, como si ésta fuera en la punta de una escalera de camión de bomberos, y llega al punto más alto del campanario del pueblo y sigue escalando la vista de tal modo que cruce las tinieblas parcialmente entintadas de luz, y vigoriza este ejercicio hasta llegar al límite del espacio, uno encontrará una dura capa (la misma que reconocen los Estratuviarss con su tridente), misma que del lado opuesto, es levantada por el árbitro del encuentro, quien con quirúrgica sonrisa estereotipada, sabe todo lo que está sucediendo adentro, pero nada puede hacer para impedir el orden natural de los sucesos (en realidad es árbitro de afuera, adentro y sus linderos, pero guarda el secreto, por favor). Entonces camina unos metros y suda lo necesario. Recibe cuatro flashazos. Continúa ungido de arquetipos sonrientes, que sabe que lo librarán de cualquier sospecha. Lo toma entre sus manos, respira hondo, cierra un momento los párpados como quien sabe que ya nada será igual, y deja el balón en el centro del césped para que con su implacable y agudo silbatazo (crucial aviso) dé comienzo un encuentro más.
La gente no solía dejar sus casas por mucho tiempo y con lámparas incandescentes realizaban el trabajo por el cual eran remunerados. No les iba mal. Componían un piso o bajaban un animal de un árbol, y ganaban lo suficiente para dormir la mayor parte del tiempo. Cuando se trataba de celebrar, los oráculos dictaban que se realizara una peregrinación de casa en casa, de habitación en habitación, como si hubiera que llenar el aire de malteada de plátano por las 357 residencias del lugar, esto con el fin de alegrar el espíritu de los mentores.
Nunca era tarde ni temprano. Las reglas no eran conocidas porque no eran necesarias. No importaba si uno no se bañaba por tres meses o si lo veían colapsado en lágrimas por la calle. La religión era permitir que todo lo que vieras debía ser percibido como espacio mismo.
De este modo, la reverencia al instante era venerada con quedarse completamente quieto las veces que uno eligiera durante la jornada (recordemos que ni días, ni meses existían: solamente jornadas, que duraban lo que uno quisiera que duraran) y encontrar que el momento: ese momento, era el realmente trascendente y demandante de toda su atención. Era por eso que los hijos no contaban con edad para migrar de casa. De hecho, no había a dónde migrar porque el poblado era un tanto limitado, enclaustrado en su gente y la temperatura de sus sueños. Los hijos se criaban por medio de la educación que veían sus ojos (el famoso sistema Empírico - Dador - De - Inteligencia - Emocionante) y cuando encontraban alguien con quien unir su vida, lo hacían. Si se cansaban o aburrían, se lo decían y se retiraban.
Cuenta el veterano de la tienda de estrighaastos (una especie de tridentes muy, muy altos para arar las paredes y el cielo (se le conoce al hecho de arar paredes o cielo, a embonar un rígido objeto punzocortante en las paredes dimensionales, para ventilar el universo y permitir el escasísimo asomo de luz), recordando que esta tarea está reservada única y exclusivamente para los Estratuviarss. No eran nobles, sino los dedicados a ventilar el pueblo con sumo cuidado (ya que corría el rumor que de hacer esta operación sin la moderación taimada, el tridente podría reventar la delgada capa de Unix, que era la que les proveía de protección y cobijo vital (no por nada como sobrenombre se hacen decir unixtarios)), un hombre lánguido en tesitura pero robusto en conciencia, que una ocasión un hombre decidió unirse con una mujer, a quien de inmediato rechazó por no conocer el vocabulario elemental para hacerlo feliz. Cuenta el viejo que pasaron el resto de sus vidas juntos, investigando la naturaleza de este vocabulario, aparentemente unidos y aparentemente desunidos.
La plaza era un lugar para no estar. En realidad no había conceptos tales como bonito o feo, ni constructivista u ortodoxo. No existían (no es que no las conocieran, simplemente, esto no importaba) varias figuras geométricas. Se daban por premiados con abrir sus ventanas triangulares y escuchar sus discos cuadrados.
Eran personas que no eran especiales. Gente común que sabía que con uno que fuera especial, sobrevendría la gemida hecatombe social. Por eso no había siquiera este deseo. Transitaban por los caminos como sombras colgadas encima, sin mayor ocupación que la de percibir el momento y sus cualidades. Incluso hacían esto durante el prolongado tiempo de sueño. No deseaban en realidad más cosas, porque no había más cosas y porque el deseo era comprendido como una irreverencia para la tranquilidad. No tenían la menor intención de proteger o vanagloriar al ego.
Todo era muy estable, muy pacífico, y su gente muy quieta, a grado tal que el enojo más violento era apenas un guiño de inconformidad, aún espetado con cierta dosis de dulzura. Todo esto transcurría como cotidiano hasta el día de la Xanyuzaan (Momento de la profética evaporación del orden). Todos tendrían que estar preparados (anímica y materialmente) para el instante en que el pueblo recibiera la sacudida herética y sólo unos cuantos sobrevivieran.
El movimiento no tenía paralelo y duraba muchos eones (muchísimo tiempo: el tiempo que realmente no tenía medida y que nadie quería que fuera medido o incluso concebido). Nadie allá adentro conocía su origen, y como no existía el deseo de sobrevivir o no envejecer, recibían el instante con aceptación y soltura. Incluso, con una obscura alegría por saber que ya no tendrían que esperarlo más.
Lo que ellos nunca sospecharon, es que si uno eleva la mirada, como si ésta fuera en la punta de una escalera de camión de bomberos, y llega al punto más alto del campanario del pueblo y sigue escalando la vista de tal modo que cruce las tinieblas parcialmente entintadas de luz, y vigoriza este ejercicio hasta llegar al límite del espacio, uno encontrará una dura capa (la misma que reconocen los Estratuviarss con su tridente), misma que del lado opuesto, es levantada por el árbitro del encuentro, quien con quirúrgica sonrisa estereotipada, sabe todo lo que está sucediendo adentro, pero nada puede hacer para impedir el orden natural de los sucesos (en realidad es árbitro de afuera, adentro y sus linderos, pero guarda el secreto, por favor). Entonces camina unos metros y suda lo necesario. Recibe cuatro flashazos. Continúa ungido de arquetipos sonrientes, que sabe que lo librarán de cualquier sospecha. Lo toma entre sus manos, respira hondo, cierra un momento los párpados como quien sabe que ya nada será igual, y deja el balón en el centro del césped para que con su implacable y agudo silbatazo (crucial aviso) dé comienzo un encuentro más.
Zion
Infusion
Rejection
Abduction
Obliteration
Mention
Percussion
Indentation
Direction
Incitation
Detection
Publication
Correction... of the Mind
No necearás
Uno cree que de verdad cree cuando en el momento menos indicado se encuentra con un espejo (así de irreverente y gracioso) y el discurso del paladín se envuelve en oropel. La tersa bigamia del ojito torcido que guarda militarizada frontera con el arquetipo del insulto apenas sale del poro capilar de mi consecuente interlocutora.
Así fue como recordé que como temporal capitán de fragata solicité un ejercicio para desarrollar la musculatura de la conciencia en el gimnasio del espacio de la Mente. El Mind City.
-Dou you Mind?, me pregunté
- Sáaaa. Whatever, ya con boca suelta de canal 4 a las 3 de la mañana
El paladín del momento: los tres segundos de reconversión acudieron al llamado del Consejo General citado en pleno dentro de la Mente. Se decidió por unanimidad (y esta vez sin tomar la tribuna ni orinarse en las curules) ser congruentes y generar sentido al ejercicio. Tampoco sería una especie de "Whatever, you Moron..." Simplemente sonreí.
Se asienta el espacio de la Mente.
Se organiza el polvo en una línea bermeja que pudo haber sido la misma que ventilara el proyectil del ego al defender lo indefendible: una posición y no una conducción.
Conducción Amarilla.
Amarilla Mente.
Mente sonriente, al fin.
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