viernes, 24 de diciembre de 2010

Instrucciones para poner freno de mano al año


Recuerdo que los años se iban escandalosamente rápido entre onmásticos torcidos y dedos artríticos. Sabía de lo escurridizos y reptantes que son para hacerse pasar por semestres y hasta meses, pero la contabilidad creativa que supone el trayecto del punto A al B del día de un modo hurañamente mecánico los convierte en constructo residual de lo que tendría que ser una vida.

Un año es una ideación artificial. ¿Quién dijo que tendrían que ser 365 días los recovecos que le caben a este placard? De ahí que el desencuentro con las cifras y las categorías permitan ver como endeble hasta la cantidad de años que uno posee (esto es donde se pone bueno esto).
Pero un año en retrospectiva no es otra cosa más que el reflejo de un día y de una vida, sin mayor vuelta ni peritaje. Lo que uno confecciona y destroza suele ser cíclico y encuentra patrones que difícilmente se resisten al vistazo panorámico.

Así como en un año pasan muchas cosas, la melancolía por terminar un ciclo (que no es necesariamente digerirlo) otorga la posibilidad de turistear en la alfombra roja de la conciencia y valorar si en el fondo, dicho ciclo merece ser eso o puede desdoblarse en otra cosa. Algo que resulte nuevo, poco evidente y al menos, lo suficientemente lejano a un aburrido y pusilánime caminar del punto A al B.

Nacer, crecer, reprobar un examen (o una colección de ellos), idiotizarse con videojuegos, muñecas y luego novios y novias, casarse, reproducirse, ver la tele , trabajar como insano y morir parece ser lo suficientemente entretenido como para quedarse en una guardería toda la vida.

Por encima supone ser un reto, pero ante la incuestionable e irresoluble duda de lo que esto pueda significar para un próximo evento, se opta por el inmediato plazo: “total, de algo me he de morir…”.

Uno manda correos, cadenas y palabras con el menor empacho ni emoción deseando “lo mejor de lo mejor” sin siquiera entender lo trillado y absurdo que eso puede ser. Pero se queda tranquilo por haber cumplido la tarea moral. En esas líneas, en esas palabras corre una importante carga de lo que se es y lo que se transmite no es otra cosa que una extensión de sí.

Y en este reto significativo los conceptos y sus designaciones pululan como felicitaciones de Año Nuevo que en un instante se convierten en felicitaciones de cumpleaños, de bodas y de recuperación por la enfermedad mortal. La fugacidad de este juego es tan hipnotizante que no permite reparar en ella.

Un freno de mano podría ser optar por acariciar el punto A y el B y patearlos como una lata de 
refresco imprevista. Desnudar cualquier ruta programada que tenga que ver con satisfacer nece(si)dades impuestas que tengan como fin cumplir el rol familiar, social y del ego que sólo puede asegurar una insana competencia estresante y una abierta herida autodestructiva por complicar lo que de por sí es simple y fundamentalmente transitable.

Los seres humanos nos complicamos tanto las cosas, que hasta hemos privatizado el agua, misma que para ser bebida, se paga más cara que la gasolina, aunque ésta última no quiere quedarse atrás en esta carrera. Lo que supone ser una civilización encuentra en guerras domésticas, civiles, frías y de las galaxias, la llave para embrutecerse de poder y luego no tener idea qué diablos hacer con él.

En un año pasan muchas cosas.
Que no pasen inadvertidas es por lo menos, un tremendo y poderoso avance.

martes, 21 de diciembre de 2010

Instrucciones para grinchear con soltura


No es necesario escupirle al ponche ni activar la jeta más ponchada que tengas. Con ser almorzado por un tránsito vial que es ya una insignia permanente del gusto masoquista del ciudadano atrapado por los seasonalities, bastaría para refugiarte en cualquier excusa y quedarte a salvo en cualquier bastión de tranquilidad.
 

Pero a salvo no basta para entender un islote en el año que ha sido diseñado para cambiar de ciclo con un estricto apego al centro comercialvuelto tótem.

Probablemente se deba al reprobable hecho de no haber recibido el Castillo Grayskull claramente solicitado en la mentada carta, y de fondo escuchar las carcajadas del gordo rojo. O en una de esas, a tener que chutarte la plática política de los tíos borrachos y los reportes de inteligencia de las tías pretenciosas.


Lo cierto es que la temporada es realmente disfrutable si eres niño: te dan juguetes, viajes y vacaciones. De otro modo, padeces el tránsito, la turba de gente y la enrarecida y tensa atmósfera: por cmprar lo que le va a quedar y fingir que le gustó, por decidir si vas a casa de tus suegros o de tus padres, por proteger el aguinaldo de ojos ajenos para que sólo tus ojos lo vean materializado en tu nueva pantalla plana, en poner Disney face en la comida de la empresa y socialmente aceptar que no te burlarás de las ojeras ajenas, sólo porque las tuyas tienen ya una preocupante pero exótica coloración verdosa.


Otro ingrediente para rehuirle a esta fiesta son los villancicos. Cantarle a una estación puede ser pasable (sin la obligada duda en torno de una posible sanidad) pero no bajo las chillonas y melosas condiciones de lo que técnicamente se conoce como villancico.

Pero el punto crucial es que -siendo honestos- antier era todavía Septiembre (ése es el verdadero tiempo real) y pasadomañana será Febrero.
 

El tiempo se va entre las manos, no por una devastación de los recursos temporales, sino de los procesos de cpnciencia que derivan en saber estar alerta -no de una compulsiva compra navideña, sino de un refinamiento en los procesos de atención.
 

Con esta herramienta es con la que puede percibirse una temporada que no es otra cosa sino eso: una designación conceptual que aprehende y aprende que no hay días ni fechas absolutas, como tampoco nece(si)dad de volverse siervo de ellas, de una u otra forma.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Instrucciones para no sentir frío




Sin pagar boleto, el frío entra por los pies. Y al parecer el formato idóneo para darle la vuelta es reinventar el mismo concepto del diagnóstico climático. 

El clima es, por su parte, la mejor excusa para curiosamente romper el hielo. No importa ser burdamente evidente y ante el sudor multitudinario preguntar a alguien: “hace calor, ¿no?”. Como si la respuesta fuera la merecida: “De ningún modo. Lo que sucede es que eres único y excepcional, y todos nos estamos congelando de frío, pero tu excepcional presencia hace que nada más tú distingas este calor, por lo agraciado que eres”.

Hay climas para todo y para todos. Recuerdo lugares y parajes donde hacía un frío endiablado que estaba acidulado por un vientecillo más canijo que cualquier travesura celestial, pero al mismo tiempo estar tirado viendo estrellas, y por lo mismo, olvidar con propósito dicho frío.

De aquí desprendo que el maquillaje de la sensación es sólo eso, como cuando un soldado olvida un dolor de muela al ser encañonado por un enemigo. Pero el enemigo sería la ausencia de tal para sobredimensionar cualquier espectro sensorial que tenga como finalidad rendir tributo a la importancia personal bajo la excusa natural del “yo siento”.

Frío o caliente, son dimensiones de las cuales difícilmente podremos tener certeza en torno a su origen y presencia. Son factores endógenos y relativos, así tengan una métrica, igualmente relativa. Y esto lo apunto a propósito de la frialdad con la que se puede tomar un hecho como el mismo frío, que podría ser restituido como emblema o calcomanía accesoria en este vehículo de realidad, sin observarse como un determinante que opera incluso, en torno del humor y del capricho gritado: “Tengo frío y no me pienso mover el día de hoy”.

¿Y como por qué dos latitudes exclusivamente: frío-calor? ¿Podrías imaginar otras dos, como puntos cardinales o unos 23, en donde se puedan distinguir distintos campos sensoriales asociados a la temperatura? ¿Y será por el hecho de no imaginarlos, no conceptualizarlos y no enlazarlos al espectro de receptores que lancen la información electroquímica al mando que designa conceptualmente, que no existen?

Porque de ser así, el frío puede ser cualquier otra cosa. Sólo se percibe, pero ya no se designa. Y en este frente habrá oportunidad de tomarlo, abrazarlo, adorarlo u otorgarle total potestad para que haga con nosotros lo que le plazca.

Frío, frío, frío… Pareciera que estamos fríos en torno a este encuentro, y nos vamos fríos de aquí, sin pista alguna. Sin embargo, la voz en off que dice “tibio”, es la misma que está tiritando de frío y parece estar engolosinada y absorbida con el simple hecho de tiritar.

Al ser un diagnóstico, indiscriminadamente queda puesto como una percepción subjetiva. Pero alternar la visión de querer definirlo todo por una necedad opera en contra de uno mismo. Por eso lo más natural es dejarlo ser. Algo que no necesariamente parece (ser) natural.

Eduardo Navarrete
@elnavarrete

sábado, 30 de octubre de 2010

Instrucciones para replantear (casi) cualquier cosa



No existe el presente; lo que así llamamos no es otra cosa que el punto de unión del futuro con el pasado

-Michel Eyquem de Montaigne


La vida se escurre en cualquier cosa. Sea una necedad (necesaria o innecesaria), pero se va, se esfuma en ganarse la vida sin reparar si le sumas años a la vida, o vida a los años.

Cualquier cosa tiene como característica la capacidad de ser delimitada. Cualquier cosa opera como referente y conversación. Cualquier cosa importa como importa un recuerdo no obtenido acerca, precisamente, de cualquier cosa.

Hasta hace unos días, el único recuerdo de la oportunidad  para repensar algo era algún recuerdo que de gorrón pisaba el lobby mental, tan despreocupado e inerte como su padre, el hubiera.

Para escuchar el pasado hay que sincronizarse con él. No hay peor error que escuchar un acetato en las revoluciones erróneas. Si piensas tu pasado con la perspectiva del presente, las memorias crecerán como enemistad de lo que pudo ser y sus fantasmas gobernarán las noches del futuro.

La reminiscencia de un tiempo que no es ahora trae por resultado el aroma costumbrista de pudrirse a sí mismo (y a sus congéneres) en un acto más bien discursivo y aéreo, prófugo de lo único que en realidad está aconteciendo: el presente.

Bajo esa premisa sería tonto repensar algo.

Pero si se repiensa esto (o algo) y se entiende que ser y tiempo son exclusivamente conceptos que utilizamos para designar algo que no necesariamente tienen la delimitación que concebimos, estaremos ante un problema que ni Heidegger imaginó: voltear al pasado carecerá de importancia, del mismo modo que asomarse al futuro. Y en este caso, el presente dejaría de existir como se entiende por ser el único tiempo conceptual tasado en sucesiones hiladas y no siempre provistas de atención a sí mismas.

Por ejemplo: Si existiera el presente, ¿cuánto dura?  Pero lo que se concibe como presente es una desaprovechada circunstancia que pudo ser y ni siquiera se entendió cómo. Perseguir la añoranza o la expectativa nos hace más brutos de lo que pueda pensarse y pone en entredicho la razón de ser de uno.

¿O hay plena conciencia de que se está desperdiciando la misma para repensar cómo se extraña al ‘ya sabes quién’?

Replantea el tema. Revisa el contexto. Recurre a la locura (toda locura tiene un método, según Shakespeare). Revuelve los consejos. Resume todo concepto. Estíralo e ignóralo, ya que se trata de un concepto, de un juego, de un efluvio. Revisa las consecuencias. Revive lo no ocurrido.

Replantear la instrucción parecería tanto como oprimir pausa y en slow motion buscar el momento que indica el sustento anímico como para agregar el "re" sin temor a la represalia egoíca que tiene que venir como el grito sigue al manazo.

¿Qué otro regaño puede aparecer en este cuadrilátero, que el del apego a un momento bañado en Chantilly y chispas multicolor, digno de ser enmarcado por todo tipo de arquetipos?

La remembranza impide la claridad. Si bien la palabra "recordar" tiene que ver con la palabra corazón, el mismo corazón -por medio de su diario accionar- registra la función de la concentración en Justo-Este-Momento como elemento no negociable en este tránsito vital.

Tal vez por eso no se pueda repensar, sino recuperar. Especialmente tiempo.
Biography lends to death a new terror.
Happy Halloween.


viernes, 22 de octubre de 2010

Instrucciones para recostarse en un diván



            Exponte a tu miedo más profundo. Después de eso el miedo no tendrá ya poder, y de ese modo el miedo a la libertad menguará y desaparecerá. Estarás libre.

                                             -Jim Morrison

No se nos habría ocurrido si no hubiera algo con lo que se nos ocurriera, y que en lugar de usarlo como herramienta, tristemente se goza como paleta placebo (sin ojos ni boca de vomita).

Entrar al cuarto húmedo, lúgubre, pero disfrazado de paz con reconocimientos, libros y artificios de sabiduría en cada esquina es como permitir ser inyectado para salir de tu zona de confort y de ese piquete drenar los miedos y angustias que ni tú sabías que podías cultivar (y amaestrar).

Primero tienes que saludar con Disney-face, hacer de cuenta que todo mundo ahí adentro se encuentra erróneamente en la salita de espera (como en un planetoide repentino) o por un azar difícil de sobornar. Luego esperar como la vaca que entra al matadero y echa bronca a la que pretende meterse a la fila, sobreviene el frío de saludar al preguntón oficial que ni siquiera sabes si está más higiénico o no que tú, pero lo eriges en solucionador de problemas ajenos, o por lo menos así lo pretendes ver.

Treparte al mueble no es como decir hasta mañana. Lo que dirás de modo relajado y hasta abrupto y sin orden, manifiesta aquello que te gustaría decir sin la persona que tienes enfrente, pero que de otro modo, y por tus propias creencias, no lo has hecho.

La prueba-error pierde sentido cuando éste queda diluido en una programación a traspié que es entendida como arte de alivianarse y no intensear, así sea por un ratito.

Más valdría por eso, recostarte en una cama de clavos y ser consecuente con el drama: el común denominador de la otra cara de un ego flatulento que, en este caso, usa los problemas para erigirse como centro de gravedad de ese universo y concebir que se es blanco de todo tipo de complós siderales.

Para salir de una bronca hay que entrar a ella, y usualmente es lo que más flojera da en espera de un Ayatola que venga y lo saque a uno del lodazal para transportarlo a un jacuzzi. Para nosotros, los problemas son externos, y por lo mismo es impensable reparar en una corresponsabilidad adulta. “Al fin que dialgo nos habremos de morir…”

Pero cuando como tabla de estrellas con el hecho de que el valor de todo esto radica en las repercusiones, el sabor y la textura del mensaje anidan lo que ya no es interpretación, sino experiencia evidente. En saber que sí hay repercusiones y que son causa y efecto, tanto de estar recostado chillando las broncas, como de hacer un Premium delivery de tus fobias, traumas y eventos histórica e histriónicamente incomprendidos a otro lado.

Por eso es tan divertida la vibra en estos lugares. Porque todo mundo aquí cree que hay víctimas y victimarios, y bajo una dinámica así, lo más certero es la risa, que permite, por lo menos, entender que en un diván, se arregla todo. Hasta la misma percepción del diván.

viernes, 15 de octubre de 2010

Instrucciones para encender un cigarro




                     Aunque no sea honesto por naturaleza, lo soy por así sea por casualidad
                                               -Shakespeare


Quien piense que los placeres entendidos como premio a simplemente existir no tienen un precio que muchas veces deberá ser pagado en una sola exhibición, tiene contundentes problemas. 

Al parecer esto es muy simple: si lo disfrutas es porque, dispuesto o no, consciente o no, dicho placer es limitado tanto en tiempo como en espacio.

Y más que tener esto, un tinte abiertamente aguafiestero en tiempos donde el desmadre pasa de ser de sustituta a definitiva religión, se trata de una de las reglas del juego del principio de realidad en el que independientemente al hecho de que coincidas o no con esto, así opera: hay una consecuencia para cada causa puesta en marcha.

¿Qué quieres? Yo ni tomé ni decisión ni dictado al respecto. Como tú, reboté en este pavimento, como muñequito de Wii, y empecé a caminar hasta que comprendí que el chiste del juego era, precisamente, encontrar las instrucciones del mismo.

Por eso se siente horrible ver a alguien que rebosando energía y glamour parece desempeñarse en el cuadro vital como si no hubiera consecuencias, como si no hubiera algo qué buscar, como si le sintiera bien arrastrar un cometido. Es la persona que se va a dormir con la certeza de que despertará mañana. Como algo dado, sin la menor introspección ni perspectiva. Con la desesperación de tener lo obvio frente a los ojos, pero de tan cerca, ignorarlo por completo.

Todo placer es fugitivo. No es advertencia, es una observación. Y lo es porque se trata de una designación que tiene dueño con carga subjetiva e igualmente cambiante al respecto de precisamente todo. ¿O tu idea de tu primera pareja en la vida sigue siendo exactamente la misma que la de ese primer día? La trampa más elegante del placer es hacernos suponer que puede durar. Enterrados en dicha suposición subyacen prejuicios, condicionamientos y sobre todo costumbre. ¿O te has puesto a revisar cómo opera toda esta puesta en escena, con detenimiento crítico? ¿Has visto cómo hay personas que buscan a toda costa involucrarse en una lucha que está a priori garantizada para ser perdida, contra el tiempo? ¿Notas cómo surgen nuevos productos, anuncios y estrategias para lucir y parecer más joven, como si la edad por sí misma fuera una condicionante padecer o disfrutar? ¿Te das cuenta cómo pasa el tiempo en ti, y cuál es tu respuesta en torno a esto, tomando en cuenta que hay una regeneración celular, al menos cada 21 días?

Lo valioso del placer de darte cuenta estriba en la oportuna posibilidad de aligerar cargas condicionadas por el hábito socializado y automático que no hacen sino masificar y masticar la cordura y buen gusto de orientar el juego.

Un juego donde las reglas están escondidas, pero están. ¿Y no será que el tropiezo con la misma piedra, que el padecimiento de esa broncota que te raspa el lóbulo frontal, que tus preocupaciones y padecimientos tengan que ver con la incapacidad de comprender y conducir tu tránsito con base en estas reglas?

Lo más elegante que nos pudo hacer la vida, o quien haya orquestado el rally, es hacer que generemos interés o curiosidad por buscar las propias instrucciones de éste.

Pero si eso no genera el menor dejo de placer para ti, entonces préndete un cigarrito y lee otra cosita.

sábado, 9 de octubre de 2010

Instrucciones para fruncir el ceño

Somos seres mágicos
Y pensar que nos empeñamos en tan sólo ser personas

-Tulku Ulgyen Rinpoché

Echad bronca los unos a los otros. Pareciera que este versículo opera como mandamiento exclusivo y es rector de la estructura de comportamiento ante cualquier situación en la que se pueda, fácil y generosamente, echar un poco de bronca.


Tal vez no sea materia de reflexión diaria mientras haces tus poderosos pilates, navegas en el tránsito o en internet, pero la bronca verdadera pudiera ser otra, la que tiene un curioso sustento generalizado y se llama desesperación.
 

Uno suele desesperarse por cualquier cosa. Difícilmente puedes quedarte quieto haciendo una fila, y buscas que aparezca una gaviota (sin ser Peña Nieto) en tu celular, o bien, le das rienda suelta a tu mente y su discurso.
 

Pero una desesperación aún más riesgosa es la que te orilla a prenderte y enojarte pensando que es natural o que te hará ver interesante. Lo cierto es que este enojo basado en la falta de la práctica de la paciencia tiene que ver con una deficiencia que proyecta una enorme inhabilidad de arreglar las cosas con madurez, ingenio y estilo.
 

Seguro que en cada quark con el que interactúas existen varias opciones, de las cuales, tú eres el único responsable. Por un lado, existe la posibilidad de montar en cólera, suponer y asumir que todo es personal, o mantener la más elegante postura y recurrir al principio (teórico) de nuestra especie: el ser que se da cuenta de que se está dando cuenta (homo sapiens sapiens).
 

Si lanzas bronca o no, es tu imperial predilección, sólo que habrás ignorado que en el poco advertido trazo del largo plazo, que somos un hilo conductor (sumamente predecible): cada acción y reacción generará una impresión que refuerza la familiaridad para ser reiterada la siguiente ocasión, incluso hasta con dejo de automatización y hasta gesto zombie: en automático te enojarás. ¿O no conoces a los “mecha corta”?
 

Y en lugar de hacer algo urgente al respecto, ¡se siguen enojando! Por ello, lo más viable para enojarte es practicarlo. Y no te enojes –por favor- si lees aquí un “no te enojes”.
 

No echar bronca parece tan difícil en un mundo donde todo es un complot en tu contra, desde el bache que calculó el trayecto de tu llanta, hasta que haya amanecido el día con dos grados centígrados más, o menos, a elegir. Todo puede ser objeto de tu ira: si bloquearon unas calles, si el político en turno soltó una flemática declaración, si no te salieron las cosas justo como lo tramabas…
 

Sin la menor pretensión samaritana, estas letras lo único que buscan es voltear a ver -estudiar si se quiere- un comportamiento condicionado por la reiteratividad y el abandono de la cualidad de ponderación, que es lo que finalmente nos erige en homos que saben que saben.
 

Por ello, por meloso que se lea, un extraordinario antídoto para evitar aglomerarte con dificultades y músculos tensos, radica en el espontáneo y simple acto de generar paciencia, sin que esto se vea como permitir que el mundo pase por encima. Es el acto voluntario de tomar perspectiva y evitar reacciones incendiarias que lo único que generarán es que se multiplique y acidule el problema.

Alguna vez le escuché a un profesor que los seres humanos somos máquinas de generar problemas. Y tal vez el problema mayúsculo, en sí mismo, es que nos impedimos de ser personas solucionadoras de éstos.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Instrucciones para ponerle MUTE al mundo




                                                La música de Wagner es mucho mejor de lo que suena
                                                           -Edgar Wilson Nye

Hay momentos en los que el cisticerco mental ocupa una privilegiadísima posición en la estampa cotidiana y se incrusta en lo más recóndito del sándwich (festejado por el TRI) personal… hasta que la olla express decide reventar como le dé la pusilánime gana.

Instantes estertores en los que no hace falta que llueva para estar quitecitamente mojado por pompas y circunstancias que materializan los temores, expectativas, ilusiones y hasta pesadillas oblongas que alienan el momento, precisamente del momento mismo.

Pero el ruido siempre complica las cosas. En la mañana y horas picos se está tan cerca del infierno, que de verdad parece que la más sucia e inteligente trampa que tiene el demonio es hacernos pensar que no existe. Y en ese pensamiento demoníaco-existencial es que sobreviene una muy corta y delicada mecha que hace fresco delante del espejo.

Agachar la cabeza para calzarla de acuerdo al silencio más sabroso es casi como meter la cabeza en una alberca y escuchar la expansividad de la proximidad. En esa repentina penumbra sonora que parece envolver al policía, al peatón y al patán, empezarás a sentir una especie de calor en el rostro, signo de que el botón fue correctamente oprimido. Irás por la calle con una sonrisota cual pez lagarto, dado que todo aquello que sirva como fuente sonora, habrá sido derrocada de tal capacidad.

Es lo más parecido a secuestrar la realidad y ponerle una bolsa del ISSSTE en la cabeza. Pero seguir viendo y atestiguando a través del plástico blanco. Justo es blanquizco el silencio. Por suerte sabemos que no hay colores, sino designaciones conceptuales, pero no deja de ser blanco en apariencia.

Dado que el sonido no es otra cosa sino vibraciones eléctricas que son interpretaciones de lo que consideramos “agudo”, “grave”, “fuerte” o “bajo”, siempre se puede arrugar esta irrupción sonora con un poco de blanca y dócil bolsa del ISSSTE que tendrá en una gimnasia eufórica las compulsivas ganas de quitarte elbotón mental y volver a la “normalidad” (¿de la “anormalidad”?).

No hace falta, sin embargo, dejar de hablar para quedarte en silencio. Darle una finalidad utilitaria a esto representaría cercenar el discurso interior que le da una ridícula gomosidad a la concentración y permite que la discursividad sea la carta de cambio diaria.

Con toda la voluntad en el ojo izquierdo, quizá para este momento el último decibel ha caído de rodillas y se muestra suplicante, como colgado en la frente, tiritante y tierno: no quiere abrir sus ojos porque sabe que será lo último que vea, pero mañoso como cualquier indicio de la realidad, si le perdonas el instante y decidas quitar el MUTE, sacará de atrás una resortera poco agradecida y te aprisionará de nuevo con el diálogo interior y exterior.

Por eso no es ocioso secretear con los decibeles indicados, que el silencio es un privilegio y no una obligación.


viernes, 10 de septiembre de 2010

Instrucciones para matar a alguien





Por Eduardo Navarrete
@elnavarrete


Sé por adelantado que hubo muchos compas en el norte, en el centro y en el sur, que habrán leído estas instrucciones con aguda anticipación y las usan a mansalva y sin reparo.

Aún con esta tremenda atemporalidad, es importante e impotente subrayar que cuando pones la muerte como contrapeso de cualquiera de tus terribles problemas, instantáneamente tomas perspectiva, principalmente por el tremendo apego a  la imagen  de unicidad con  que se presenta esta vida ante los ojos. Como lo único, como un absoluto que si pierdes, sepan Monsi y Germán qué pase.

Y por la extraña, pero eficiente magia de, al dejarte de tomar las cosas tan en serio te liberas, siempre es bienvenido un ejercicio mortal en el diario y urbano tránsito de la de por sí desfalleciente rutina.

Puedes matar de risa a alguien cuando (esto funciona mejor con unos enfáticos grados Gay Lussac encima) cuentas el implacable chiste: "Llega un loco con otro loco y le pregunta: Loco: ¿Qué hora es? ¡Viernes! Le responde, a lo que el primero concluye: ¡Chinnn! Me pasé tres cuadras!”.

Matar de sueño es tan fácil como prender el Canal del Congreso o escuchar a Hugo Chávez. Y matas de coraje cuando te enteras de cualquier noticia legislativa (como el que nuestros muñecos senadores pidieron 300 millones de pesos más de los 750 que les autorizaron nuestros alfajores de Diputados, para erigir sus nuevas oficinas). Puedes matar tiempo y matar clases.
Igualmente una rola, un programa "te  mata", así como ver un gracioso y tierno cachorro hace lo propio.

Y es que matar tiene un encanto que sólo cuando eres honesto lo entiendes. El proceso de creación y destrucción parte de la premisa de albergar una última primera ocasión para entender la fugacidad de una permanencia mal entendida.

¿Valdrá la pena escribir esto? ¿Valdrá la pena entender que la pena sería no escribir ni aullar, cuando se es perfecta víctima potencial de un homicidio imprudencial (en todo el sentido del concepto), a manos de la arrogancia de la cotidianidad y el ostracismo?  

Si vivir corresponde al proceso lineal de transitar de un punto A, a uno B, entonces considérenme no vivo. Nada más aburrido y oblongo que atestiguar el paso de cuatreros en el pórtico, con una escopeta en la mano y una espiga en la boca. Por lo menos parece haber un poco más. Parece que se es en la medida en que se excluye, y dicha exclusión conviene ser percibida como la inmensa capacidad de pintar tu raya en torno al parecer del ser.

Por eso habríamos de matar, en lugar de tiempo y de risa, el prejuicio que cuentas de ti mismo  para liberar cualquier limitación y entender que no hay designaciones absolutas, como no hay permanencia.

Y es que son como zopilotes. Los pensamientos disruptivos, generadores de ansiedad, mal humor, estrés y discursividad que emite extraños sonidos sólo comparables con una mala indigestión. Por eso la discursividad no es algo, sino alguien, porque engendra toda tu capacidad de atar tu personalidad y carácter en agitaciones deslumbrantes hasta para el más aburrido. Y eso la hace seductora.

Matar la discursividad sería la provocación perdonada para saber que del artificio del error nace la belleza.

sábado, 31 de julio de 2010

Instrucciones para ser mojado por la lluvia





                                                                                                        No culpes a la lluvia
                                                                                                                              -El Sol


La mentalidad científica busca darle explicación a todo cuanto cruza frente a sí, incluso aquello que no hay cómo explicarlo de origen, y más bien debería ser disfrutado.

No puedo creer que haya gente a la que no le gusta la lluvia. No sólo por lo recreativo y aromático que esto se vuelve, sino por la instantánea enseñanza que entraña y obsequia sin esperar otra cosa a cambio, más que te mojes.

Ver llover puede ser el ejercicio más aburrido y soso, especialmente si para esto se te tiene que distraer de la novela o del resumen del resumen del partido. Y aún así, no es raro presenciar que alguien gruña y manotee porque está nublado, pero encontrar un paralelismo armónico en el trazo rasgado de un horizonte no acostumbrado a ello, tendría que emancipar el proceso de atención, el de la emoción y el de la imaginación en aras de por lo menos contagiar lo indispensable para motivar un brainstorming.

Es comprensible que no te emocione ver llover si tampoco te prende ir al baño a orinar (ni pis ni del uno: ¿qué hay con el impronunciable nombre de las acciones tal cual son llevadas a cabo?). Sin embargo, la irrefutable evidencia de estos dos acuosos eventos, es que hay vida de por medio, tanto en tu baño como en tu suelo, y eso es lo que escurre por la tasa (cuando no le atinas) o por la cara al ver llover hacia arriba (y atinar a merecer dicha afinidad con el día). 

Pero la vida suele tener una estampa tan sobrevaluada y domesticada por la cotidianidad que usualmente se da por hecho que se tiene, hasta que se da por perdida. Total, es un frente frío. Una depresión tropical (¿realmente habrá esto en el trópico?). Una tormenta aislada. Un chubasco. Da lo mismo: va a llover.

He presenciado trombas de campo donde no escuchas otra cosa que el incesante y necio golpeteo del agua con las hojas de los árboles. Cuando hace un fade out emerge el sinfónico reclamo de la fauna que no requiere ser vista para ser abrumadoramente presente en un discurso natural que tampoco requiere explicación.

Así, como un proceso simplemente natural, tendría que ser atajada la lluvia. Permitir que moje el remanso descubierto que todavía queda como resabio de lo que alguna vez nos delató como silvestres. ¿Por qué se exije un espero para verse reflejado?

Es instintivo y misterioso, pero lo que fascina y hasta otorga sustento vital, también espanta. Los cuatro elementos saben de esta bipolaridad humana y no han de parar de reír. Si se nubla hay jeta segura (y tormentosa) y hasta a San Isidro Labrador se escala la queja. Uno se cubre porque el peinado florido se marchitará, el caro ropaje evidenciará haber sido adquirido en el tianguis, las botas de gamuza perderán densidad capilar y en sí, todo esto, es muy mal plan en una ciudad donde echar bronca del frío, del agua (por abundancia o carencia) o del calor nos hace más frágiles y medievales.

Ver llover, mojarse, salpicarse, es tan deseado por un niño y odiado por un adulto.

Pensar que ahora nos da miedo mojarnos.

lunes, 19 de julio de 2010

Instrucciones para que un mal rayo te parta




                                               La mala suerte sí existe. Dios la reparte entre los pendejos.


No tiene que ser martes 13 . Tampoco viernes.

No tendrán que cruzar por tu ruta mininos negros ni deberás pasar por debajo de una escalera. La chingada, la verdadera, legítima y elegante chingada, lo carga a uno en el momento que menos la esperas, por si no lo has notado.

Como buenos hijos de la mismísima, tendríamos que haberle aprendido algunos modales. Por lo menos uno o dos chantajillos, o ya de perdida, algunos chascarrillos. Pero ni uno ni otro. Cuando la señora chingada se hace presente, el aspaviento y revuelo es desaseado y poco mesurado.

Te piden para hoy el informe que tendrías que entregar en dos semanas (y que por cierto tuviste cuatro meses para preparar, y que por supuesto, ni siquiera has pensado en la leve posibilidad de estructurar una coma al respecto); tu novia exige tu preocupado trasero para la comida de cumpleaños de tu suegra, (quien es tan demandantemente elocuente, como la misma chingada); quedaste de salir, después de nueve cancelaciones con los que fueron tus mejores cuates; tu mamá te habla para ver por qué no la visitas y por si hiciera falta un pase de Ricardo Osorio, se descompone tu auto por exceso de mantenimiento y supervisión... Bajo una tormenta y sin pila en el celular.

Los días de perros tendrían que ser de asueto. Aunque sospecho que uno tiene el día que merece y que secretamente implora. Por eso para que un mal rayo te atraviese, no hay que hacer demasiado. Genera las condiciones para que así te vaya. Invierte un poco de tu maltrecho tiempo en lamentarte y de este modo nublarás aún más el cerrado y dantesco panorama. Manda a todo mundo a volar. Enójate, manotea, insulta y patalea. Es lo más fácil y barato que uno tiene cuando esto ocurre.

Total, el rayo igual habrá de partir a alguien.
Lo único que aquí cabe es apuntar que uno mismo es quien se parte con dicho rayo al caer en la tentación de pensar que todo le sale mal y que son fuentes exógenas las que operan un complot universal en contra de la paz e higiene mental de uno. Es precisamente esa higiene la que hace que un problema sea designado como tal. Y efectivamente, así será.

El principiio de la percepción, por lo menos puede obrar para que en lugar de rayo, sea un atisbo de preencia el que te parta.

Y eso al menos, es un buen principio.

viernes, 18 de junio de 2010

Instrucciones para hacerlo por primera vez.






Habilidad es aquello de lo que eres capaz. La motivación determina lo que haces. La actitud muestra la calidad con la que lo llevas a cabo.
-          Lou Holtz

Nervio carcomido. Adrenalina que vuelve torpeza cualquier acción desempeñada. Sudoración que ningún antitranspirante podría contener. Jadeo y dientes apretados. Temperatura corporal en ascenso. Globos oculares crispados. Rostro abstraído.

Seguramente Chicharito experimentó todo esto al abrir el marcador en una experiencia inédita. Así, por primera vez México le ganó a Francia. La sensación fue rara. Unos no sabían cómo reaccionar, y otros (los mismos que fueron a celebrar al Ángel con tarola y vuvuzelas mexicanas el empate con Sudáfrica) no esperaron provocación.

El súbito desenfreno llega en un momento en el que parece que por primera vez, después de muuuucho tiempo, hay algo que celebrar en este país. Varios nacimos con gobiernos corruptos. La palabra crisis es vieja loba de mar. La cleptocracia en todos niveles se ve en cada esquina y con impunidad digna de lienzo. Pero a este desmadre al que ya nos habíamos acostumbrado, se ha sumado una plaga que, dado que nadie supo cómo inició, aún no hay idea de cómo reaccionar, salvo comprando las rigurosas pantallas para el partido. 

Ejecuciones, sicarios, comandos armados, granadas de fragmentación y hasta bombazos, figuran ya como términos adheridos a la vida nacional, que con la fermentada lista de asuntos pendientes en la agenda, los golecitos contra Francia parecen más bien un par de aspirinas (para una lobotomía).

El efecto acumulado durante tanto tiempo con tantas razones para tirar todo tipo de toallas hermana y olvida por momentos lo olvidable: el gol lo platicamos todos. Y es que el futbol tiene una poderosa significación en un país donde el revanchismo, la competencia, el desazón en la hora precisa y la expectativa recalcitrante hacen un licuado de “yo soy el director técnico detrás de la pantalla”.

Me pregunto si lo que se desfoga en la celebración, el grito y el claxon no tendrá que ver con el anhelo transformador de toda una realidad a la que no le queda más aliento que un par de golecitos frente a una Francia, más que nada, sin F.

Si hay motivos de fiesta, lo mínimo es generar las condiciones para que estos duren y sean lo suficientemente importantes como para que en dos meses queden en el olvido colectivo, mientras se padecen las inverosímiles aventuras de cínicos políticos, las acusaciones entre dependencias, los días más sangrientos del sexenio repitiéndose en los noticiarios, pero la espera del arranque de la liga nacional por venir.

Pareciera que nunca vimos venir por primera vez una situación que no tendríamos por qué tolerar. La incertidumbre y el desánimo son conocidas hechiceras en la escuela, la casa y la oficina.

Si por primera vez se comprendiera que el foco de infección radica en la actitud de pensar exclusivamente en uno mismo y apañar lo apañable en aras de la acumulación personal, habría posibilidad de abrir ese comportamiento ignorante y caduco en una veta que pudiera generar interés en que el vecino se beneficie, y por ende, yo saldría beneficiado. Tan fácil y tan complejo de llevar a cabo. Ahí habría algo que podríamos hacer por primera vez para entender que el Chícharo y sus secuaces sólo persiguen un esférico en torno de otros once pelados del lado contrario. Tantas veces has estado en una situación semejante, que hasta perecieran 21 contra uno. Y en el fondo, no deja de ser un juego. Uno donde hay muchas cosas que suceden por primera vez, y muchas otras que pasan desapercibidas.

Por eso viene la pregunta: ¿cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez?

sábado, 5 de junio de 2010

Instrucciones para volar y ser volado



Si Dios realmente hubiera querido que voláramos, nos hubiera hecho más fácil el llegar al aeropuerto.
-       George Winters


El desafío de volar (sea de una crisis o del desorden ciudadano) no tiene por qué someterse a discusión. Es un designio propio que sin que sea confundido con un recurso parecido en forma, pero oblicuo en fondo (huir) cuenta con presencia en el cajón de utilerías siempre a la mano (no así a la vista) de todo buen ciudadano.

Uno vuela como sus alas le den a entender. Si por volar entiendes la espontánea capacidad de tomar perspectiva y abandonar el terreno (judicialmente) superficial, no requieres ser hermano Wright para atender el alarido de dicha necesidad.

Pero el exagerado y constante aferramiento a creer que sólo lo percibido es, cercena tristemente una capacidad genuina y rotunda: la de usar la mente como propio resguardo. Así, uno vuela desafiando los sentidos, tomando perspectiva de la pequeñez del planeta (ya no digas de uno), considerando la posibilidad de atender el momento más de un momento, cuestionando severamente el concepto cincelado como "éxito".

Y aún así puede sonar meloso, molesto o ajeno. Volar… ¡Paj!

Volar es una lección que las aves dieron al ser terrestre para ver hacia arriba, no con rencor, sino con sabiduría. Volar es comprender que hay posibilidad de comprender.

Aún así me es incomprensible que en un avión haya personas que -por más experimentadas y taimadas estén en el arte de subirse al cilindro aventanado y proyectado por los aires, cierre la persiana de la ventanilla o revise y se sorprenda con el escalón canino para cama, o los cuchillos que no requieren afilarse en el catálogo de basuras innecesarias que aguarda al frente del asiento.

También hay formas de volar no precisamente voluntarias ni placenteras, me refiero al momento cuando uno es cordialmente invitado a hacerlo como algo  mandatorio y no opcional: léase, ¡te mandaron a volar, chiquito! En este caso el vuelo no es primordialmente, algo placentero (más bien un vuelo de negocios y no así de placer), pero en cualquier caso conlleva perspectiva (a menos que brutamente te aferres a chillar y lanzar consignas sindicales de ardidez e inmadurez).

Indistintamente, para volar se requieren cuatro factores indispensables según la aeronáutica. Se tratan de las fuerzas de sustentación, empuje, peso y resistencia. La física las ha estudiado con morbo y me parecen una elegante y fehaciente pista de lo que uno puede hacer para volar.

Lo primero es comprender que se requiere un balance (no así equilibrio) entre estas cuatro fuerzas para que el vuelo se posibilite. La fuerza de sustentación es saber ver hacia arriba, en sentido opuesto al peso, que debe ser realistamente considerado. El empuje es la fuerza que impulsa hacia adelante al objeto, y también habrá que considerar la fuerza de resistencia que se opone al vuelo. Con esto en las manos (o alas), queda claro que la fuerza de sustentación debe ser mayor que el peso y el empuje más fuerte que la resistencia para que un objeto (o sujeto)  emprenda vuelo.

Volar, en cualquiera de los casos, tendría que ser un arte. Estar arriba (lo siento, esta vez sin ningún tipo de recreativo barbitúrico) ya no es más un signo de poder. Es un indicio, precisamente de haberlo trascendido.

@elnavarrete

viernes, 28 de mayo de 2010

Instrucciones para abrir una puerta


Las puertas son las que eligen. No el hombre.

-Borges


Cualquier hueco tiene puntos débiles.

Uno de ellos es la posibilidad de ser llenado y perder la condición de boquete que lo define como objeto. En ese estrato, rechinar sería tanto como gritar y de seguro exasperaría a todos los que no son padres primerizos, pero así es la naturaleza de la expresión rampante.

Abrir y cerrar como función de vida evoca más que un proceso altamente reiterativo, uno corresponsable con la realidad donde el ritmo del péndulo puede atesorar la imagen de lo que trato de explicar. Una que no para por estática que se muestre y que en su flujo guarda aperturas y condena cierres. Una que simplemente no se detiene, aunque así se conciba e interprete (e interpele).

No hay ritmo preciso para abrirla. Usualmente la confusión viene en qué diablos significa PULL y PUSH. Una dislexia poco oportuna que también abriga el momento de la vuelta a la derecha o la izquierda y obliga a poner en un checklist mental: “buscar unos Bubble Gummers”. Abrir y cerrar una puerta no es tan fácil como brutamente parece.

Para el caso de la puerta, abrir necesariamente conducirá a cerrar, por necios e intransigentes que ladremos. Nada más amable para con la ventisca de la puerta que ser ligeros con su efecto y comprenderlo así.

La glorieta del picaporte traduce la intención de este espejo distorsionado (aparentemente: ¿quién dice que no es así?) y gracias al mismo se cruza un umbral. Uno donde en principio parecieras trasladarte a otro sitio, siendo que ni ese otro sitio, ni éste son tal. ¿O de verdad son dos espacios sólo por capricho y designio de quien puso una puerta ahí en medio? De ahí que abrir una puerta pueda conducir a entender que la realidad va más allá de designar conceptualmente.

Las nociones que tenemos en torno hasta del abrir una puerta son pesadas y monolíticas, incuestionables hasta el pensamiento del absurdo. Pero si se olvida la interpretación ordinaria de uno mismo y del picaporte, seguramente habremos de experimentar una puerta dentro de esa puerta que hay enfrente y entonces sí, habremos de acceder.

En realidad tenemos muy pocas necesidades como especie. ¿Por qué volver tan complejo esto? De eso trataría tomar un picaporte (o leer una columna con instrucciones para leer esta columna), precisamente con todo el porte del mundo. De transformar una herramienta cotidiana en una trascendente. De saber que blandir la perilla y accionar una tabla puede o no llevarte a otro lugar, y eso depende enteramente de tu percepción, en donde está la verdadera y una de las más rígidas puertas.

Finalmente, una puerta parece delimitar y otorgar acceso. Su función es cercenar el espacio en un afán de privacidad y brindar entrada perentoria a aquellos que cuenten con una llave.

En realidad abrir esta puerta y este cruce, (o más bien: la ausencia de éstos) operan como un ejercicio para debilitar la realidad conceptual y traer apertura mental a este momento. O bien pueden seguir siendo abrir una ramplona puerta y hacer completo y omiso caso de esto y simplemente cruzar.